Estábamos equivocados. O, como escribió hace años en un muro un sabio semianalfabeto, “emosido engañado”. Creíamos que el terrorismo era algo evidente que no necesitaba de muchas explicaciones: poner bombas en trenes de cercanías o supermercados, pegar tiros en la nuca en nombre de la patria, ametrallar dibujantes en nombre de dios, estrellar aviones contra rascacielos y cosas de este tipo. Apurando un poco, no mucho, también sería terrorismo bombardear y matar de hambre a una determinada población civil.
Pero no. El terrorismo, en realidad, es casi todo. Este es un hecho espantoso que hasta ahora sólo conocía el juez Manuel García Castellón. Y por fin nos lo ha revelado.
Puro terrorismo fue, por ejemplo, la protesta de los “chalecos amarillos” franceses en 2018 y 2019. Tres millones de participantes, autopistas y vías férreas bloqueadas, destrozos en monumentos históricos, más de 2.000 heridos (entre ellos 136 policías) y once muertos. Con una bajeza moral sin precedentes, el presidente Emmanuel Macron se avino a negociar con los terroristas.
Y qué decir de aquello que llamamos “euromaidán”, traducible como “europlaza”. A finales de 2013 empezó en Kiev, la capital de Ucrania, una devastadora acción terrorista. Decenas de miles de personas exigieron la dimisión del presidente legítimo, el prorruso Viktor Yanukóvic, y los disturbios duraron meses. Yanukóvic había impulsado una serie de leyes que, ahora lo sabemos, eran impolutamente antiterroristas (limitaban los derechos de expresión, reunión y protesta) y rechazado el acercamiento a la Unión Europea. Yanukóvic acabó huyendo. Murieron 106 personas, entre ellas 13 policías. Por motivos incomprensibles y seguramente inconfesables, el conjunto de la prensa española, incluyendo la más conservadora, aplaudió ese terrorismo.
No vamos a extendernos sobre las protestas argentinas de diciembre de 2001, cuando una población a la que habían bloqueado las cuentas bancarias y a la que habían sustituido dólares por pesos se atrevió a asaltar la Casa Rosada. O sobre los disturbios en la plaza pequinesa de Tiananmen (1989), durante los que un terrorista se paró enfrente de un tanque militar y puso en evidente peligro a sus ocupantes.
Yo creía, hasta ahora, que la efímera declaración de independencia de Cataluña en 2017 había sido delictiva. También creía que en las protestas posteriores (Tsunami y demás) se cometieron delitos, algunos de ellos por parte del gobierno y sus agentes, y que esos delitos debían ser juzgados, no amnistiados.
Sabiendo, como sé ahora, que todo aquello fue terrorismo con víctimas mortales (un señor sufrió un infarto), y que fue terrorismo porque se vulneraron los artículos dos, sobre el derecho a la vida, y tres, sobre prohibición de la tortura, del Convenio Europeo de los Derechos Humanos, estoy por pedir la perpetua para todos los encausados.
Se me escapa qué pintan ahí esos artículos del Convenio Europeo, sobre todo el referido a la tortura, pero si los invoca un juez tan famosamente imparcial como García Castellón, por algo será. Me imagino qué es ese algo, como se lo imaginan ustedes, pero no lo digo para que no me empuren, con toda justicia, por terrorismo.