Recuerdo en los periódicos una fotografía de militantes de organizaciones antifranquistas calificados como “terroristas”. Las “informaciones”, además, aportaban datos sobre explosivos, artefactos y preparación de atentados. Nada era cierto. Aquellas personas habían sido detenidas, torturadas y, sin derechos ni defensa legal alguna, sometidas a parodias de juicios por fiscales y jueces franquistas. Y todo por su militancia en organizaciones que cuestionaban el Estado fundado por los militares, pero la difamación y las mentiras en la prensa eran necesarias para destruir su legítima posición política.
La prensa reproducía la “información” que le pasaba la policía política (toda lo era); es decir, el Gobernador Civil; es decir, el Ministerio; es decir, el Gobierno; es decir, la Jefatura del Estado. Franco y sus generales.
Uno de los rasgos de un sistema político totalitario es que la prensa sea uno de los brazos del Estado y no un instrumento independiente que garantice a la ciudadanía el disfrute de la libertad de expresión y opinión (naturalmente, que los fiscales y jueces no sean franquistas biológica, caracterológica e ideológicamente tendría que ser otro requisito, pero eso ya es harina de otro costal).
En el Reino de España, continuación del Estado fundado el 18 de Julio de 1936, la ciudadanía no goza realmente de ese derecho a una prensa independiente pues son mínimos los medios que intentan esa independencia, como este que me acoge. Estos días el Gobierno ha difundido nuevamente informaciones sobre una operación de la Guardia Civil para desarticular Resistencia Galega. Debe ser muy difícil y de mucho mérito desarticular un fantasma pues esa tal organización sigue siendo una presencia evanescente que aparece y desaparece a impulsos del gobierno de turno en Madrid. Una organización que nunca reivindicó su existencia, que no comete atentados y de la que no se conoce ni su organización ni su número aproximado de militantes y que solo tiene un nombre, Resistencia Galega, puesto por la propia policía del Estado es lo más parecido a los fantasmas.
Imagino que quien la inventó debió de ser alguien que imaginó a Galicia bajo el tópico de las meigas y la Santa Compaña, la procesión de los fantasmas de la parroquia.
Pero ello no impide que haya habido detenciones y largas penas que se pagan sin que existan pruebas ni siquiera un juicio, naturalmente en penales fuera de su tierra, preferiblemente en la cercanía de la capital del Estado. Las vulneraciones de derechos y el carácter ejemplarizante de las actuaciones de la Justicia española contra los presos políticos catalanes que poco a poco van siendo percibidas por la opinión pública española son la continuación de actuaciones “de excepción” que se han venido ensayando y practicando con regularidad antes en Euskadi, en Catalunya y en Galicia.
Otro rasgo de los Estados totalitarios es que, caso de no haberlo, necesitan crear sus propios terrorismos para justificar su propia naturaleza autoritaria íntima.
El carácter político último de estas actuaciones, su auténtica naturaleza, la muestra la acusación de Feijóo, el amigo de narcotraficantes y conmilitante del recientemente detenido proxeneta Juan Pérez Miramontes, de tener afectos y proximidades ideológicas con el fantasma Resistencia Galega al BNG. El enemigo es cualquier ideología o proyecto político que cuestione este Estado tal cual es.
Pero la miserable insidia de Feijóo nos retrotrae al año 2015 cuando un juez de la Audiencia Nacional, antes TOP, llama a declarar al portavoz y al secretario de organización de ese mismo BNG precisamente por si hubiese relación alguna con la tal Resistencia Galega. Esa citación y comparecencia se hizo en plena campaña electoral, ya pueden imaginar qué favor se le hacía a la organización soberanista galega que, efectivamente, aquel año perdió su representación en las Cortes.
No nos extrañe que la prensa califique de “terroristas” a personas detenidas sin que hayan sido juzgadas, reproduciendo lo que digan las policías pues la prensa en España, igual que la Justicia, el Ejército, las policías y la Administración, no rompió con el franquismo, lo continuó. Y la prensa verdaderamente profesional e independiente sigue siendo tan minoritaria como lo fue la oposición al franquismo.