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Tenía dudas sobre la amnistía hasta que escuché a Felipe González

Felipe González en la presentación de un libro en junio.

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No veía yo muy claro lo de la posible amnistía a los encausados por el procés, así que me puse a leer las decenas de artículos de juristas, catedráticos de derecho constitucional, políticos de uno y otro partido, periodistas y demás opinólogos. Seguía con dudas sobre si se puede hacer o no, y si es conveniente políticamente. Hasta que escuché la entrevista a Felipe González en Onda Cero y vi la luz: si Felipe dice que no cabe en la Constitución, y que además es una mala idea, no tengo ninguna duda de que es plenamente constitucional y una magnífica idea.

Felipe nunca falla. Es decir, nunca acierta. Hace años que funciona como brújula inversa para la izquierda española, incluido su partido. Si él señala hacia allá, todos sabemos que debemos correr en dirección contraria. Da igual que hable del gobierno, de Cataluña, de economía o de fútbol: infaliblemente marcará la dirección contraria a los intereses de la mayoría social. Es que no acierta ni por casualidad. Hasta los relojes parados dan la hora buena dos veces al día, pero el expresidente ni por esas.

En solo unos minutos Felipe González nos dejó claro, por si había duda, que no le gusta la amnistía, que no le gustan las negociaciones con los partidos independentistas, que no le gusta el gobierno de coalición -al que llamó Frankenstein Plus, como hace la derecha-, que no le gustó nada el 15M -a cuyos protagonistas definió como termitas que amenazan los cimientos de la convivencia-, y que tampoco le gusta ya su propio partido, al que le costó votar el 23J. En anteriores entrevistas y comparecencias ya había dicho que tampoco le gustaban el acuerdo con Unidas Podemos, la ley de memoria democrática o los indultos del procés. ¿Hay algo que le guste a Felipe González? Algo habrá, pero seguro que no nos conviene. 

Es impresionante la desconexión política, cultural y hasta emocional que tiene González con la realidad española, y en particular con el electorado progresista. Con su insistencia en apuntar en dirección contraria, cada vez más cumple en la política española la misma función orientadora que Vargas Llosa en la política latinoamericana: ¿no sabes quién es el candidato bueno en unas elecciones presidenciales en cualquier país del continente? Solo tienes que leer el último artículo de Vargas Llosa, ver a quién apoya, y ya sabes: el bueno es el otro. En el caso de Vargas Llosa, además de una brújula averiada es gafe: candidato que apoya, candidato que pierde.

González se ha convertido, para el PSOE y para los votantes progresistas en general, en todo lo contrario que el también expresidente Rodríguez Zapatero. Uno bocazas, el otro discreto; uno como elefante en cacharrería, el otro intentando mediaciones; uno poniendo palos en las ruedas de su propio partido, el otro remangándose y empujando el carro. Sobra decir quién tiene hoy más simpatías entre el electorado progresista.

Les prometo que otro día analizo a fondo la amnistía, su constitucionalidad, la negociación con Puigdemont y la posibilidad de terminar de desatascar políticamente la situación en Cataluña. Hoy me vale con saber hacia dónde apunta el puro de Felipe González. Si él lo ve así de chungo, podemos estar tranquilos: habrá amnistía con todas las garantías constitucionales, habrá investidura y habrá gobierno progresista.

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