No pensé que nos veríamos en esta tesitura, pero henos aquí otra vez, hablando de la dichosa tilde de “solo”. Varios medios han publicado que la RAE ha recuperado la tilde de “sólo”, una tilde polémica que lleva años coleando y que se resiste a desaparecer gracias a que cuenta con una legión de fans enfervorecidos que prefieren la muerte antes que dejar de tildar “solo”.
Por si hay alguna alma cándida que aún no conoce la polémica, resumimos: la palabra “solo” puede ser tanto adjetivo (“Me gusta viajar solo”) como adverbio (“A las alubias solo les he puesto sal”). Para diferenciar un uso de otro, basta ver si podemos sustituir “solo” por “solamente”. Si el resultado suena natural, es que estamos ante un adverbio. Durante un tiempo se instauró la regla de que “solo” llevaba tilde cuando es adverbio (cuando equivale a “solamente”), pero la Ortografía de 2010 dejó de recomendar su uso y hoy solamente se considera aceptable en casos ambiguos (y ni siquiera es obligatoria). Desde entonces, hordas de hablantes reivindican esa tilde inútil y antisistema con una pasión futbolera desmedida.
Volviendo a la noticia, ¿ha vuelto a ser obligatoria la tilde en “solo”? En realidad, no. Según se lee en algunas informaciones (y a la luz de lo que la propia RAE ha comentado en Twitter), la recomendación sigue siendo no tildar “solo” nunca, aunque se considera aceptable (que no obligatorio) tildarla si quien escribe considera que la frase puede ser ambigua sin tilde. Es decir, nada nuevo bajo el sol: “solo” no lleva tilde de manera general, pero dejan un resquicio legal en los casos ambiguos para que los cofrades de la santa hermandad de la tilde en “solo” puedan seguir dándose el gusto de tildar sin sentir que cometen una falta. Así que estamos donde estábamos.
¿A santo de qué la polémica pues? La noticia viene de que supuestamente la RAE está en proceso de remozar su Diccionario panhispánico de dudas, un diccionario estupendo y con gran solera que recoge dudas lingüísticas habituales en castellano pero que luce hoy un poco añoso y necesita una revisión. En el proceso de revisión de la obra se han encontrado con la muy espinosa tilde del “solo”, y ha habido un cisma entre los académicos sobre qué hacer con ella: los lexicógrafos, que quieren abolirla definitivamente, y los escritores, que se agarran a ella y quieren mantenerla tal y como está. Parece ser que en el pleno de académicos de este último jueves la decisión ha sido la de indultar a la tilde, que se mantendrá como opcional en caso de ambigüedad tal y como ya estaba, es decir, afeando nuestro límpido sistema de acentuación para regocijo de escritores y otros tildistas empedernidos.
Porque lo cierto es que el sistema de acentuación en castellano es bastante claro y robusto. El grueso de las reglas de acentuación se apoya en criterios puramente formales: las esdrújulas se acentúan siempre (“lóbulo”); las agudas solo si acaban en N, S o vocal (“bombón”, “ciprés”, “rubí”); las llanas si no acaban en N, S o vocal (“árbol”); los monosílabos nunca, etc. Hay algunos flecos que complican la elegancia del sistema, como las tildes diacríticas (“Quiero un té” versus “Te quiero”) o la palabra “guion” (que ortográficamente es monosílaba pero que mayoritariamente pronunciamos y percibimos como dos sílabas), pero por lo general el sistema es bastante transparente y (he aquí el meollo de la cuestión) predecible: si sé cómo se pronuncia una palabra, entonces sé cómo escribirla; y si veo una palabra escrita, sabré cómo leerla, aun cuando no la haya oído nunca antes. Ganancia tanto para quien lee como para quien escribe.
Este sistema tan limpio nos ahorra horrores como las tildes etimológicas, que sí existen en otros idiomas, como por el ejemplo el francés, donde algunas palabras llevan acento circunflejo para indicar que esa palabra tuvo en su día una antigua S hoy perdida (como en “hôpital”). De facto esto conlleva que los hablantes se tienen que saber de memoria cuándo hay que poner ciertos acentos, porque no se pueden deducir. Una complicación ortográfica basada solamente en la nostalgia de unos pocos y que supone una nula ganancia comunicativa. De qué me suena a mí esto.
