Ha situado el autodenominado valido, Quim Torra, en su preciso contexto su declaración a favor de la vía eslovena, con sus muertos y sus heridos, con sus dosis de odio masticado, con los ingredientes propios de las guerras, así duren diez días; con su selección inevitable de buenos y malos, de pureza étnica.
Lo ha hecho Torra después de que los Mossos, por consigna política, hayan dejado hacer a los CDR, en su papel sobrevenido de guardias revolucionarios de tráfico y antes de someterse a una dieta mediopensionista, clásica del enero de buenos propósitos y ahora trasladada al periodo previo a la ingesta masiva de la Navidad. Otra banalización.
Hace unos días, las protestas indignadas de médicos y universitarios catalanes, hartos de recortes y de salarios atrasados, fue despachada con tono displicente por un cargo concomitante del gobierno de Torra con una patada que condenaba a los indignados a la irrelevancia por distraer con sus minucias reivindicativas del objetivo supremo de la independencia, enmarcada así como supuesto elixir mágico, que todo lo cura, de forma taumatúrgica y sin contraindicaciones. En este caso daba igual que algunos de los cabreados portaran lazos amarillos.
Este desprecio a los problemas, realmente existentes de la gente realmente existente, retrata de forma nítida la voluntad de este gobierno de brazos caídos sociales de Torra: que la realidad de los problemas concretos de los damnificados por tus políticas (Mas), no te distraiga del objetivo supremo, la independencia, que todo lo cura, se nos dice.
Hay quién sostiene ahora que los CDR deben ser la ‘policía del pueblo’, esa que de amor patrio henchido el corazón, ataque a los policías de otros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que eventualmente puedan estar en Barcelona el 21 de diciembre, por la mañana, cuando el Gobierno de España se reúna en Consejo de Ministros. 21 de diciembre, 45 años y un día después de lo de Carrero.
En el capitulo anterior se decía, desde la propaganda nacionalista, y no sólo, que Rajoy no hacía nada, que era indolente. Ha llegado Sánchez con la idea de desinflamar las tensiones, con sus 22 reuniones entre los diferentes niveles de ambos gobiernos, con la voluntad de diálogo, de tratar de hacer las cosas de otra forma y con cierta empatía; pues nada, tampoco gusta este nuevo talante al solipsista discurso nacionalista: desautorización a los Mossos, ayuno/dieta, y excitación para el ‘momentum’ que supuestamente lo arregle todo, de golpe y para la eternidad.
En este punto sería razonable pensar unos minutos acerca de la brillante idea de proponer a los británicos, mediante referéndum, la salida de la UE, como solución taumatúrgica, sin mezcla de mal posible. Ahora que May defiende que hay que evitar el empobrecimiento, con el lío de la frontera del Ulster, sabedora en su periplo, necesariamente europeo, de que los 26 de la UE no traicionarán a Irlanda y, menos aún, en beneficio de Gran Bretaña. Ya sabemos lo costosas que son las separaciones.
A estas alturas del partido es mas que probable que algunos de los que en Cataluña recibieron con entusiasmo la supuesta revolución de las sonrisas, estén ahora estupefacientes ante la deriva autoritaria, profundamente reaccionaria y ansiadamente violenta, que se les propone. Serán momentos dramáticos, dice Comín, dispuesto a verlos desde Waterloo; destrozo evidente, sobre todo cuando hace un rato se argumentaba razonablemente que la Independencia no merecía ni un solo muerto.
ERC dice que el Gobierno de España tiene el derecho a reunirse donde le dé la gana y esta obviedad será tildada por alguno como traición de los de Junqueras y provocación del Gobierno de España. Lo de subir el salario mínimo a todos los españoles, catalanes incluidos, nos la pela a los del ayuno con curas.
Ese es el verbo que algunos no quieren conjugar: traicionar; prefieren pasar a la historia como cobardes, huidos, en ayuno dietético; lo que sea, antes que como traidores por decirles lo evidente a los ciudadanos a los que han inflamado con que el mañana nos pertenece.