Un tipo raro
Los debates electorales son como las discusiones. Se ganan y se pierden según a quién le preguntes. Resulta más fiable valorar si has conseguido decir todo cuanto querías decir y que el otro hable de lo que a ti te conviene; o si lo ha conseguido tu oponente. Kamala Harris logró emplazar todos y cada uno de los mensajes que llevaba preparados y que Donald Trump hablase de lo que a ella le convenía y cómo a ella le convenía.
Otro indicador fiable suele ser la valoración sobre los conductores del programa. Cuando el resultado ha sido favorable nadie se queja del árbitro. El equipo de Joe Biden culpó de su debacle a los moderadores de la CNN —Dana Bash y Jake Tapper—, alegando su incapacidad para cortar en seco la riada de bulos del candidato republicano. El equipo de Trump ya estaba denunciando al minuto siguiente que su hombre había debatido en realidad con tres, Harris más los dos presentadores —Lindsay Davis y David Muir— de la ABC, con quienes llegó a enzarzarse sobre si había perdido o no las elecciones.
Kamala Harris se hizo con el escenario desde el momento que cruzó el set, se acercó al atril de su rival, se presentó y le ofreció la mano. No hay nada que desconcierte más a un maleducado que la buena educación. Les deja más fundidos que un insulto o un desdén. Cuando Trump se recuperó del apretón de manos ya había pasado medio debate.
La candidata demócrata llevaba tres objetivos en mente: acreditar autoridad presidencial, conectar con la clase media y el votante medio demostrándoles que tiene planes para ellos y presentarse como la nueva en un mundo de viejos. Cumplió los tres y se llevó, además, el bonus de poner a la defensiva a Trump por primera vez en años.
El candidato republicano no dejó un solo cebo sin morder. Desde ponerse a halagar el tamaño y el divertimento de las masas que acuden a verle, pasando por los inmigrantes que asesinan perros y gatos del vecindario, hasta reducir la lista de líderes que admiran a Victor Orban. Hubo momentos de la noche en que Trump recordaba a ese tío abuelo a quien hay que dejar hablar y soltar sus delirantes batallas mientras la mitad de la familia se cruza miradas conmiserativas y la otra mitad pone caras y le imita. Cada minuto parecía más ese tipo raro del que habla Tim Walz, el candidato demócrata a la vicepresidencia.
El cambio de Biden por Harris dejó a Trump sin campaña. Lleva buscando una desde entonces. En el debate siguió sin encontrarla. De ahí que eche tan irremisiblemente de menos al otro señor mayor con quien debatía antes y todo era mucho más fácil.
Los noventa minutos del encuentro se resumen a la perfección en las intervenciones finales. Kamala Harris aprovechó sus dos minutos para fijar de nuevo sus mensajes, apelar directamente a ese votante común y corriente con quien buscó conectar toda la noche y hablar de futuro. Donald Trump los dedicó a hablar de Harris mientras avisaba del fin del mundo y parecía aún más raro.
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