Aunque solo sea por la necesidad terapéutica de expresar la indignación y dejar que fluya la rabia, estaría más que justificada la Huelga General del 14 de noviembre.
Si empezamos la enumeración de lo que pasa en nuestro país, con el destrozo diario de más de 500 familias que son lanzadas de sus viviendas, ejecutadas judicialmente por sus deudas -a veces muy pequeñas-, con bancos y cajas que los desahucian por la fuerza policial.
Si seguimos con el paro, que crece y crece, que aumenta de forma brutal, que afecta a todas las familias españolas. Si comprobamos cómo una buena porción de jóvenes ya saben que su futuro, de existir, estará lejos de su país. Si vemos cómo los abuelos jubilados estiran su pensión para que viva ahora con ellos una familia reconstruida que no cabe en la vieja casa. Si hacemos el recuento de los autónomos que se caen al abismo, de las clases medias que se pauperizan, de las clases bajas que se van a la cuneta… La lista es interminable e incluye también a los funcionarios, los profesores, los médicos, los científicos que no tienen para investigar... Cada uno de los enunciados sería suficiente como para convocar una huelga, la suma hace la situación insoportable y nos explica un país con la moral por los tobillos, con la autoestima destrozada y el temor, presente y futuro, de que aún no hemos pasado lo peor.
En este clima, salir a la calle para expresar la indignación, para dejar constancia del rechazo de las políticas que nos han llevado hasta este ínfimo nivel de vida, para expresar que no nos resignamos a este atropello, para dejar claro que no pensamos que esto sea una fatalidad, que creemos que esto se puede cambiar, que no soportamos que encima nos quieran endosar la culpa a quienes sufrimos esta crisis; todo ello es más que suficiente como para salir a la calle y hacer huelga.
Pero es que además sabemos que las huelgas han servido, históricamente, para conquistar derechos; para denunciar, de manera universal, injusticias que en su día se creyeron inmutables, para progresar y avanzar en la mejora de las condiciones de vida, para ganar libertades.
Para algunos, nunca es momento de plantear una huelga y, además, nos dicen, “no sirven para nada”. Lo cierto es que el momento político para plantear una reivindicación, para denunciar un atropello, es algo que se crea por la voluntad de los que quieren cambiar las cosas; lo cierto es que las huelgas siempre sirven para algo: las que hacen y las que no se hacen. Si no se hacen, sirven para legitimar las injusticias y los atropellos; si se hacen, sirven para avanzar en una sociedad más democrática, con mejor calidad de vida.
De manera que tanto por razones terapéuticas, dar rienda suelta a un estado de irritación; para avanzar en derechos y denunciar injusticias, para no legitimar con el silencio políticas que quieren tirar por la ventana derechos que ha costado muchos años conquistar, hay más de mil motivos para ir a la huelga este 14 de noviembre.