Una tormenta económica mundial se alza en el horizonte
Como era de esperar, pues siempre acude a esas citas, Goldman Sachs se acaba de sumar al coro de voces del establishment que quieren que Mariano Rajoy conserve el gobierno. Y no precisamente con un argumento original, sino advirtiendo que la incertidumbre política española, derivada de unas nuevas elecciones y de la presión independista catalana, “pesará sobre la confianza de consumidores y empresas y sobre las perspectivas económicas”. Pero esa referencia a España es sólo un apunte secundario en el marco de la ola de inquietud, si no de pesimismo, que arrastra a los analistas a la hora de valorar la situación de la economía mundial. Hasta los más pacatos se atreven a decir que el viento es de tormenta. Los más osados, entre ellos Georges Soros, el rey de los especuladores, creen que está en ciernes un nuevo desastre como el de 2008.
El descontrol económico y financiero que vive China es la preocupación más inmediata. Y no sólo porque el hundimiento de las bolsas de ese país haya arrastrado a las de todo el mundo sino también porque los problemas chinos son profundos y van a afectar, lo están haciendo ya y mucho, a toda la economía mundial. Según los expertos, las bolsas van a seguir cayendo durante muchos meses: la española podría hacerlo hasta quedarse por debajo de los 1.800 puntos, dejando en muy mala situación a algunas grandes empresas. Repsol es una de ellas. Se dice que el fuerte descenso de sus cotizaciones –que ya ha hecho un agujero de 3.000 millones a sus socios de La Caixa y de Bankia- así como su gran endeudamiento, le van a obligar a obligar a vender sus yacimientos asiáticos, sus instalaciones de energía eólica en el Reino Unido y hasta su red de gasolineras.
Pero el bajón chino hace daño en frentes aún más conspicuos. En primer lugar, en el comercio mundial. China ha reducido significativamente sus importaciones. De petróleo –y ésta es una de las razones principales del descenso del precio del crudo- de materias primas y de todo tipo de maquinaria. Los principales países emergentes, y a la cabeza de ellos Brasil, pero también Alemania y Australia, van a sufrir consecuencias aún más graves de las que han registrado hasta el momento. Porque se sospecha que la caída de la economía china es bastante mayor de la que reconocen sus autoridades. Pekín dice que el crecimiento del PIB es en estos momentos del 6,3 % (frente al 10 % de hace menos de dos años). Reputados especialistas creen, en cambio, que no llega al 4 %.
Sin embargo, lo que más inquieta es la dinámica financiera que China ha emprendido en los últimos tiempos. El cambio de modelo decidido por sus dirigentes en 2014 -olvidando la prioridad de exportar y haciendo del consumo interno su primer objetivo- no sólo no está dando resultados, sino que está provocando una fuga de divisas que inunda los mercados mundiales, ya pletóricos de dinero que sus dueños no saben donde invertir con la rentabilidad que esperan. Y se teme que la situación empeore mucho si Pekín decide devaluar su moneda para empujar las exportaciones, que se han encarecido como consecuencia de la tradicional fortaleza del reminbi.
Las crónicas financieras no hablan de pánico en los mercados, pero sí de un miedo creciente. E insisten en que, más allá de la cuestión china, lo que más asusta a los inversores es que, en poco tiempo, varios focos de inestabilidad política muy seria han aparecido o se han agravado en el panorama mundial. El estallido de la bomba de hidrógeno norcoreana, el salto cualitativo en el enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán, la guerra en Siria, el desastre de Irak y de Libia, la beligerancia creciente del Estado Islámico, los atentados de París y la tensión entre Rusia y Ucrania son los puntos más destacados de esta escalada de la tensión mundial.
Todos ellos, por separado, pueden provocar una catástrofe de consecuencias mundiales si avanzan hacia sus escenarios más pesimistas. Es probable que ninguno de ellos lo haga, que la diplomacia y las presiones internacionales los contengan dentro de sus límites actuales, no precisamente tranquilizadores. Pero parece bastante obvio que ese panorama no es precisamente el mejor para un crecimiento de la economía y de la inversión.
El Banco Mundial acaba de rebajar sus previsiones de crecimiento de la economía mundial. El FMI no deja de hacerlo cada vez que publica uno de sus informes. Brasil y Rusia no van a salir de su profunda recesión. Corren malos tiempos para Latinoamérica y Asia, hasta hace poco boyante, va a pagar las consecuencias del bajón chino, con Japón y Corea como principales perjudicados. Europa camina hacia el crecimiento cero. Sólo los Estados Unidos dan muestras de vitalidad, pero habrá que ver si son capaces de permanecer ajenos a lo que está ocurriendo y, sobre todo, de lo que puede ocurrir, en el resto del mundo.
Los gurús económicos debaten sobre si los datos apuntan a un desastre o si, por el contrario, los poderes económicos mundiales, y particularmente los bancos centrales, tienen aún capacidad para evitarlo. Ninguna de los dos partes apunta argumentos convincentes. Lo que llevaría a pensar que puede pasar de todo. Es decir, que lo que manda es la incertidumbre. Que entre quienes tienen algo que perder genera mucho más miedo que episodios, seguramente pasajeros, de inestabilidad política como la española. Y que ninguna receta conservadora puede aplacar, pues el inquietante estado actual de las cosas es justamente el resultado de políticas de ese cuño.