Hace una eternidad conocí a un tipo que había remontado Robocop 2. En su opinión, el guion de la peli era bueno, pero estaba mal rodada y peor montada. Había subtramas innecesarias y algunas escenas eran demasiado largas. Por entonces no existían las redes sociales. No había un foro donde clamar contra los responsables de aquella potencial joya cinematográfica desvirtuada en la sala de montaje. Así que aquel tipo se instaló en el PC una copia pirata del AVID y realizó su propio corte de Robocop 2.
Yo lo tomé por alguien excesivamente desocupado, casi seguro afectado por algún tipo de trauma en el que no quise adentrarme. Lo que resultaba indudable es que era un gran fan de Robocop. El mayor, tal vez. ¿Cómo iba yo a ser que se trataba de un visionario? ¿Cómo podía imaginar que se estaba adelantando a su época lo menos veinte años?
Mientras escribo esto, la petición en Change.org para que se rehaga la octava temporada de Juego de Tronos “con escritores competentes” supera el millón trescientas mil firmas, y el contador sigue aumentando ante mis ojos. La página anima, entre exclamaciones, a alcanzar el millón y medio. No sé por qué. Tal vez con esa cifra un directivo de HBO se encoja de hombros y diga: “a la mierda, haced caso a esos pirados”.
No es un fenómeno nuevo. De cuando en cuando, las masas ociosas, incapaces de crear por sí mismas, se organizan caprichosamente, sin líderes, como amebas en una placa de Petri, y lanzan sus iras contra los creadores.
Pasó con el último capítulo de Los Soprano, escrito y dirigido por David Chase, el mismo que se inventó la serie. Un sujeto por lo general competente que, mira por dónde, no tuvo la menor idea de cómo terminar su propia obra. Maldito imbécil. Anda que no podía haberme preguntado a mí, vecino de Alcorcón, 38 años, auxiliar administrativo de baja porque me torcí un tobillo el domingo en la pachanga que tengo con los de BUP. (Este párrafo es una dramatización. Cualquier similitud con personas reales es pura coincidencia).
Al menos, el tipo aquel que conocí en los 90, el fan de Robocop, era autónomo y proactivo. No iba por ahí exigiendo a la industria del entretenimiento que hiciesen las cosas a su gusto. No envió un airado burofax a Orion Pictures preguntando qué mierda era aquella. Se limitó a dedicar un pequeño trozo de su vida a remendar las aventuras de Alex Murphy, parte hombre, parte máquina, todo policía. Me pregunto qué habrá sido de él.