La tamborrada de enero es a los donostiarras lo que la Feria de Abril a los sevillanos en primavera o los Sanfermines a los pamplonicas en verano. Un día grande. Pero como este año pandémico no podrán salir a la calle a celebrarlo, Iván Redondo (San Sebastián, 1981) ha decidido festejarlo por todo lo alto con su primera entrevista como director de Gabinete de la Presidencia del Gobierno.
No busquen en las páginas del domingo en el Diario Vasco nada que tenga que ver con la actualidad política, ni con la gestión de la pandemia, ni con las diferencias entre socios de Gobierno, ni con la estrategia política, ni con su particular forma de dirigir la comunicación “monclovita”. Lo advierte en las primeras líneas el autor de la entrevista, Alberto Surio, a quien hay que reconocer el mérito de que el hombre que se atribuye todos los éxitos de Pedro Sánchez y se escabulle de todos los fracasos, reconozca al fin que en torno a su persona “hay más ficción que realidad”.
Ya se sabe que en el arte de aparentar hay una profunda obsesión por el ser y quienes pululan por la órbita gubernamental le acusan precisamente de eso, de presentarse como el hacedor de todo y el responsable de nada. No será por carecer de poder, que se lo ha dado todo el propio presidente del Gobierno. El caso es que hay que tener mucha habilidad como la que tiene el director del gabinete de Sánchez para acumular tanta competencia y tanta coordinación y llenar una conversación de tres páginas sin decir nada relevante.
Redondo es un maestro de la publicidad y la propaganda, aunque no eran estas las disciplinas exigibles hasta ahora para ser director de gabinete, ostentar una secretaría de Estado o llevar las riendas del Consejo de Seguridad Nacional y la Oficina de Estrategia de País y de la Unidad de Seguimiento del Fondo de Recuperación post pandemia. Todo eso acumula un hombre que no es ministro ni vicepresidente, pero del que algunas crónicas hablan como si fuera el mismísimo presidente del Gobierno. Y aun así, la primera vez que se decide a sacar el tambor no sea más que para contar que se levanta a las 5 de la madrugada, que en Madrid hay muchas conspiraciones y que la calefacción de La Moncloa estalló tras la nevada, lo que demuestra que en política unos sacan a pasear simplemente el tambor y otros directamente lo aporrean, como fue el caso de Pablo Iglesias el mismo día en el que Redondo se estrenaba en el formato entrevista.
El vicepresidente segundo, que no es donostiarra sino madrileño, no se anduvo por las ramas y desde el comienzo de su reaparición en Salvados, ya dejó claro que Redondo es “un peón convertido en reina” que viene de la derecha política, y que el estilo de Unidas Podemos no es hacer política con asesores que carezcan de ideología. También dijo que los poderosos, en alusión a banqueros y empresarios, “son peores” de como les pintaba él mismo antes de entrar en el Gobierno. ¿Presiones?, le preguntaron. “¿Alguien tiene alguna duda de que las patronales inmobiliarias no presionan al Ministerio de Economía?”, respondió con una interpelación retórica que apuntaba directamente sobre Nadia Calviño.
Iglesias se asomó a la televisión para marcar territorio, deslizar que sigue sin fiarse de Pedro Sánchez, denunciar que “tenemos una democracia limitada”, lamentar que tener el Gobierno no es tener el poder, explicar a su parroquia que en la política todo viene dado por la correlación de fuerzas y solemnizar que sus 35 diputados dan para lo que dan. Y que aun así lo impulsado desde la mesa del Consejo de Ministros no hubiera sido posible sin su presencia en el Gobierno. Con todo, vino a advertir que la Legislatura no caerá antes de tiempo porque los números son los que son y porque el PSOE no tiene más remedio que aguantar su presión y sus mandobles. Pero el redoble de tambor que más soliviantó a los socialistas y a quienes no lo son fue con el que comparó a Carles Puigdemont con los exiliados republicanos como si unos no hubieran defendido la legalidad constitucional de la República y sufrido la persecución de una dictadura y el otro no se hubiera saltado la ley y no viviese a cuerpo de rey en Waterloo.
Lo dicho: hay tambores con diferente sonoridad, incluso dentro del mismo Gobierno. Y lo más preocupante es que un vicepresidente denuncie que en este país hay empresarios, banqueros o magnates de la comunicación –a quienes no ha votado nadie– capaces de torcer el brazo al Ejecutivo y hagamos como que no hemos escuchado nada. El último que apague la luz (si antes no se la han cortado).