Terapias de mierda

17 de diciembre de 2023 22:10 h

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En 2012, dos jóvenes estudiantes universitarios, Fernando Cervera y Mariano Collantes, se decidieron a hacer una broma. Una que no tardaría en irse completamente de las manos y que se convertiría en todo un experimento social. Su idea inicial: crear una parodia de una terapia alternativa para criticar el mundo de las medicinas sin respaldo científico. Así nació el fecomagnetismo, un tratamiento inventado en el que se combinan heces humanas con imanes para tratar numerosas enfermedades. Sí, literal y metafóricamente, se trataba de una terapia de mierda. La iniciativa recuerda, en algunos aspectos, al pastafarismo, una religión ficticia que surgió para poner en ridículo a las religiones.

Con estos tintes caricaturescos, muchos podrían pensar que la medicina alternativa surgida de la imaginación de dos amigos tendría muy poco recorrido, por ser tan absurda como para que alguien pudiera tomárselo en serio. Nada más lejos de la realidad: numerosas personas (pacientes, terapeutas, políticos...)  empezaron a creer en el potencial curativo del fecomagnetismo. Los creadores de la pseudoterapia difundieron su terapia junto a un montón de delirios en revistas pseudocientíficas, tuvieron ofertas para comercializar sus heces con imanes fuera de España e incluso participaron en grandes ferias del mundo alternativo, como la feria esotérica y alternativa de Atocha en Madrid. Esta surrealista historia se describe con detalle en el libro “El arte de vender mierda”, de Fernando Cervera, y también se narra en el documental de 10 minutos “Una terapia de mierda”, que ha sido nominada hace unos días a los premios Goya.

Aunque las andanzas y peripecias en el mundo de las pseudoterapias de Collantes y Cervera parezcan sacadas de una película de los Monty Python, la moraleja que nos enseña es, en realidad, trágica: no importa lo disparatada que resulte una medicina alternativa, esta contará con personas que decidan poner la salud en sus manos y terapeutas que quieran sacar rédito de esta. La desesperación que pueden llegar a sufrir los pacientes que no cuentan con un tratamiento efectivo les convierte en carne de cañón para estas terapias, a las que pueden llegar a agarrarse como un clavo ardiendo. Por otro lado, nunca faltan personas con pocos escrúpulos que estén dispuestas a desplumar a los vulnerables, aunque hacerlo suponga poner en riesgo su salud e incluso provocarles la muerte.

Desafortunadamente, en el mundo de lo alternativo no existe filtro alguno, ni ético, ni racional. El reciente arresto en Reino Unido de Hongchi Xiao, un curandero que impartía una terapia a base de bofetadas, nos vuelve a recordar este triste hecho. Este pseudoterapeuta, extraditado y arrestado por homicidio por negligencia grave, aplicaba una disciplina llamada “Paida lajin” que consiste en dar o recibir bofetadas para, supuestamente, tratar enfermedades y eliminar toxinas. Una diabética de 71 años llamada Danielle Carr-Gomm acudió a un curso del curandero (por el que pagó 952 dólares) con el objetivo de mejorar de su diabetes, puesto que sufría fobia a las agujas y quería dejar las inyecciones de insulina. Carr-Gomm, que sufrió diversos hematomas por las bofetadas, falleció tras asistir al curso. Pocos días antes de su muerte, explicó a sus lectores en su blog que había dejado de pincharse insulina durante días, hasta que tuvo que volver a hacerlo porque sus niveles de glucosa estaban por las nubes. En uno de sus últimos escritos, la mujer decía: “Mi esperanza es que un segundo y quizás tercer taller grupal me ayuden a curarme completamente”.

A pesar de la gravedad del caso, Hongchi Xiao saldría absuelto con casi toda seguridad en España. Los pseudoterapeutas que engañan a sus pacientes para abandonar sus tratamientos convencionales y/o aplicarles una terapia peligrosa para la salud se escudan en que fue la voluntad del enfermo la que llevó a un trágico desenlace y no sufren consecuencias legales por ello. En nuestro país, el derecho penal no ampara a los incautos. Como recoge el abogado Fernando Frías, el Tribunal Supremo alega que “El ciudadano medio de nuestra sociedad, tiene un nivel de información sobre estas enfermedades y sus características, que difícilmente puede alegar confianza racional en poderes paranormales” o que “Se considera que no existe estafa cuando el sujeto pasivo acude a médium, magos, poseedores de poderes ocultos, echadoras de cartas o de buenaventura o falsos adivinos, cuyas actividades no puedan considerarse como generadoras de un engaño socialmente admisible que origine o sean la base para una respuesta penal. En estos casos se considera que el engaño es tan burdo e inadmisible que resulta inidóneo para erigirse en el fundamento de un delito de estafa”.

En una sentencia de 2007, en el que el Tribunal Supremo absolvía a una curandera de un delito de estafa, se podía leer que “la esperanza es humanamente entendida, pero la confianza en la magia no puede recabar la protección del derecho penal”.  Esto supone dejar desamparados a multitud de víctimas de las pseudoterapias, que suelen desconocer si estas cuentan o no con pruebas de eficacia. Además muchas de estas medicinas alternativas se rodean de una apariencia supuestamente científica para aparentar seriedad y captar a incautos, cuando no son más que “magia”.

Ante este panorama, en 2018 los Ministerios de Sanidad y de Ciencia lanzaron de forma conjunta el Plan de protección de la salud frente a las pseudoterapias cuyo objetivo principal era proteger a la ciudadanía frente a ellas, informándoles sobre su carencia de evidencias científicas. Otro de sus múltiples objetivos era sacar a estas disciplinas sin validez de los centros sanitarios, algo que nunca llegó a materializarse. En la actualidad, un establecimiento sanitario privado puede aplicar cualquier tipo de pseudoterapia y poner en riesgo la salud de sus pacientes sin apenas problemas ni consecuencias. El fecomagnetismo, la terapia de mierda, podría hoy mismo aplicarse en cualquiera de estas clínicas y los pseudoterapeutas que la usasen tendrían la tranquilidad que estar arropados por nuestra “justicia”, que deja a las víctimas de la “magia” a su suerte.