Trabajar seriamente por la paz
Los que intentamos –con mejor o peor fortuna– analizar la guerra de Ucrania desde una perspectiva histórica o geopolítica –causas y consecuencias–, tenemos que soportar críticas, a veces muy duras, de los que creen que al hacer esto estamos justificando la injustificable agresión de Rusia, o al menos comprendiendo sus razones. Da igual que digamos que estamos con el agredido y contra el agresor, indignados como cualquier persona decente por la brutalidad rusa. Da igual que reiteremos que nada en nuestro análisis puede disculpar en ningún caso un ataque ilegal, criminal e inhumano a un país soberano. Vivimos en un ambiente emocional, maniqueo, todo conmigo o –si no– contra mí. Cualquier digresión –por teórica que sea– se considera una concesión al enemigo. Una polarización lógica en los agredidos, pero menos comprensible en un país como el nuestro, que no está en guerra.
Condenar –sin reservas ni matices– la agresión del régimen ultranacionalista ruso presidido por Vladímir Putin, no es incompatible con pensar que, si el final de la Guerra Fría se hubiera gestionado mejor, construyendo una nueva arquitectura de seguridad en Europa –integradora y colaborativa– que abarcara todo el continente, incluida Rusia, probablemente esta agresión no se habría producido. Entre otras cosas, porque tal vez en ese escenario Putin no habría llegado al poder. Cabe pensar que esto es solo una ucronía indemostrable que no nos lleva a ningún sitio, pero los dirigentes políticos están obligados a analizar la historia, a abrir el foco a las realidades geopolíticas pasadas, presentes y previsiblemente futuras, para extraer lecciones aprendidas que les ayuden a no repetir errores y a buscar soluciones. Y los ciudadanos –los que tengan interés al menos– tienen derecho a disponer de análisis que vayan más allá de un simplificador: “este es el bueno y éste es el malo”, y les ayuden a comprender lo que está pasando y por qué, ya que son ellos los que van a sufrir también las consecuencias.
Apoyar –sin reservas ni matices– la resistencia de Ucrania frente al invasor, no es incompatible con trabajar por la paz. Al contrario, la mejor ayuda que podemos dar a los ucranianos es ayudarles a conseguir que termine la guerra, poner fin al horror. ¿Pero cómo conseguirlo si no se va a intervenir militarmente? Las sanciones a Rusia no parecen dar mucho resultado, ni es probable que lo den a medio plazo. Desde luego, podrían ser más duras si todos los países europeos renunciaran a la importación de hidrocarburos rusos, pero no es probable que esto suceda –al menos en lo que respecta al gas– y no solo por el egoísmo de ciertos países, sino por el convencimiento de que su sacrificio –muy importante en algunos casos– no va a ser útil para traer la paz, ya que Rusia aún podría soportarlo.
Pero hay otras muchas cosas que se pueden hacer sin dejar de respaldar la admirable respuesta ucraniana, y la mayoría de ellas serían justamente lo contrario de lo que se está haciendo. Veamos. Los ucranianos han decidido resistir. Es su decisión y solo podemos respetarla y ayudarlos. Pero hacerles creer que pueden derrotar a Rusia, o incluso hacerla llegar más débil a la mesa de negociaciones, no es la mejor forma de ayudarlos, si lo que realmente se piensa es que esto no va a pasar, y es más que probable que los Gobiernos y los Estados Mayores occidentales lo sepan, ya que tienen especialistas suficientes para ello. Por tanto, un paso importante sería animar a Kiev a que sea flexible y proactiva en las negociaciones de paz, que sin duda se reanudarán una vez que Rusia haya conseguido sus objetivos en el este (si los consigue), y que las aborde con el realismo propio de su situación y sus posibilidades, dadas las circunstancias. Quizá algunas capitales europeas ya lo estén haciendo discretamente, pero muchos otros no y eso no favorece la paz. Es evidente que cualquier pérdida que sufriera Ucrania en la negociación no sería justa, pero la paz rara vez lo es, depende de la relación de fuerzas. Por triste que sea.
