Televisión pública, Broncano y guerrillas culturales
Las confesiones primero: siguiendo a mi pareja, que no pensaba que me fuera a entretener tanto, he empezado a seguir esta temporada de Masterchef. Nos hemos reído (y supongo que nos seguiremos riendo) viendo los programas, pero una de las cosas que más nos ha marcado ha sido el contraste entre cierta forma de diversidad en los concursantes, con identificaciones posibles para todos los gustos —en esta casa sentimos debilidad e identificación con Ángela, que rellena el cupo de moderna-lesbiana-valenciana divertidísima— y, por otro lado, la ranciedad manifiesta de otras de sus decisiones. Es un producto que ejemplifica a la perfección ciertas tendencias del mainstream: hay algo o alguien con quien puedes engancharte, seas progre o seas un legionario terraplanista cuyas ideas de bombero se emiten ahora en la tele pública. Y el segundo capítulo, para mayor gloria, convierte la cocina en una plaza de toros e invita a Santiago Segura entre elogios de cómo “Padre no hay más que uno” ha modelado los modelos familiares de alguna concursante: ¿en serio?
Ha generado mucha polémica el caos en el Consejo de Administración de RTVE y el fichaje de “La Resistencia”, programa de David Broncano, para la parrilla del principal canal público. No deja de parecerme curioso cómo, ante una tímida competición en antena entre talk shows, con el de Broncano siendo, si acaso, más progre —que no tanto más político: al contrario— que el de Pablo Motos, se ha puesto el grito en el cielo sobre intenciones militantes y peleas por la hegemonía cultural. Como leía hoy en Twitter: han comprado el programa de un humorista y hay quien lo trata como si hubiesen puesto al Che Guevara de jefe de RTVE. Hace unos días, comiendo en un bar, pude ver durante un rato largo lo que contaba el telediario de Telemadrid: luz, fuego, destrucción y un mundo que es una ruina; los peligros ya devastadores de la dictadura socialcomunista; el Partido Popular como único bastión de la democracia frente a un mundo de robos, asesinatos, sediciones y peores intenciones. Reina el crimen y el feminismo es malévola imposición, con el dinero yendo a financiar chiringuitos. Normal que sus espectadores acaben votando a Ayuso: lo raro sería que no se fueran a Vox.
La izquierda, en el Gobierno, es o bien mucho más modosita o bien descarada en los lugares equivocados: yo prefiero guerra cultural progresista a la decisión poco pulcra de colocar a exsecretarios de Estado de Comunicación como directores de agencias de noticias, y creo que es posible hacer lo primero sin incurrir en la suciedad de lo segundo; la derecha, en sus NO-DOs, en sus canales de propaganda, se ejercita fervorosamente, mientras que en lo público se le otorga con frecuencia una hegemonía por encima de sus posibilidades. La defensa inequívoca de ciertos valores y de ciertas causas no está reñida ni con la transparencia ni con el buen ejercicio de lo público; lo que pasa es que no tenemos del todo ni buena defensa contrahegemónica ni pulcritud en el ejercicio o los nombramientos. Y así nos pasa lo que nos pasa. Alternativas mediáticas de izquierdas son necesarias, pero resulta desalentador que las que se montan, por errado que sea su tiro, sean antenas de propaganda partidista y no lugares en los que cultivar un pluralismo y disenso con vocación transformadora.
En suma: yo creo que lo de David Broncano está bien, que conectará con un público con el que hace falta conectar, que no será ni mucho menos el gerifalte socialista que construye la derecha y que, si acaso, servirá para tener en esa franja un programa menos casposo que otros; creo también que no hacen falta maniobras sucias para dar la batalla cultural, y que en ocasiones ha primado lo sucio por encima de la propia batalla y de sus objetivos; y creo, finalmente, que ni siquiera nos hace falta mentir o convertirnos en propagandistas para lograr algo, sino meramente ponerle un poco de esfuerzo. Si no, el panorama seguirá siendo el que es: toros, terraplanismo y la Legión.
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