Voy a empezar por el final. Parecía que la sesión de este miércoles nos iba a dejar la perla del interrogatorio que Vox haría a Rajoy sobre su actuación ante lo que este partido considera una rebelión y así fue, pero a última hora, el cierre de la sesión del miércoles nos dejó también el primer error claro cometido por Marchena en su función como presidente del tribunal. Fueron varios encadenados y todos se produjeron cuando Baños, de la CUP, se negó a contestar a las preguntas del abogado de Vox por dignidad democrática. Los testigos tienen que responder a todas las partes y con obligación de decir verdad. No hay más tu tía. Mucho debe comprender el magistrado Marchena el asquito que da que te interrogue una acusación de un partido de ultraderecha para haber intentado una solución insólita e inaceptable que dejaba en una situación tremenda al tribunal. El presidente se ofreció a hacer de muñeco de ventrílocuo para Baños. Lo inimaginable. El testigo se niega a hacer lo que tiene obligación de hacer y el presidente del tribunal se ofrece de Monchito. Ya les conté que Marchena, que ha sido toda la vida fiscal, llegó al Tribunal Supremo en el que no se hacen casi vistas, así que no ha tenido oportunidad de rodarse mucho en la policía de sala. Luciano Varela estaba que se presidía encima. Sólo hay que revisar las imágenes. Pararon un momento para deliberar. Aun así a la vuelta, Manuel Marchena no aplicó bien el artículo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que prevé estas situaciones. Primero tenía que haberle apercibido de su desobediencia, haberle impuesto una multa y, en último término, deducir testimonio por delito de desobediencia grave al tribunal. En lugar de eso se enredó en una extraña frase sobre que el juez viera a ver si había responsabilidades penales. Todo el mundo tiene un día malo. Este incidente se reprodujo ya en el juicio del 11M con Díaz de Mera, director general de la Policía, y su negativa a revelar una fuente. Allí se cumplió a rajatabla el ritual que marca la ley, no sin darle todas las oportunidades de reconducir su actitud. Parece que luego el tribunal lo enmendó multándoles en secretaría pero eso es un apaño, no lo que debe ser.
A esta explosión final se llegó después de una larga jornada de testimonios de políticos citados por Vox y por las defensas, ninguno de los cuáles tendría que haber declarado ayer. Eran los testigos de Fiscalía los que tenían que comenzar pero acucian las elecciones así que llegaron primero.
Yo me voy a ahorrar mi opinión sobre las múltiples valoraciones políticas que se hicieron durante la jornada. Aquí se trataba de ver si los testigos podían aclarar hechos que se integrarán en unos determinados tipos penales y, sobre todo, en el de rebelión. Para eso había llamado Vox a Rajoy. Vox es el único partido y la única instancia que al día siguiente del referéndum ilegal ya estaba seguro de que se estaba asistiendo a un golpe de Estado. Por eso el día 3 de octubre le dio un ultimatum a Rajoy: si en 48 horas no mandaba detener a los golpistas y secesionistas le pondrían una querella. Como ya serán conscientes nadie hizo caso a aquellos tres pirados posando delante del Tribunal Supremo y la querella se puso aunque luego fuera archivada por cinco de los miembros del mismo tribunal que hoy le ha recibido testimonio. Vox ha llamado a Rajoy para preguntarle por qué no vio la rebelión y por qué no aplicó medidas más contundentes contra ésta. Ese era su leitmotiv. Lo que pasa es que, según quedó claro el miércoles, Ortega Smith es más de tuits y de soflamas porque en sala se quedó a medias. No llegó a formular claramente su pregunta acusatoria. Aun así, supimos por sus preguntas que Rajoy piensa, como yo y otra mucha gente, que el artículo 155 era la respuesta idónea para el reto que el incumplimiento de la legalidad supuso en Cataluña. La teoría de Vox es que el 155 no es un artículo previsto para sofocar rebeliones y, la verdad, lleva razón. Así que si era el adecuado quizá es que Rajoy nunca fue consciente de estar sofocando un alzamiento violento, un golpe de Estado.
Esta argumentación podía haber sido muy bien explotada por las defensas que, sin embargo, tampoco se emplearon a fondo en ella. Hasta donde sé, no lo hicieron porque no vieran la importancia sino porque les pareció “arriesgado” porque se les podía dar la vuelta. Los cobardes no escriben la historia. No obstante creo que Rajoy nunca les hubiera dicho que estaba sofocando un alzamiento violento. Rajoy es un tipo escurridizo y difícil de interrogar pero dejó muy claro ayer cuando le preguntó el fiscal, él sí intentando rascar para su lado, si el gobierno estaba preocupado por la posible violencia que se pudiera desatar: “Yo estaba preocupado porque la situación no era normal (...) el 155 se prevé para una situación límite”. Ni rozó la palabra ni la rozó. Rajoy es un tipo escurridizo, tan escurridizo al menos como el tipo penal de la rebelión que aparece de forma fugaz en la sala, una y otra vez, sin que veamos que la Fiscalía o las acusaciones consigan atraparlo y fijarlo en la memoria del tribunal. Ahora es cuando empieza el baile, ahora empieza lo aburrido y lo sustancial.