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Es todo un tema

Magalí Etchebarne, Alice Munro y Rachel Cusak
14 de julio de 2024 22:19 h

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Estos días me encontré pensando mucho en las grandes escritoras. Hace un par de semanas salió en una revista un texto maravilloso sobre Rachel Cusk de la crítica literaria Andrea Long Chu, una chica muy joven que viene escribiendo de las mejores cosas de Internet. Cusk es una de mis escritoras favoritas; todo indica que también es una de las favoritas de Andrea Long Chu, que en ese ensayo la despedaza con amor. Cusk, pensé mientras leía el texto, es de esas escritoras tan hipnóticas y envolventes que te hacen pasar ideas rarísimas como whisky caro, como agua, pero mejor. No me molesta del todo, creo que a Long Chu tampoco: en el fondo me gustan las novelas de ideas si tienen humor, encanto y sutileza, incluso cuando las ideas que esas novelas ponen a circular no me parecen particularmente buenas. Quiero decir: casi siempre prefiero una novela llena de hipótesis que no me seducen antes que una novela sin hipótesis.

Pero por eso mismo también me gustan intentos como el de Long Chu de entender cuáles son esas ideas, de hacerlas bailar, no desprendidas de su forma (no fingiendo que esa separación es posible) sino en una plena comprensión de lo que las hace seductoras. Long Chu desnuda algunas cuestiones que, vistas de cerca, son bastante graciosas: el modo en que Cusk logra pone darles un halo de misterio y poesía a preguntas que en el fondo son triviales (¿puede una mujer ser artista? ¿puede una mujer ser feliz? ¿puede una mujer ser madre y artista? ¿puede una mujer no ser madre y ser artista?).

A diferencia de lo que piensan las personas que tienen ganas de indignarse con “lo progre”, las lecturas políticas del arte no son siempre morales. La de Long Chu, de hecho, no lo es. La prohibición de hablar de la politicidad de un texto es igual de tonta que la de medir todos los textos por el aporte que hagan a La Causa, sea cual sea la causa en cuestión. Parte de la magia de la buena literatura es el modo en que las verdades y las falsedades, las pepitas de sabiduría y los prejuicios más básicos, pueden tejerse en una misma obra de una manera que se vea profundamente bella, una manera a la que una no le cambiaría nada. Parte de la magia de la buena literatura es esa impureza. Las novelas de Cusk son todas así, sucias y perfectas.

Comenté este texto de Long Chu con varios amigos; pocos días después, con esos amigos, charlaríamos del escándalo de Alice Munro. Otra vez, mucha confusión: ya nadie quiere hablar de ética, política y estética porque parecería que todas las posiciones disponibles están asociadas a alguna idea de lo impoluto. O bien efectivamente los artistas deben ser intachables, o bien el pensamiento sobre lo bello no debe contaminarse con ningún pensamiento sobre el mundo. Dos posiciones igual de absurdas. Fuera de ellas hay algo más sensato, pero todo lo que es lo sensato son arenas movedizas: todas posiciones provisorias. La que tengo hoy: supongo que lo que me sorprende de que Munro se haya quedado casada con el tipo que ella sabía que había abusado de su hija (y que la haya expulsado a ella de su vida, e incluso la haya culpado y resentido) no es que las mujeres sean capaces de eso, o que una madre sea capaz de eso, o que alguien que es capaz de escribir cuentos perfectos sea, además, capaz de hacer eso.

Lo que me sorprende de Alice Munro es lo mismo que me sorprende, a veces, de Rachel Cusk, y también tiene que ver con la impureza: que gente que puede escribir cosas muy sabias respecto de lo que implica ser humano no tenga acceso, en otros aspectos de su obra (o en el caso de Munro, de su vida) a esa clase de sabiduría. No me sorprendería necesariamente en otra clase de autor: pero Cusk y Munro forman parte de esas autoras que llamo así, autoras sabias, gente que escribe bien en parte porque piensa muy bien sobre la experiencia de ser persona y vivir entre personas. No escriben policiales ajedrecísticos, no pintan paisajes; piensan, sobre todo, sobre gente. Nos sorprende, o nos choca, en algún sentido, lo compartimentado de la sabiduría, porque en nuestra imaginación la vemos toda íntegra, como lo pensaban los griegos: en nuestros corazones lo bello es bueno y lo bueno es justo, y lo justo es sabio. No dejan de impresionarnos nunca los agujeros de la realidad, lo separadas que pueden estar las cosas.

Y en realidad estas escritoras se me juntaron en la mente porque terminé el libro nuevo de Magalí Etchebarne, La vida por delante, y Etchebarne es otra de esas escritoras sabias. Intento entender, mientras avanzo entre sus cuentos, en qué consiste esa sabiduría. Etchebarne es más joven que Cusk y que Munro, y seguramente por eso el feminismo se cuela entre sus materiales más y mejor que entre los de Cusk y Munro: no un contenido feminista, no una militancia, sino eso, un material. La pregunta por qué es vivir como mujer en este mundo aparece mezclada con todas las otras preguntas importantes de la vida: qué es trabajar, qué es envejecer, qué es morirse o que se te mueran, qué es enamorarse y desenamorarse.

No sé si lo explico bien, y tampoco sé si ella lo vería así, pero yo no puedo evitar pensarlo: Etchebarne le da a la pregunta por habitar el género una dignidad única al no ponerla adelante de todo, en ningún escalón, sino en línea con los demás grandes interrogantes de la existencia. Sus heroínas son mujeres que cuidan como pueden, que están, pero no están, que tratan de habitar los lugares disponibles para ellas, o más bien no tratan, sencillamente lo hacen, mejor o peor. No son pasivas frente a las vidas que llevan. Las critican con fervor, pero no fingen que pueden salirse de ellas.

No fingen, pero (y en esto Etchebarne es más sabia que Cusk) tampoco se regodean en sus prisiones. No fingen que ser mujer no es un tema: tampoco fingen que el problema es existencial y mágico cuando el problema es material, o casual, o contingente, porque les gustan los problemas materiales, casuales y contingentes. Esa es la sensación que me da la literatura de Etchebarne: el respeto absoluto por el caos y el accidente, la inteligencia de verlo con poesía sin necesidad de verlo con grandilocuencia. Ser mujer es un tema, para Etchebarne y sus chicas, pero no un tema con mayúsculas. Más como cuando le decís a una amiga: Es todo un tema, ¿viste?

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