“¡Pero la tilde en ”solo“ sí supone una ganancia comunicativa!”, arguyen incansables las huestes solotildistas. Para justificar su posición, sacan el ya clásico arsenal de ejemplos descontextualizados en los que “solo” es ambiguo. “Estuve solo en casa”. “Voy solo al parque los domingos”. Con las reglas de acentuación en la mano, “solo” (que es llana y acaba en vocal) no debería llevar tilde, pero los tildianos insisten en que sin esa tilde los enunciados se vuelven irremediablemente ambiguos, olvidando que desambiguar no es el cometido del sistema de acentuación y que además toda frase descontextualizada es potencialmente ambigua y no por ello nos dedicamos a poner tildes aquí y allá para deshacer ambigüedades.
En “Esta noche voy a tener sexo seguro”, ¿nos referimos a que vamos a tener sexo con protección o que lo vamos a tener con certeza? Es un caso muy similar al de la cacareada tilde de “solo” (una palabra que puede ser adjetivo o adverbio según contexto), pero que no hace correr ríos de tinta. Merece la pena recordar además que en la oralidad no hay tildes que valgan (sin que por ello reine el caos y la incomprensión), y si una frase por escrito resulta ambigua entonces es que está mal redactada y lo que tenemos que hacer es reformularla, no darnos palmadotas en el pecho pidiendo tildes injustificadas que ensucian las reglas de acentuación y añaden a un sistema deducible excepciones que hay que saberse de memorieta. La tilde en ‘sólo’ no se explica por necesidad de desambiguar, sino por apelación a la tradición escolar. “Es que a mí me lo enseñaron así”.
En último término, esta ocasión perdida para eliminar la tilde en “solo” definitivamente de nuestras vidas ilustra algunas de las cosas que están mal en la RAE. Al pleno de la academia ha llegado una cuestión puramente técnica que atañe a la ortografía (qué hacer con la tilde de “solo”). A pesar de tener argumentos lingüísticos sólidos a favor de su eliminación, la balanza se ha decantado por mantener las cosas tal y como están (conservar la posibilidad de tildar solo en casos ambiguos), satisfaciendo las demandas de los escritores del pleno y contraviniendo el parecer de los especialistas.
La cuestión es qué pinta en todo esto la opinión de los escritores. La lingüística es una disciplina científica y el hecho de ser hablante de un idioma no hace a alguien experto en cuestiones técnicas sobre la ortografía, de la misma manera que caminar por la calle no te hace urbanista ni tener músculos te convierte en conocedor de anatomía. En el pleno de la academia hay lingüistas y gramáticos muy queridos que cuentan con el respeto de toda la profesión. Pero también hay un batiburrillo de escritores, artistas, periodistas o juristas a los que no se les exige ningún conocimiento de lingüística pero cuya opinión cuenta lo mismo que la de los lingüistas consagrados del pleno o la de los técnicos que trabajan en la casa, que son quienes verdaderamente saben aquí de lengua.
Es comprensible que los escritores tengan sus preferencias ortográficas (como las tenemos todos). Pero las filias lingüísticas particulares no deben (o no deberían) tener cabida en decisiones que son estrictamente lingüísticas. Los escritores son muy dueños de declararse insumisos de la regla académica y tildar según les dicte su nostalgia, pero no es razonable condicionar las decisiones de un pleno que se supone técnico y del que se esperan decisiones sólidas y argumentadas para que algunos escritores puedan ver sus inclinaciones ortográficas (que los criterios lingüísticos no avalan) convertidos en norma.
Aunque el hecho es que no ha cambiado nada (la tilde en “solo” se sigue admitiendo excepcionalmente en caso de ambigüedad) hemos perdido ocasión de desterrar de una vez por todas un despropósito ortográfico que solo se puede justificar apelando a la tradición y la nostalgia. Esta vez han ganado los malos. Ojalá que la próxima vez que haya que escribir sobre este tema sea para enterrar definitivamente una tilde que nunca debió ser.