Desde que empezó esta estafa, se ha ido extendiendo entre el personal la incómoda sensación de que nos toman por tontos. A cada nuevo escándalo injustificable, le sigue una justificación tan inverosímil, ridícula y falsa del politicucho de turno que nos sentimos insultados en nuestra inteligencia y decimos: “Creen que somos idiotas”.
Puede parecer que la frase no reviste mayor importancia pero creo que erramos el tiro al decirla. Les otorgamos una superioridad intelectual de la que carecen y obviamos decir lo fundamental: no son ni siquiera unos listillos, son unos miserables, sinvergüenzas, mentirosos, jetas y mezquinos cobardes. En el mejor de los casos, los tontos son ellos, en el peor, son unos criminales. Y esto nos enfrenta con una realidad mucho más intolerable. Si son unos sinvergüenzas es porque pueden, porque la mayoría les deja, porque no nos temen. No es que se crean más inteligentes, es que se saben más impunes que el resto. No nos toman por tontos, nos toman por inofensivos. Nos toman por flojos, que es peor.
Por eso se permiten sus chulerías y desplantes, por eso se permiten la desfachatez de no dar la cara cuando sus políticas nos llevan más allá de los 5 millones de parados. Nos toman a todos por una sociedad acomodada, apática, inerte, resignada a su (mala) suerte, que aguanta lo que le echen. Nos toman por una opinión pública difusa, confundida y poco activa a la que no hay que temer. Nuestra falta de unidad de acción hace que no podamos formar frente común tan sólido como el que forman ellos. Somos una sociedad controlada por el poder y no una sociedad que controla al poder.
Hay tres frentes por los que el poder corrupto nos controla: la sociedad adormecida, la indiferente y la cómplice. La primera, esta sí entontecida y desinformada, es cada vez menos numerosa, cada vez somos un país con más información y formación. El problema mayor es otro: es una mezcla de inmoralidad e indiferencia. Decía Hessel, tristemente fallecido la semana pasada, que en la situación actual “la peor de las actitudes es la indiferencia”.
En nuestro país hay mucho indiferente que pasa por la vida pero por el que la vida no pasa. No quieren comprometerse, no quieren molestarse, no quieren perder su tiempo. No saben que les están robando incluso eso, el tiempo. Su indiferencia les hace ignorantes y su ignorancia les mantiene en la indiferencia. Su actitud es inmoral porque tienen acceso a la información, capacidad para participar en la vida pública y, sin embargo, la desdeñan.
Y después tenemos un segundo caso de inmoralidad aún más deleznable: la de quienes saben lo que pasa y deciden ser cómplices de la situación. Son los que votan a ladrones sabiendo que son ladrones, la de los que justifican la corrupción si es de los de su bando. Aquí también hay que incluir a un nutrido grupo de periodistas, un ejército de acólitos del poder que le hacen la contra a los intereses de la ciudadanía y que velan por los intereses de la casta política que son también los suyos, los de la casta periodística. Penosa forma de mercadeo la del que comercia con sus lectores para servírselos en bandeja al corrupto.
El poder cuenta además con el tiempo a su favor, con el rodillo del tiempo que desgasta los ánimos y las protestas. Se hacen los sordos porque saben que las gargantas que gritan acaban perdiendo la voz por ronquera. Escuchan un rumor lejano de indignación y cabreo, el chisporroteo diario de unos cuantos que expresan su malestar, pero saben que al día siguiente otra noticia desviará la atención, un partido de fútbol rebajará los ánimos, un nuevo hashtag sustituirá al anterior. Y así pasan los días, las semanas, los meses. Así nos pasan las mentiras por encima sin que pase nada.
Como dice otra frase repetida hasta la saciedad por la ciudadanía, “aquí nunca pasa nada”. No es del todo cierto. En las calles están pasando cosas que están cambiando el escenario y la mentalidad cada vez de más gente. Pero aún no lo suficiente y por eso a los delincuentes de esta estafa nunca les pasa nada cuando mienten. Nos engañan porque no temen nuestra reacción. No nos tienen miedo y mientras no nos tengan miedo, nos seguirán atemorizando. Y qué hacemos para que nos tengan miedo, me pregunto, nos preguntamos muchos: pues atemorizarles, claro.
Una vez más, el camino lo ha marcado la Plataforma de Afectados por la Hipoteca al anunciar que perseguirá y señalará a los políticos que no atiendan al clamor social contra los desahucios. Para que los sinvergüenzas no sientan que son intocables hay que hacerles sentir el peso de la ciudadanía ya que no sienten el peso de la ley. Sin tocarles pero sin dejarles respirar.
Eso es coacción, dicen los voceros del poder, como si el poder no estuviese coaccionando al ciudadano desde hace años. A su coacción el poder lo llama “orden”. Pues hay que romper el cerco de su orden establecido para establecer un cerco alrededor de ellos. Rodearles. Hay maneras de hacerlo que ya algunos han puesto en práctica. Desobedecer, señalar y perseguir al político culpable, desacreditar socialmente a quienes defraudan y traicionan a la ciudadanía y, por supuesto, continuar las protestas.
No os rindáis, es el título del último libro que Stéphane Hessel dejó escrito antes de morir. Atacad, es el título del libro que deberíamos estar escribiendo ahora. No somos tontos. No dejemos que lo crean.