El tono de voz influye hasta en tu voto
Me paso la vida pendiente de cada nueva tecnología para hablar, escribir, ver imágenes y vídeos. Mi juguete preferido fue el Spectrum. Me enganché a los móviles cuando aún eran zapatófonos. Me hice con unas gafas de realidad virtual cuando mareaban más que una montaña rusa.
Vivo pendiente del último lanzamiento. Del primer dispositivo con el que puedo hacerme.
Estoy tan obsesionada con las betas, los prototipos y el “por fin ha salido al mercado” que no me había dado cuenta de que llevaba encima una tecnología de lo más sofisticada: mi boca.
Llevaba toda mi vida usándola pero ni le había prestado atención. Conocía mis bíceps y mis aductores, pero no sabía que en mi lengua hay 17 músculos que tienen más fuerza expresiva que los filtros de Instagram.
He descubierto que en mi boca hay una mesa de mezclas. Que puedo modular las eses para que suenen silbadas o silenciosas. Que puedo hablar desde el cielo de la boca para sonar en agudos o desde el pecho para sonar en graves.
He constatado que el sonido de mi voz cambia según mis intenciones. No sueno igual cuando quiero camelar a alguien que cuando muestro autoridad. Es una función inteligente que viene de serie en nuestro sistema operativo humano (es como el cambio de hora automático del móvil. No tienes ni que pensar en él).
En un documental de la BBC vi que basta escuchar la voz de una persona una décima de segundo para hacerte una impresión de ella. Apenas un suspiro de voz para que te armes una idea de quién te habla. Esto ocurre porque la voz dice mucho más que solo palabras: el tono da información biológica, información sobre su posición social y económica, e información sobre su salud mental y su salud en general.
La voz influye hasta en la política. Y ahí vemos que el machismo no solo está incrustado en nuestro cerebro; también lo tenemos metido en los oídos. En el documental de la BBC dicen que los hombres con voz grave son los candidatos con más posibilidades de ser elegidos. Ese tono de voz les favorece en el proceso de selección para un puesto de trabajo y les hace parecer más competentes y más confiables.
Y esto, explican, viene de la naturaleza más primaria: una voz grave implica un nivel alto de testosterona. La testosterona implica que ese macho es buen reproductor; que es más agresivo, más dominante y es más probable que sea un líder. (Ahí estamos, todavía, arrastrando el pensamiento atávico).
A la vez que trasteaba con la tecnología bucal, empecé a perfeccionar los dispositivos de audio que llevamos todos en las orejas. Estoy aprendiendo a escuchar. Antes oía palabras y fonemas. Ahora oigo naturalezas. Y siento que las eses que se alargan al final de las palabras hacen el relato metálico. Y que las jotas aspiradas dan aire a la historia; la hacen vaporosa, flotante, éter.
También veo paisajes cuando escucho acentos. Creo que un acento imita la tierra que pisa y el escenario que habita. En el andaluz veo el influjo de África. En el seseo siento sus vientos. En su calidez veo los atardeceres rojos y un sol inmenso. En las yes veo serpientes surcando por el desierto.
Y veo escenas. Las vocales abiertas al final de las palabras me recuerdan a las puertas abiertas de las casas de los pueblos andaluces en verano. Esa filosofía de dejar pasar y dejar ir.
En ese aspirar las jotas y las haches, y dejar las vocales abiertas, veo un modo de transpiración. Porque en verano hace calor y abrir la boca es un sistema de refrigeración.
Aunque hay matices. El andaluz seseado es suave como los atardeceres naranjas. En cambio, el ceceado es áspero como la pita y el esparto. Es un habla deshidratada. El ceceo es el zumbido de las moscas en verano. Zzzzz. Es el zzzzz de la siesta de agosto, de la cabezada después de comer. Es el zzzzz aplastado de la calina y la canícula. Del bochorno y la ardentía.
Ahora que he descargado la última versión de mi boca y de mis oídos, espero impaciente, ¡imagino, emocionada!, lo que puede dar de sí un asistente virtual. Esas voces que serán el multitudinario bla, bla, bla de la baraúnda del mañana.
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