Atravieso la gran estepa salmantina. Es una mañana limpia, el horizonte llano invita a relajar la mirada y atemperar la marcha. Pero de repente me asalta la horrorosa imagen de un ave inerte, colgando boca abajo en una torre de alta tensión. Es una cigüeña. Maldita sea, otra vez lo mismo: ¿Cuándo vamos a acabar con esta pesadilla?
Ver a un ave tan grande, tan bella y tan buena colgando ahí arriba, como un guiñol destartalado, resulta un doloroso latigazo. De nuevo la consternación, el tormento, la rabia contenida, como en tantas otras ocasiones: malditas sean las responsables.
No es la primera vez que lo denuncio. Podría parecerles que tengo una especie de imán para asistir a estas tragedias. Pero les aseguro que no es así. Lo que ocurre es que, cuando uno sale mucho al campo, las posibilidades de toparse con los restos achicharrados de un pájaro colgando de los cables de la luz o a los pies de una torre de alta tensión son muchas.
Los tendidos eléctricos matan cada año más de 300.000 aves en España. Cigüeñas, grullas, garzas, cuervos, flamencos, gaviotas. Pero también patos, avutardas, sisones y muchos otros. Entre las que más sucumben por electrocución están las rapaces, entre un 10% y un 20% de ese total. Ya he denunciado aquí en otras ocasiones la muerte de buitres, búhos, milanos o aguiluchos entre otras: ¡incluso quebrantahuesos! Unas muertes que no cesan y que dejan un rastro de plumas y huesos blancos debajo de cada línea, de cada torre.
El problema es particularmente grave en el caso del águila perdicera, a la que los ornitólogos de SEO/Birdlife nos piden ahora que llamemos águila de Bonelli. La mitad de las muertes no naturales de esta especie en peligro de extinción son causadas por el impacto contra las líneas eléctricas o las torres. Y lo mismo ocurre con nuestra rapaz más espectacular (y no menos amenazada): el águila imperial ibérica.
En los últimos años, tanto una como otra han contado con importantes inversiones de la UE para lograr su salvación. Estamos hablando de cientos de millones de euros provenientes del programa LIFE para la conservación de la biodiversidad europea. Pero todo lo que nos han aportado los LIFE nos lo están robando las eléctricas.
Y lo peor de todo es que las compañías están al corriente del problema, conocen el remedio y disponen de la tecnología necesaria para aplicarlo. Pero la mayoría de ellas no lo hacen. Prefieren seguir tostando pájaros.
Los accidentes por electrocución se producen cuando las aves utilizan los postes de la luz o las torres eléctricas como posadero y punto de observación. Como su envergadura es superior a la distancia existente entre los cables conductores, puede producirse un contacto de las alas con uno de ellos, momento en el que, al actuar el posadero como masa, se produce la fulminante descarga. Otro hecho habitual es el contacto de las alas con dos conductores distintos en las maniobras de posado o despegue, así como la colisión directa contra los cables, que resultan muy difíciles de esquivar cuando el ave los detecta a pocos metros en pleno vuelo. Todos los casos tienen remedio.
El problema es tan serio que, gracias a la presión de los grupos ecologistas, se logró la aprobación de una normativa que obliga a las compañías eléctricas a aplicar esos remedios. Algunas han asumido la responsabilidad y lo están llevando a cabo, pero otras en cambio siguen argumentando que los costes son inasumibles y prefieren exponerse a las sanciones.
Sanciones que por otro lado nunca llegan, pues las administraciones autonómicas no están por la labor de expedientarlas. Así lo vienen denunciando desde hace años los Agentes Forestales y Medioambientales: señalando los puntos negros, subiendo fotos a las redes, enfrentándose a quienes archivan las denuncias y les animan a mirar para otro lado.
Incluso la propia Fiscalía reconocía el año pasado que las cifras de aves electrocutadas en España son una vergüenza, calificándolas directamente de “intolerables”. Pero las eléctricas siguen sin darse por aludidas y sin ponerse en serio con el tema. Un gesto aquí, una acción allá: lo justito para hacer una nota de prensa y aparentar que están en ello. Pero no lo están.
Es cierto que gracias a la labor de las organizaciones ecologistas y de la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos se están consiguiendo algunos avances. Pero el tiempo de los buenos propósitos debe dar paso al de las acciones concretas sobre el terreno. Las compañías eléctricas conocen el problema, saben cuáles son las causas, tienen perfectamente identificados los puntos negros, disponen de las medidas correctoras a aplicar: incluso han tenido acceso a ayudas de la UE para financiarlas y las han dejado perder.
Basta ya de sobresaltos. Basta ya de ver algo colgando de una torre o una línea eléctrica y sentir un pinchazo en el alma mientras te aproximas: no, no puede ser, no me digas que es, no por favor. Como señalan desde SEO/Birdlife, “tenemos que parar esto de una vez: existe una ley que no se cumple”. Tenemos incluso una sentencia condenatoria en firme, la del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha contra Iberdrola. Una sentencia que debería crear jurisprudencia ante el resto de denuncias que se amontonan en los juzgados.