Tiempo de prudencia, ya que no hay de silencio

7 de septiembre de 2023 22:04 h

0

…y se resquebrajan los cimientos del socialismo. Y las diez plagas que cayeron sobre Egipto por negarse a liberar a los hebreos caerán ahora sobre España. Y sepultarán la Transición. Y matarán al Poder Judicial. Y acabarán con la democracia.  Ha empezado lo esperado. Los guardianes de la esencias, los adalides de la democracia, los referentes indiscutibles del socialismo… Los que no pidieron el voto, no ya para Pedro Sánchez, sino para el PSOE en las dos últimas convocatorias electorales, aunque se lo reclamaran algunos candidatos locales y autonómicos. Ahora sí invocan las siglas. Han salido en tromba. Uno tras otro. Incluso nos anuncian un dueto entre González y Guerra para el próximo día 20. De momento, con cierta sincronía, interpelan a los ciudadanos, a los socialistas y a todos los demócratas sobre la amnistía que exige el líder del independentismo más irredento para investir a Sánchez. Porque es inconstitucional, ha dicho el otrora presidente del Gobierno. Porque es “insoportable”, ha añadido el que fuera su partner político en los 80 del siglo pasado.

Insoportable también fue para muchos españoles pactar, en aras de la democracia y la convivencia, con los herederos del franquismo, amnistiar de facto a un jefe de estado que utilizó su cargo para enriquecerse de forma obscena, mirar para otro lado ante la trama corrupta de los Pujol en Catalunya porque convenían entonces sus votos para la gobernabilidad de España y callar ante la amnistía fiscal de Montoro que rehabilitó a miles de defraudadores fiscales. 

Insoportables ha habido muchas escenas desde que la democracia es democracia y ante ninguna levantaron la voz quienes hoy se rasgan las vestiduras ante los micrófonos de las principales emisoras antes siquiera de saber qué hay sobre la mesa de una negociación de la que poco o nada se conoce, salvo que Puigdemont ya no dice 'o referéndum o nada' y que ha empezado, como todas, con un planteamiento de máximos.

Por obvias que resulten hay que recordar, sí, dos premisas: que Puigdemont es un prófugo de la Justicia española y que representa sólo al 1% de los españoles con derecho a voto. Pero cabe preguntarse, también, si es el momento de alcanzar un acuerdo histórico, o no, con Junts para avanzar en esa convivencia social y política por la que braman los de sobra conocidos profetas del apocalipsis.

Se llame amnistía, olvido, perdón o borrón y cuenta nueva, si alguien es capaz de plantear alguna solución más allá de inflamar el debate con un presunto desgarro, traición o fracaso como auguran los exégetas de la Constitución, que la ponga sobre la mesa. La Carta Magna, por cierto, se cambió con agosticidad, nocturnidad y urgencia extrema y no precisamente para enriquecer o favorecer la armonía, sino para empobrecernos con un corsé permanente al gasto público y con el propósito de amputar el Estado del Bienestar. Feijóo se ha atrevido a insinuar “un nuevo encaje de Catalunya” y ha tenido, ante los espasmos de los más reaccionarios de su partido, que matizar sus palabras. 

Además de la situación judicial de Puigdemont, también habrá que recordar de dónde venimos, dónde estamos y cuál es el objetivo. Venimos de una Catalunya que se declaró independiente de forma unilateral, tras celebrar no una sino dos consultas ilegales bajo la presidencia de un gobierno del PP que juró ante las tablas de la Biblia que no tendrían lugar jamás. De una Catalunya incendiada, con barricadas en las calles y con una sociedad donde el independentismo era hegemónico. 

Seis años después, la independencia ha desaparecido de las conversaciones de sobremesa entre catalanes, los partidos que la promulgan han perdido apoyos a chorros y hay una pacífica cohabitación política en el Parlament. Y a nadie se le escapará que en buena medida todo eso ha llegado con la ayuda de los indultos a los procesados por el 1-0 que, para quienes lo hayan olvidado, algunos estuvieron tres años en la cárcel. 

Ahora, se busca la consolidación de todo ello. Hay espacio para el reencuentro, para que la vieja convergencia -aquella con la que Aznar hablaba catalán en la intimidad  mientras sabía como todos ellos del célebre 3%- vuelva a hacer política y contribuya a la gobernabilidad de España, como antes hizo ERC. La alternativa sabemos cuál es porque ya opera en comunidades y  ayuntamientos donde el PP gobierna en coalición con Vox.

Hay quien argumenta, no sin razón, que la amnistía de 1976 fue un acto de reconciliación para que la democracia naciera sin los lastres del pasado y que la que pide Puigdemont sólo busca impunidad a cambio de votos. Y añaden que lo que esconde no atiende al interés general. ¿En nombre de quiénes hablan? ¿Acaso hay algún español que prefiera el enfrentamiento a la concordia? Que lo digan.

Es obvio que Sánchez necesita esos votos, que antaño tanto él como sus ministros se mostraron radicalmente en contra de una amnistía, pero también que ni analistas, ni comunicadores, ni referentes históricos de los partidos saben lo que los negociadores están hablando ni hasta dónde está dispuesto a llegar el PSOE. Convendría a esta entonces que González, Guerra y todos los guardianes de las esencias abrieran un tiempo de prudencia, ya que de silencio ya han demostrado que no están por la labor. 

P.D. Si se trata de respetar la Constitución, su letra y sus tiempos este es el momento de Feijóo, que para eso se lo ha mandatado, como él insiste, Felipe VI. Que siga buscando apoyos, que nos ilustre con sus recetas y que se someta al veredicto del Parlamento. Luego, Sánchez ya tendrá que explicar con detalle lo que propone y el contenido de sus conversaciones con los independentistas.