Quién teme al machismo feroz

Uno de cada cuatro jóvenes ve normal la violencia machista en la pareja. Dos de cada diez creen que el problema de la violencia contra las mujeres se exagera y se trata de algo que está “muy politizado”. Tres de cada diez le echan la culpa al aumento de la población inmigrante.  Uno de cada cuatro no cree que las mujeres tengan peores oportunidades y sólo seis entre cada diez consideran mucho o algo peores sus facilidades para encontrar trabajo frente los hombres. Son los datos principales que arroja el Barómetro 2017 de ProyectoScopio elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).

Muchos se han escandalizado públicamente y resulta comprensible porque los datos presagian poco bueno para el futuro. Lo que no se entiende tan bien es que tantos se sorprendan ante estos resultados; a no ser que les sobre cinismo o aún no hayamos aprendido que se recoge lo que se siembra

Es el resultado de haber aprovechado la crisis económica para recortar hasta en un 70% los recursos públicos dedicados a luchar contra la violencia de género y la promoción de la igualdad, porque había cosas indiscutiblemente más urgentes y mucho más importantes y, además, ya habíamos avanzado mucho.

Es el resultado de un discurso dominante en los medios de comunicación donde sistemáticamente se frivoliza, se denigra o se deslegitima, sin más base que la demagogia machista, todo cuanto tenga que ver con políticas de género e igualdad.

Es el resultado de dar pábulo a los inventos sobre falsas denuncias de violencia de género para ganar los divorcios...

Es el resultado de seguir debatiendo a estas alturas que es y no es acoso mientras, por ejemplo, Donald Trump, el tipo que las agarra por el coño, llega a presidente de los USA.

Es el resultado de seguir jaleando la cosificación de las mujeres en anuncios, series, programas o incluso campañas oficiales contra el maltrato.

Es el resultado de años de reír las gracias a las celebrities intelectuales que, en nombre de la libertad de expresión, llaman feminazis a las feministas o reclaman que alguien les eche un polvo para ver si así se callan.

Es el resultado de informar a todo color sobre la nacionalidad de los maltratadores, y en general de toda clase de delincuentes, sólo cuando son de fuera; como si fuera un factor explicativo o un dato trascendental.

Los jóvenes de este barómetro no dicen algo muy diferente a cuanto escuchan a diario en el mainstream dominante en el debate público o en los medios de comunicación. Su actitud no resulta muy diferente de las aquellas administraciones que han recortado hasta los huesos los recursos de la igualdad porque hay problemas mucho más importantes y urgentes y, además, tampoco es para tanto. No se le tiene miedo a lo que ya no asusta.

900 mujeres muertas en los últimos 15 años, mientras los hombres nos chupamos las pollas unos a otros en plan Mister Wolf celebrando lo mucho que hemos hecho para proteger a las mujeres y lo mucho que despreciamos al maltratador.  Esos son los hechos, señoría.