Amenazar a China con graves consecuencias si apoya a Rusia, no parece tampoco la mejor forma de trabajar por la paz. Por el contrario, se podría intentar convencer a China –ya que hay también intereses chinos muy importantes en juego– de que influyera sobre Moscú con determinación para que pusiera fin a la agresión y se sentara a negociar una paz mínimamente aceptable para Ucrania, China es el mayor apoyo del que goza Rusia para paliar las sanciones comerciales y financieras. Puede que Pekín ya haya empezado a hacerlo, pero de una forma débil, y –a lo que se ve– poco resolutiva. Además, se podría intentar presionar a Moscú a través de otros países que también tienen buenas relaciones con Rusia, como India o Brasil.
Finalmente, no se puede olvidar que esta es una guerra proxy o subsidiaria de Rusia contra la OTAN, o contra la ampliación de la OTAN, y Ucrania es solamente la víctima que se ha dejado a merced de Moscú sin querer defenderla ni tampoco negociar ex ante su estatuto de neutralidad, que ahora parece que va a tener que ser aceptado. Si la OTAN ofreciese ahora a Rusia un amplio acuerdo estratégico abierto a considerar sus intereses de seguridad –sin aceptar esferas de influencia ni soberanías limitadas–, con la condición de un alto el fuego en Ucrania, es posible que el Kremlin aceptara. Al menos debería intentarse, eso sería un signo claro que lo que realmente se quiere es la paz. No se trata de que el agresor gane, es un acuerdo que se debería haber hecho hace mucho tiempo y que tal vez todavía es posible.
Es muy probable que la OTAN no emprenda este camino puesto que su líder no sufre las mismas consecuencias negativas que Europa y no le viene mal que Rusia se desgaste. En ese caso, debería intentarlo la Unión Europea, que ha sido reiteradamente ninguneada y boicoteada por Rusia aprovechando sus divisiones internas, pero que es su primer socio comercial, o al menos lo era hasta el 24 de febrero. En 1994, las entonces Comunidades Europeas y la Federación Rusa firmaron un Acuerdo de Colaboración y Cooperación, que preveía una validez inicial de diez años y una renovación anual automática, si no se denunciaba por ninguna de las partes. La UE podría ofrecer ahora a Moscú negociar un nuevo acuerdo, más amplio, a cambio de un alto el fuego en Ucrania y una paz razonable. El nuevo acuerdo debería contemplar, además de aspectos económicos, comerciales, energéticos y tecnológicos, el ámbito de la seguridad desde los principios de indivisibilidad de la seguridad y del respeto a la soberanía e integridad territorial de todos los países, que podría incluir un estatuto de neutralidad para los seis países de la Asociación Oriental de la UE, garantizada por ambas partes, si así lo aceptan estos países.
Este acuerdo podría incluir también una solución duradera para los conflictos latentes que han quedado en el este de Europa después de la disolución de la Unión Soviética, por albergar minorías prorrusas: Osetia del Sur, Abjasia, Transnistria, Donbás, en forma de amplios estatutos de autonomía para estos territorios que les permitieran continuar formando parte de los países a los que pertenecen, pero con un autogobierno efectivo, manteniendo la lengua rusa y relaciones comerciales y políticas especiales con Rusia, lo que seguramente desactivaría la tensión a la que están sometidos.
No es fácil que nada de esto dé resultado a corto plazo, ni que Rusia se avenga a detener la guerra ante expectativas futuras un tanto inciertas, ni que Ucrania vaya a aceptar un acuerdo de paz que vulnere su integridad territorial. Pero hay que intentarlo, para acabar cuanto antes con la muerte y la destrucción que estamos viendo cada día. La paz no es un valor absoluto, de hecho, para la mayoría de las personas está subordinada a otros valores, como la justicia o la libertad, o la posesión de territorio o recursos. Por eso hay guerras. Pero que no sea siempre la aspiración prevalente, no quiere decir que no sea siempre deseable. Iniciativas del tipo de las que aquí se apuntan podrían al menos, en este caso, abrir ciertas perspectivas hacia un futuro de paz en Europa, y tal vez cambiar la dinámica actual del enfrentamiento. Porque lo que tenemos hasta ahora no presenta ninguna opción verosímil de salida, ninguna solución, sino solo una escalada que traerá más sufrimiento y puede ser extremadamente peligrosa.
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