Con la tierra de mil campos de las latas
De chaval me dejé más de un domingo los gemelos en el campo de las latas, el Pedro Vives del Club Deportivo Aviación, en el barrio de Las Águilas. Hace unos días fue demolido por un ayuntamiento que gobierna contra la inmensa mayoría de los madrileños y madrileñas, gestionando una cotidiana barbarie a favor de unos pocos privilegiados y sus negocios, al servicio del dinero y contra las personas. Con el Pedro Vives se nos ha ido un pedazo de la historia de Madrid. A los que un día pisamos el balón sobre su tierra, nos han arrebatado además un trozo de vida.
De mi infancia me llega el recuerdo del invierno en los campos de tierra y cómo el juego del fútbol se transformaba en una danza de inteligencia y, sobre todo, de resistencia. Levantar la pelota, dosificar los esfuerzos, huir la batalla a lo Lawrence de Arabia para construir una inverosímil alianza con el charco, el viento o el bote chueco de la pelota. Con las botas hasta arriba de barro y calados hasta los huesos, el valor del resultado encogía ante el deseo de que pasaran los minutos y llegara la ansiada ducha caliente, la mayoría de las veces habitante imposible de una república repetida de bombonas de butano sin butano y de calentadores que no calentaban.
El fútbol es un espejo del mundo en que vivimos. Nos habla acerca de la insoportable distancia entre una minoría privilegiada y una mayoría cada vez más empobrecida. También de la violenta transformación de un bien común en un negocio privado. En ese viaje de lo común a lo particular se juega una suerte de privatización. Lo dijo hace tiempo César Luis Menotti, “le han robado el fútbol a la gente”. El campo de las latas y los chavales y chavalas de “El Avi” son una metáfora de Madrid. La infame demolición del Pedro Vives se inscribe en una constante política de robo de la ciudad a sus habitantes. Donde ayer había un campo de fútbol en el que jugaban y se aprendían cientos de niños y niñas, hoy hay escombros. Por encima del vuelo cotidiano y a ras de suelo de las Las Águilas se alza despótica la sempiterna alianza de la gaviota con el halcón de la especulación urbanística. Una historia demasiado tiempo repetida. El Pedro Vives no era un simple campo de fútbol, era el corazón de un barrio. Hoy es, además, una parte de todos nosotros y nosotras.
Las palabras funcionan cuando nombran lo real, también cuando ayudan a imaginar lo posible y lo imposible. Entre lágrimas y con los puños cerrados por la rabia, el presidente del Club Deportivo Aviación ha calificado el derribo del campo como una cacicada. Juan José Carrasco es un hombre sencillo, una persona corriente. Por eso sus palabras nombran las cosas desde el sentido común, ese que sabe que cacique y casta no remiten a una simple retórica, sino que expresan un diagnóstico certero de la ciudad que es Madrid y del país que es España. Juan también ha asegurado que los niños y niñas que se han quedado sin campo de juego, seguirán entrenando y jugando donde sea.
Ángel Cappa, un genuino madrileño de la Argentina, defiende que no se puede reducir el fútbol a un resultado. También dice que el triunfo y la derrota son dos impostores. Puede que se haya perdido el campo de las latas, pero “El Avi” sigue vivo y el juego del fútbol, contra el viento del negocio y la marea del interés privado, continúa siendo común e invencible. Las lágrimas de los chavales de Las Águilas no son sólo lágrimas, ya son la dignidad de todos y todas las madrileñas de bien. De las personas honestas que viven de su trabajo y pelean un mañana mejor para los suyos. Del anónimo entrenador que se sigue llenando de barro con sus chavales en los inviernos del fútbol de barrio. Del padre y de la madre que madrugan en domingo para llevar a sus hijos e hijas a correr detrás de una pelota. De aquellos anónimos ciudadanos y ciudadanas de la dignidad que en el día a día de los campos de tierra pelean el milagro de las duchas de agua caliente y las bombonas de butano. Porque si hay una ciudad de los caciques y de la casta, también hay un Madrid de la honradez y de la dignidad.
A ese Madrid, a punto de perder su alegría, le ha nacido la posibilidad de un futuro otro. Primero fue un 15 de mayo en la Puerta del Sol. Luego fueron las mareas de uno y otro color, el sí se puede de los escraches y los desahucios detenidos. Más tarde un 25 de mayo en el que se alumbró la oportunidad de un giro electoral. Ahora es la ilusión compartida que se viste de candidatura ciudadana y que nos convoca a ganar Madrid. “El Avi” y su campo de las latas aparecen hoy como una de sus brújulas más preciadas. Las gentes del Club Deportivo Aviación y del barrio de Las Águilas, con su truncada resistencia pacífica a las excavadoras y a los especuladores, han escrito con tiza sobre los escombros de su campo de tierra arrebatado el mensaje de la política que necesitamos. Una que, como el poder y todo lo que se le resiste, habita por todas partes y no sólo en las instituciones. Que, más allá de las necesarias emociones, se construye desde los afectos que nacen en el hacer común del codo con codo. En torno a los problemas que se comparten y desbordando las identidades y los significantes. Decidida a dar la batalla para que las diferencias no se conviertan nunca en desigualdades. Con herramientas radicalmente democráticas, de protagonismo ciudadano y habitables por cualquiera. Un hacer colectivo que, como el zurdo que juega por banda derecha o el portero que sube a rematar un córner, rompa con lo proscrito y lo prescrito para que, a fuerza de ética, inventemos otra ciudad y otra política. Un Madrid de sus gentes con un Gobierno honrado y honesto que obedezca a sus habitantes. Para que mil “Avis” florezcan con la tierra de mil campos de las latas.