En un país tan dado a la fiesta y el cachondeo, resulta cómico que algunos de los mayores problemas para Manuela Carmena hayan venido del mundo de los festejos populares, antes la Cabalgata de Reyes y los toros, ahora el Carnaval. Queda claro que el Partido Popular y sus medios de cabecera no aceptaron quedarse sin mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Madrid y por tanto sin alcaldía, y que han utilizado todos los recursos posibles para intentar desgastar a Carmena y presentarla como lo que no es. Es la misma táctica que le estalló en la cara a Esperanza Aguirre en el famoso debate de campaña en Telemadrid, pero que puede tener otros efectos cuando funciona como la gota malaya y si en algunas ocasiones se origina a partir de errores propios que son convenientemente presentados como una hecatombe sociocultural.
Con las inevitables dosis de humor negro a las que hay que recurrir para comentar la situación política de este país, no es difícil recurrir a algún capítulo de Los Simpson, con una de esas funciones de Krusty el payaso pasado de rosca delante de su público, para imaginarse lo que ocurrió en el espectáculo infantil de títeres, origen de la actual polémica, en el que ocurrieron todo tipo de cosas horribles: cuchilladas, violaciones y ahorcamientos.
Pero risas siniestras aparte (y a cuenta del ahorcamiento del juez podemos también recordar todos esos chistes de abogados que acaban con ellos en el fondo del mar), lo que es indudable es que nos encontramos ante una grave negligencia del Ayuntamiento. Dentro de sus actividades con motivo del Carnaval, organizó un espectáculo aparentemente dirigido a los niños, o eso creyeron los padres que llevaron a sus hijos, que acabó pareciéndose a una película de Lars von Trier, una de las chungas.
Sólo por eso la concejal de Cultura, Celia Mayer, debería dimitir como responsable político de esa negligencia. No vale con rescindir el contrato de los encargados de contratar el espectáculo ni alegar que los grupos se eligen sin más referencia que la sinopsis que envían al Ayuntamiento. Si es así, es una mala utilización de los recursos públicos o una dejación de funciones. Los ciudadanos tienen derechos, y uno de ellos es saber que una actuación cultural organizada por la institución corresponde a lo que se anuncia de ella. Y si no está dirigida a los niños, debe comunicarse con antelación.
Ignorar esa responsabilidad es exactamente lo que ha hecho Esperanza Aguirre desde que empezaron a surgir como setas después de un día de lluvia los corruptos en el PP de Madrid, incluidas personas elegidas por ella o de su más directa confianza. Ni Carmena ni Ahora Madrid necesitan copiar los requiebros políticos en los que Aguirre es una maestra con larga y contrastada experiencia.
El caso es que dentro de la actuación alguien del grupo sacó un cartel con el texto “Gora Alka-ETA”. Con una trama tan delirante, a saber cuál era la intención. No una realista, supongo, dado que no consta que haya muchos seguidores de Bin Laden en Granada, de donde viene el grupo de titiriteros. O quizá sean sólo artistas sin muchas luces. Cada uno puede imaginar lo que quiera. Provocación, arte de vanguardia, humor negro o, como dicen algunos, una forma de denunciar al policía que coloca pruebas para incriminar a un inocente. Tanto da, sólo contribuye a dejar aún más patente que esa obra nunca debió representarse ante 30 niños.
La representación teatral continuó en la Audiencia Nacional, aunque esta vez sin niños delante y con un libreto no menos demencial. Dos titiriteros fueron detenidos y enviados a prisión por el juez Ismael Moreno por la acusación de un delito de enaltecimiento del terrorismo. A menos que los dos presos fueran a huir y esconderse en alguna cueva de Afganistán para seguir allí con sus fechorías, la medida es un abuso del poder con el que cuenta un juez y que sólo se puede entender en el contexto de la lucha política que tiene lugar en Madrid.
Acusaciones similares ante la Audiencia Nacional han acabado con condenas menores o en algún caso con una pactada con la fiscalía por un año de prisión que no han supuesto ingreso en la cárcel. Pero el juez ha decidido en este caso utilizar la prisión preventiva para lo que no es, como forma de castigo social y de obtener una condena mucho antes de que comience de hecho la instrucción del caso.
Hay que leer el auto del juez para comprender que el magistrado ha decidido adoptar el papel de tercer titiritero en esta comedia negra con su justificación del ingreso en prisión de los detenidos. Sí, Moreno tiene una teoría sobre ese chiste malo de “Alka-ETA”, y no, no cree que sea una distorsión con fines satíricos, sino una conspiración hábilmente armada, “pues tal hecho, supone enaltecer o justificar, públicamente los delitos terroristas cometidos no sólo por la Organización Terrorista ETA, sino también por AL-QAEDA, pues los propios investigados han manifestado en sus declaraciones judiciales que la expresión Alka es un ”juego de palabras“, referido a la Organización terrorista antes citada, por lo que la traducción del contenido de la pancarta o cartel exhibidos viene a significar ”VIVA AL-QAEDA-ETA“, o de quienes han participado en la ejecución de actos terroristas, conductas éstas tipificadas en el artículo 578 del Código Penal vigente”.
Y con ese “viene a significar” el juez entra en el terreno del comentario de texto, ¿crítico teatral quizá?, e interpreta un “juego de palabras”, una expresión que suele tener en el mundo real al menos una intención irónica, no siempre divertida, para tomar una de las decisiones más graves que está en manos de un servidor público del sistema de justicia. Una deducción que sería descrita como patéticamente ridícula si la viéramos escrita en una columna de opinión se convierte en motivo suficiente para enviar a la cárcel a dos personas.
Con esa argumentación, hay motivos para invitar al juez Ismael Moreno a que participe en los actos de carnaval del próximo año. Pero que no lleve puesta la toga, porque podrían acusarle de enaltecimiento del desprestigio de la Justicia.
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12.10
CNT de Granada ha hecho público un comunicado en el que explica de forma detallada el argumento y mensaje político de la obra La Bruja y Don Cristóbal representada por la compañía Títeres desde abajo, que se estrenó en Granada en dos funciones en enero.
Y con respecto al público al que va dirigida, que obviamente no es el infantil, dice: