Hay un clamor en contra del llamado “3+2” que reducirá los grados universitarios de cuatro a tres años y aumentará a dos años los másteres a precios prohibitivos. Sin embargo, me temo que nos están tendiendo una trampa mortal y me impacienta que no se repara mucho en ella.
Y es que, el Plan Bolonia se impuso con tales niveles de mentiras de por medio que ahora es muy difícil orientarse. Desde el principio, todo fue una especie de extorsión mafiosa: no te obligamos a nada, pero te vamos a poner en unas condiciones en las que tú mismo entrarás por el aro. Bolonia son lentejas que las puedes tomar o las puedes dejar, aquí todo es voluntario. Y al final todo quedaba claro. ¿Tu Universidad no quiere proponer másteres a la evaluación de la ANECA? No pasa nada, podéis seguir sólo con la licenciatura. ¿No queréis convertir la licenciatura en Grado? No pasa nada, podéis ser una Facultad que solo imparta postgrado. ¿No queréis ser evaluados? Es voluntario, no hay problema, pero las otras universidades ya se están evaluando -y desde luego las privadas-, de modo que cuando haya que recortar facultades y departamentos ya veremos por dónde se empieza. ¿No os gustan las empresas? ¿No queréis financiación “externa”? ¿Y quién os obliga? Eso sí, para obtener financiación pública es un mérito (cada vez más imprescindible) haber obtenido financiación privada. Todo este chantaje institucional se encubrió con unas dosis de propaganda grotesca. Se recordará -¡qué vergüenza ajena, por dios!- cómo nos decían que iban a cambiar el modelo de enseñanza, la cultura del aprendizaje, que las aulas tendrían que ser más pequeñas, las clases más prácticas, los alumnos sentaditos en círculos, dialogando de tú a tú con el profesor. ¿Ya nadie se acuerda de esto? ¿No se recuerdan los telediarios que hacían propaganda encubierta de una empresa llamada Educlick, que proponía que los profesores fueran sustituidos por mandos a distancia para manejar powerpoints interactivos? Ana Pastor me hizo callar en 59'', interrumpiéndome a los 23 segundos, cuando intenté denunciar que el Informe Semanal sobre Bolonia había sido un puro ejercicio de propaganda. Sé que es difícil de creer, pero, según ese programa, las clases iban a ser tan prácticas y tan alegres que, en las imágenes, salían unos alumnos de oceanografía que -supuestamente gracias a la implantación del plan Bolonia- estaban haciendo submarinismo en unos arrecifes de coral. Algunas autoridades académicas daban conferencias explicando que se iba a intentar habilitar pequeñas cocinitas en las aulas, para que los profesores y los alumnos -a los que a veces también podía “sumarse algún artista invitado”- pudieran picotear durante las clases, charlando apaciblemente. No estoy exagerando, tengo pruebas documentales de todo esto. En algún curso de preparación para la Convergencia Europea se nos llegó a aconsejar al profesorado técnicas de anti-estrés, proponiéndo darnos mutuamente masajes en los pies. Para todo este delirio, se movilizó -como siempre ha sido habitual en estas ocasiones- a “expertos en educación” y pedagogos que emitían terribles informes sobre lo mal que saben enseñar los profesores, que, al parecer, siempre son viejos, feos, anticuados o medio franquistas y se limitan a repetir como loros unos apuntes amarillentos que datan del pleistoceno. El papel de estos “expertos en educación” siempre es el mismo: ponerlo todo patas arribas, revolver los destrozos con un potingue de promesas delirantes y calumnias sin sentido, mezclarlo bien con alguna que otra verdad, y servir en bandeja el resultado a las autoridades gubernamentales. Entonces, estas se ocupan de lo que siempre se había pretendido: una reconversión económica de la enseñanza estatal.
Este diagnóstico lo repitió mil y una vez el movimiento estudiantil contra Bolonia. No hay que insistir más en ello. Lo que me interesa recordar en este artículo es algo que tiene que ver con el asunto del 3+2 que ahora Wert ha empezado a poner sobre la mesa. Esta vez también es todo voluntario. Nadie obliga a implantar el 3+2. Las Universidades e incluso las Facultades pueden decidir lo que prefieran. Pero que conste, se nos dice, que en Europa predomina el 3+2.
En general, la reacción del movimiento estudiantil ha expresado un rotundo NO al 3+2. Sin embargo, a mí me parece que una vez más nos han metido en un callejón sin salida en el que el sí y el no conducen al mismo desastre. Se trata de una maniobra de distracción. Voy a intentar explicarme recordando otra de las vilezas con las que inicialmente nos colaron el plan Bolonia. En una de las encarnizadas negociaciones con las autoridades académicas, se nos llegó a recriminar nuestro incomprensible alarmismo apocalíptico, alegando que, si nosotros hubiéramos querido, podríamos perfectamente haber dejado las carreras como estaban, con el 3+2 que ya existía: tres años de diplomatura y dos de licenciatura. Así, se nos dijo, no habríamos tenido que tocar nada. Ni masajes en los pies, ni mesas redondas y cocinitas para alumnos, ni culturas del aprendizaje para enseñar a enseñar, ni nada. Habría bastado un mero cambio de terminología, llamando grado a la diplomatura y máster a la licenciatura. El cinismo era inaudito porque nos lo decían cuando ya habíamos hecho trizas nuestros planes de estudio para pasar por los “verificas” de la ANECA. La realidad era muy distinta, y se podía resumir con franqueza: se acabaron los precios públicos para cinco años de licenciatura; provisionalmente, nos proponían conformarnos con cuatro (de grado). Y el quinto o sexto de estudios superiores que se los pague quien pueda. Eso era todo y punto.
Luego fue mucho peor. Los alarmistas nos habíamos quedado cortos. Un año de licenciatura costaba 600 euros de media y de pronto se colocó el año de grado en unos 1.500 (1.800 si hacemos una estimación media incluyendo la brutal subida de las segundas y terceras convocatorias). Los precios públicos se multiplicaron por tres. En cuanto al 5º curso de los estudios superiores, que antes costaba 600 euros, ahora aparecía como máster a unos 3.500 euros más o menos (llegando a 4.500 con segundas convocatorias). Es una villanía pretender que esta cruda realidad económica no fue, desde el principio, el principal objetivo de tanta algarabía.
Ahora nos quieren de nuevo confundir, haciéndonos morder el anzuelo y agotarnos en la lucha contra el 3+2. No, señores, el 3+2 no es el problema. Antes de Bolonia teníamos un “3+2” magnífico (diplomatura + licenciatura) a precios sensatos. Y en Europa, es verdad, predomina el 3+2 y no pasa (relativamente) nada. ¿Saben por qué? Porque un máster en Leipzig o en Berlin cuestra 200 euros al semestre (y te dan el abono de transporte gratis). En París, cuesta 180 euros. En Dinamarca, Bulgaria, República Checa, Bélgica, Suecia, Noruega, Eslovaquia, Islania, Finlandia y Austria los precios son inferiores a los 400 euros.
¿No se trata de converger con Europa? Pues empecemos por los precios y luego hablamos de eso del “tres más o dos” o lo que sea. Que no nos engañen. Bolonia no cortó las carreras en dos más que con la finalidad de reducir los años que se podían estudiar a precios públicos sensatos. Ahora quieren recortar aún más. Pero que no nos vengan con cuentos sobre la racionalización europea del 3+2. Bienvenido sería un 3+2 a precios europeos. Y si no van a cambiar los precios, por supuesto, luchemos por el 4+1. Pero teniendo muy claro que esto es ya una inmensa derrota sobre la cuestión económica principal. Tengamos esto muy presente en todas las discusiones que se avecinan sobre el tipo de Universidad que se quiere proponer, por ejemplo, desde Podemos.
Y mientras tanto, recordemos que la secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, se descolgaba el otro día diciendo que el modelo actual de la universidad estatal es insostenible. Uno se pregunta: ¿Y por qué fue sostenible durante tantas décadas justo en la época más masificada del boom demográfico? ¿Cómo es entonces sostenible en Alemania, en Francia o en Finlandia? Con muchos impuestos, dijo. Pues habría que estudiar las proporciones. El PP, en todo caso, es contrario a subir los impuestos. Y mucho menos a subir su carácter progresivo y afectar a las grandes fortunas. Tampoco es partidario de aumentar el número de inspectores fiscales hasta llegar al nivel europeo. Menos aún de ponerles a investigar el fraude a gran escala. Así es que ya saben ustedes, comuníquenselo a sus familiares, a sus padres, a sus abuelos y a sus conocidos y allegados: si usted quiere suprimir la Universidad estatal en la que estudiaron las últimas generaciones y reservar la Universidad para una escogida élite adinerada, vote al PP. También existe la opción de llegar al mismo resultado votando al PSOE: al fin y al cabo, fue este último partido quien llevó la iniciativa en la implantación del Plan Bolonia. Ahora sólo hay que rematar la faena. El objetivo estaba claro desde el principio, ya en el año 1999: se acabó eso de que todo el mundo pueda estudiar en la Universidad. Nosotros fuimos universitarios, nuestros hijos y nuestros nietos no lo serán.