El mundo ha cambiado. Mucho de lo que una vez fue está perdido
La presentación de la nueva serie de Amazon “El Señor de los Anillos. Los anillos del Poder” en L’Hospitalet han dado el pistoletazo de salida a lo que promete ser una locura colectiva para los fans y un negocio más que saneado para la compañía que compró los derechos, se dice que por más de 2000 millones de dólares. Ganarán aún más. No obstante, son unos derechos peculiares, pues se trata de remontarse en la historia sin poder usar los libros en los que Tolkien trató ese periodo -El Silmarillion-. En realidad, parece que han comprado el derecho a inventarse historias en el universo de John Ronald Reuel Tolkien siempre y cuando no alteren lo que sí escribió el genial filólogo.
Alterar o no alterar. La ficción es una rueda continua en la que todo creador se apoya sobre los anteriores. Pero no es eso lo que más me llama la atención de este furor tolkieniano sino el hecho de que personas de todo el espectro se vuelquen sobre una historia que aparece como neutra y fantástica, por el mero fenómeno de ignorar todo sobre su creador y su intención al escribir una saga basada en un universo nuevo y completo. Lo que me llama la atención es cómo personas dispuestas a censurar o a cancelar o, como poco, a despreciar algunas obras y autores, por causa de la vida o los actos o las creencias o gustos de su creador, han acabado adorando una obra con un clarísimo trasfondo de fe.
No les habré contado, en uno de estos escapes de confesión que me dan a veces, que yo gané una matrícula de honor en Literatura Contemporánea exponiendo un tema suplementario en el examen bajo el título: La teología en Tolkien. Y es que sí, Tolkien era un converso católico de misa diaria y todo su universo está concebido desde una perspectiva religiosa y católica. ¿Cuántos de los que desgranan interpretaciones políticas, contemporáneas o extemporáneas sobre el significado de su mundo se acercan a esa verdad? Una muestra más de que se puede disfrutar de una obra de creación prescindiendo de las creencias, ideología o vida de su autor.
Aun así, no era tan burdo Tolkien como para establecer alegorías concretas y claras en el transcurso de su obra. No escuchen tampoco a los que pretenden que el anillo es la cruz y Bilbo Jesucristo. Él odiaba la alegoría y por mor de ello sostenía charlas y discusiones largas y profundas con su amigo C.S.Lewis mientras paseaban por el campo o en su pub preferido de Oxford. Y es que Lewis, profundo creyente y católico converso también, por intervención del propio Tolkien, sí que estableció en su obra Las Crónicas de Narnia, un paralelismo alegórico evidente y buscado con la doctrina de la Iglesia Católica. Esto se ha obviado también pero el propio Lewis le escribió a un niño: “toda la historia de Narnia se refiere a Cristo”, bajo la forma del león Asian.
Tolkien prefería ser más sutil. Las alegorías como las de su amigo le parecían un intento de adoctrinamiento impropio. Pero también lo dejó bien claro y por escrito en varias de sus cartas: “El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica, de manera inconsciente al principio pero luego tomé consciencia de ello durante la revisión”. Es una obra magnífica. Lo audiovisual es un tributo a nuevos tiempos. Perdonen que yo, que la leí en los ochenta, me quede con aquella experiencia.
¿A nadie le había chocado que un autor ,que tan prolijamente se volcó en crear todo un universo con su geografía, sus razas, sus lenguas, sus escritos, su historia… se olvidara de dotar de cualquier atisbo de religión o culto a sus atribulados personajes? Tal vez esta decisión voluntaria de Tolkien le haya valido el fervor casi religioso que le profesan ahora grupos tan diversos. Sigamos oyendo su voz: “Esta es la causa por la que no incluí, o he eliminado, toda referencia a nada que se parezca a la religión, ya sean cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso queda absorbido en la historia y en el simbolismo”. Y sí, El Señor de los Anillos trata sobre la vida y su sentido, sobre la vanidad, el poder, el sacrificio, la amistad, la lucha por lo justo, el miedo, la corrupción del alma, la providencia y, en fin, sobre casi todo lo humano y lo hace desde la perspectiva de un católico convencido.
Lo que sí llegó a confesar es que la figura de la Virgen María le rondó cuando creó a Galadriel, la dama gran dama elfa, señora de Lothlorien y se lo reconoció en otra carta a su amigo el jesuita Murray: “Tú eres muy perspicaz… sobre Nuestra Señora se funda toda mi escasa percepción de la belleza, tanto en majestad como en simplicidad”. Avanzan que en la nueva versión de Bezos, Galadriel nos mostrará su juventud guerrera, algo que tampoco se aleja de algunas advocaciones marianas.
En fin, que sí, que Tolkien estaba a disgusto en un mundo que ya no era el suyo, que su participación en la IGM, en la batalla del Somme, le había transformado y que muchos de los ejemplos de amistad y lealtad contenidos en la obra arrancan de sus experiencias en las trincheras y de los soldados con los que combatió. Todo eso es cierto. Pero sólo en relación con su amor por las lenguas y la filología, su entusiasmo por las sagas nórdicas y… su profunda fe.
Como a esta atea reconocida que soy le gusta meter el dedo en el ojo, sólo dejo constancia de un hecho que es obviado en casi todos los entusiastas artículos de los fans del mundo que Tolkien creó, que en mi opinión está siendo mercantilizado, vaciado y remasterizado hasta extremos que alejan de su verdadera belleza. Pero eso es muy personal. Cada evento audiovisual del más puro estilo capitalista - más de 2900 millones dio la trilogía que se esperan aumentar en la serie y en las películas sobre las vidas de Gandalf, Gollum y Aragorn- es una metáfora de hacia dónde avanzamos. ¡Tolkien, que vendió los derechos de sus obras por unos miles de libras! No hay, en cambio, dinero ni inmobiliaria que compre la Tierra Media.
Una obra literaria es una puerta. El autor nos invita a pasar y a conocer su mundo. Entrar es formar parte de él y descifrarlo para nosotros mismos. Por eso, que Tolstoi maltratara a su mujer no le quita un ápice de grandiosidad a su obra. Ni tampoco que Neruda fuera un mal padre. No importa tampoco que J.R.R. Tolkien fuera un católico de fuertes creencias, como tampoco importa de C.S.Lewis o de Chesterton.
La literatura abre la mente. No la cerremos a la hora de acercarnos a ella.
¡Y disfruten la serie!