¿Todavía hay partido?

Carlos Elordi

29 de junio de 2023 21:53 h

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Las encuestas siguen dando ganador al PP sobre el PSOE. Algunas por mucho -hasta más de 8 puntos-. Otras por menos. Y sólo unas pocas vaticinan que el bloque de derechas PP-Vox lograría la mayoría absoluta. Algo está cambiando, sin embargo. El PP parece haberse frenado e incluso podría estar cayendo ligeramente, mientras que el PSOE recupera un poco, sin que Sumar pierda como consecuencia de ello. Con todo, la perspectiva más sólida sigue siendo la derrota de la izquierda.

Y ese es el mayor obstáculo para la campaña de la izquierda. Porque en estos momentos el principal atractivo de Alberto Núñez Feijóo es que aparece como ganador y ese suele ser un argumento decisivo para una masa de votantes que no tiene opciones claras y que suele caer del lado del vencedor sin otro motivo que justamente ese. El equipo de Pedro Sánchez parece dar mucha importancia a ese factor y de ahí que el líder socialista insista una y otra vez que él cree que va a ganar, con una firmeza y un entusiasmo realmente notables.

Se diría que en las últimas semanas la eficacia comunicativa de Pedro Sánchez, más afinada que nunca, ha cambiado el tono del panorama. Al menos ha logrado que no pocos cuadros y votantes de izquierda hayan perdido buena parte del desánimo que expresaban hace poco. El ambiente ha cambiado un tanto, aunque seguramente la gran masa de votantes no se ha conmovido particularmente. Desde luego no los de derechas que siguen firmemente en torno a su partido, sea éste el PP o Vox.

Las encuestas no dan indicaciones de si se ha frenado la marcha de votantes potenciales hacia las filas del PP que, sin ser masiva, fue importante para explicar los resultados de las municipales y autonómicas. Algunos técnicos aseguran sin embargo que ese proceso ya se ha frenado.

La izquierda ha llevado la voz cantante en el debate público en los quince últimos días gracias a su denuncia airada de las consecuencias de los pactos del PP con Vox en la Comunidad Valenciana y otras autonomías. Sin hacer un gran esfuerzo, además, porque algunos exponentes regionales y locales del partido de Santiago Abascal no se han privado de lucir sin tapujos su ideología más extrema e intolerante para indignación de no pocos y el temor a su futuro de algunos colectivos vulnerables.

Feijóo no ha sabido ordenar ese proceso que su partido debería tener previsto, permitiendo a Vox una libertad de movimientos que ha sabido aprovechar sin límites. Es un fallo que unido a otros de similar cariz sugiere que el PP y su líder mismo o, sobre todo éste, no anda precisamente sobrado de reflejos y de capacidad de anticipación. Sólo ahora, en estos ultimísimos días, ha reaccionado en la línea de asegurar que, más allá de las declaraciones de unos y otros, serán los dirigentes populares, en Valencia y en otras comunidades y ayuntamientos pactados con Vox, los que tengan en sus manos la gestión de los asuntos más polémicos, como la política de igualdad o la emigración.

Habrá votantes del PP que se hayan tranquilizado con esas explicaciones que en la izquierda no convencen y que no constituyen garantía alguna de que en un futuro más o menos próximo se produzca una involución reaccionaria en esos y otros capítulos, particularmente si la coalición de derechas consigue gobernar en toda España.

Son asuntos, por tanto, que van a quedar pendientes y que podrían influir, mucho o poco ya se verá, en el resultado electoral. Con todo, no pueden seguir siendo el eje de la campaña de la izquierda por mucho tiempo. Porque la repetición excesiva termina aburriendo y porque estas elecciones no se van a ganar, como ninguna otra, apelando al miedo del elector a la victoria del adversario.

El debate sobre la economía y sobre la política económica debería en breve ocupar el lugar central de la campaña de la izquierda. Porque si se aborda con criterios eficaces puede llegar a mucha gente. Es dudoso que lo de que la “economía va como una moto” sea un mensaje que convenga seguir repitiendo, paro está claro que Pedro Sánchez tiene que centrarse en el esfuerzo de transmitir a la gente que las cosas van a seguir marchando razonablemente bien, como está ocurriendo de un tiempo a esta parte.

Porque aparte de la desazón por los precios de la cesta de la compra, que no bajan y siguen empañando la imagen del Gobierno, empieza a estar muy difundida la sensación de que, a la vuelta de la esquina, dentro de unos meses, a España le espera un empeoramiento drástico de las condiciones económicas. Ningún análisis solvente sostiene esa sensación, pero hay mucha gente que lo da por hecho.

El discurso del PP contribuye sin duda a ello. Y no poco. Feijóo no ha sido capaz de superar el catastrofismo que caracteriza al PP desde hace ya varios años. Por comodidad, porque le exime de mayores profundizaciones, porque no criticar sin límites a la izquierda debe ser algo así como un pecado por sus pagos, y posiblemente también porque no tiene mucho que decir en el terreno económico. Porque no ha debido trabajar en ello y porque la política económica del Gobierno, nunca alejada de las dominantes en el resto de Europa, no admite muchas alternativas. Cuando menos, en sus ejes sustanciales.