Toni Cantó representa el ideal de aspiración utópica, vivir sin trabajar. Vivir muy bien sin trabajar, despojarse de las servidumbres a las que el mundo del capital tiene sujeto al proletariado y emanciparse para alcanzar el cénit del bienestar. Cierto es que lo entendió mal y ha logrado su objetivo a cambio de ser una maquina extractora de los bienes y servicios que producen el resto de contribuyentes. Pero en el fondo, si lo pensamos con perspectiva, Toni Cantó es el ideal ecuménico existencialista. Es el perfecto espécimen hedonista, un efebo del jetismo. El mayor exponente de la sinvergonzonería pícara, al que habría que poner un altar como ejemplo concreto y desacomplejado del caradurismo concertado. Ni un euro en su cuenta sin concierto público. Expolio fiscal inverso. Escribamos loas encendidas a Cantó por el enaltecimiento grosero del chupopterismo, que los bardos escriban glosas.
Toni Cantó es un orgulloso miembro de la clase ociosa. La que parasita al resto para prosperar y que adquiere el nombre de “clase pecuniaria superior” en el trabajo del sociólogo Thorstein Veblen. Toni Cantó es un ejemplo vivo de una de las demandas que se exigía a esta clase extractiva de las riquezas de los trabajadores que pagan impuestos y que es la exigencia de abstenerse del trabajo productivo. Se puede decir que Toni Cantó es abstemio laboral, huye y evade cualquier actividad que conlleve un esfuerzo y signifique lograr su sustento a cambio de realizar alguna labor que aporte un bien a la sociedad. Pero no le basta con eso, la estima de los hombres de su clase social no se gana solo parasitando a los pobres, es necesario hacer alarde de ello, porque entre los suyos no importa cómo se gane el dinero, ni su procedencia, solo importa lograrlo. Exhibirlo, además, con desvergüenza, vanagloriándose de lograrlo a costa del trabajo ajeno y sin levantar la ceja es motivo de éxito social entre los propios. Porque tiene más valor cuanto menos esfuerzo es necesario para conseguirlo. Y en eso Toni Cantó ha sido primerito entre los campeones.
Para la clase ociosa es degradante para su condición humana lograr su posición con trabajos productivos, algo reservado a esos estratos sociales bajos a los que es preciso esquilmar. Trabajar es de pobres, deshonroso, y hacerlo es incompatible con exhibir un estatus reputacional. El año de Toni Cantó en la Oficina del Español es una sublimación de las aspiraciones vitales de los eminentes miembros parasitarios de la clase ociosa, porque ha logrado su posición viviendo de lo que no quieren pagar, los impuestos. Los ricos no pagan, pero, si pagan, hay que buscar maneras de hacer que ese dinero vuelva al redil. Toni Cantó en eso ha sido referente nacional de los clubs de campo.
El estado superior de la clase ociosa es el depredador, cuando el ocioso muestra su desahogo de manera barroca. Se pavonea a lo ojos de los depredados, con orgullo y desdén, porque como explica Thorstein Veblen: “la abstención del trabajo no es sólo un acto honorífico o meritorio, sino que llega a ser un requisito impuesto por el decoro…abstenerse del trabajo es la prueba convencional de la riqueza y, por ende, la marca convencional de una buena posición social”.
Mírenlo con distancia. Sin pensar en que nos ha costado 75.000 euros del erario público mantener sus huevos morenos sentados en un despacho solo para tomar cafés con gente que nadie conoce, y es posible que algunos ni existan. Ha esperado a septiembre, después de haber dejado su agenda vacía un 14 de julio, para casi dos meses después presentar su dimisión habiendo cobrado las vacaciones íntegras. Es que ni queriendo nos sale el cemento armado de su esbelta faz tan fraguado. Un 11 en la escala Mohs, con sus pómulos se arañan los diamantes. El figura se llevaba dejando los viernes libres en su agenda desde que comenzó el calorcico para hacer semana de cuatro días. Errejón estaría orgulloso de su ejemplo, lleva aplicando su propuesta de la semana laboral en la Administración de Ayuso cual caballo de Troya de la productividad.
Piensen con frialdad, mis queridos miembros sudantes de la clase laboriosa. Tienen que mirar a Toni Cantó sin envidia ni rencor, nos está dando una lección de vida, hay que tomarlo de referencia para alcanzar el mundo utópico en el que todos viviremos con manjares y ambrosía sin necesidad de realizar trabajos productivos. Puede que aún no sepamos verlo, pero es nuestro faro y guía. Toni Cantó ha alcanzado el nirvana de la vagancia logrando la exención grotesca y manifiesta de toda labor útil sin renunciar a vivir alejado de la purria trabajadora.