Últimamente las plataformas digitales sociales están siendo noticia en el ámbito de la política. Whatsapp lo fue por ser la que más y mejor viraliza en comunidades de confianza los mensajes de la propaganda, blanca, negra o sucia. Facebook, por su apertura de datos al alcance de cualquier tipo de campaña, ya sea de desprestigio o de amplificación de bulos gracias a la posibilidad de segmentación que ofrece en manos propuestas política o contrapropuestas. Esta semana ha sido Telegram, una aplicación de mensajería instantánea que, a diferencia de Whatsapp, acoge la posibilidad de tener miles de miembros en un solo grupo o los canales, vías de distribución de mensajes masivos a los que se puede unir cualquiera. Y ha sido noticia por la filtración que se ha producido del documento que supuestamente colgó Carolina Bescansa en uno de los canales de Telegram, con casi 2.000 suscriptores de Podemos, cuyos integrantes y simpatizantes suelen escoger esta plataforma de comunicación, seguramente por la aparente seguridad que plantea de cara a la comunicación no exactamente pública.
Nadie escapa a la utilidad de los chats que todos usamos como forma de comunicación multilateral autogestionada. También la política. Son herramientas muy valiosas tanto para el debate y la comunicación directa privada, como para la viralización de contenidos, ya que cada uno de nosotros se convierte en un auténtico nodo de distribución de mensajes. Dicho de otro modo, se ha convertido en una plataforma imprescindible para la toma de decisiones colegiadas y para la movilización, el activismo y la propaganda. Mientras escribimos este texto, me llega por Whatsapp un vídeo que pide la absolución de tres agentes de salvamento marítimo acusados de tráfico de personas por intentar salvar la vida de personas que llegaban en barco huyendo de sus países. Si este contenido tan emocional me llega de parte de alguien que conozco y aprecio, no dudo y difundo.
La comunicación interna es de una gran importancia en campaña electoral y en la gestión de la política y a lo largo de las últimas décadas hemos ido modificando las plataformas y los formatos de relación no pública a medida que la tecnología nos ha llegado a colocar en las manos la posibilidad de lo instantáneo en grupo. Whatsapp, Telegram o Messenger han suplido a la llamada de teléfono y al mail porque incluyen la opción de enviar palabras, imágenes, vídeo, documentos y, además archivarlos. Ya nadie pide el teléfono a otra persona. Le pide su Whatsapp. A veces, incluso, una relación por chat es lo único que tenemos con alguien, y en ese chat, el repositorio de conversaciones, fotos e intercambios de todo tipo.
Es determinante conocer cómo funciona cada plataforma en términos de comunicación y estrategia, ya que en estos espacios se conjugan dos factores que hemos de tener presente en cada una de nuestras incursiones en ellos: lo privado y lo grupal. En lo privado, porque en el uso cotidiano de estas plataformas no podemos olvidar que aunque se establece una comunicación privada y directa one to one, emisor-receptor, ese intercambio deja rastro (copias de seguridad, “pantallazos”, orígenes de dispositivos, …). Aquí, la confianza es clave, pero el factor realmente valioso es la prudencia. La combinación “pantallazo” y filtración es cosa de niños para cualquiera, algo que ya no olvidarán más Rajoy-Bárcenas, Puigdemont-Comín, ni Carolina Bescansa.
Respecto al otro factor, lo grupal, requiere un estudio a fondo sobre la gestión de comunidades multitudinarias, en lo que es una conversación imposible. No sólo se trata de gestionar los flujos de comunicación de un grupo reunido por una motivación común, sino que en un tipo así de conversación se requieren altas competencias en comunidades en entornos digitales y recursos añadidos para hacer eficaz el debate y los acuerdos. Estoy incluida en un grupo de Telegram que cuenta con 2490 miembros, “Las periodistas paramos”. El grupo se creó días antes de la movilización del 8 de marzo y se pudo gestionar la información relevante para difusión gracias al recurso de “Mensaje fijado” (una pestaña que indica que el administrador del grupo selecciona y los mensajes relevantes para los miembros, incapaces de seguir una conversación en torrente desenfrenado de mensajes). Veremos qué mutación pueda llegar a tener esta fórmula. Se nos antoja que, o introducirá recursos de gestión, o se irá muriendo, o quedará fagocitado por otras pequeñas comunidades (o “mareas”).
La movilización es, desde nuestro punto de vista, la utilidad más revolucionaria que aporta para la política esta fórmula de comunicación en grupo, pues nos pone delante la posibilidad de gestionar “un ejército de activistas” y establecer comunicaciones no sólo de arriba abajo para llamar a la acción y expandirlo, sino también para generar contenidos de abajo hacia arriba, en lo que se denomina las grassroots, o movilización espontánea desde la base.