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Desde mi trinchera

Portada de Trincheras permanentes, de Carolina León (Pepitas de calabaza).

Silvia Nanclares

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Os escribo esta carta desde mi trinchera. Las Trincheras permanentes. Así las llamó mi querida Carolina León. En ellas vivo desde que di a luz. Desde que traje al mundo a mi hijo. Dar a luz, traer al mundo. Dame, tráeme. Formulaciones elocuentes para entender lo que cuece a este lado de los hogares en nuestro orden social. Empecé la semana quedando para escribir un guion con mi amiga M. A las dos nos palpita el pecho del estrés, de ir de un lado a otro enlazando proyectos para conseguir un sueldo decente al mes. Ha aprovechado, la ciudad es cíclica en sus tareas para las mujeres, trabajo y cuidados se unen en una espiral sin fin, para traer una bolsa de ropa de su niño, que es algo mayor que el mío, como hace cada pocos meses. Nuestros compañeros son hombres comprometidos en distintas intensidades. Si fuéramos un pelín más cínicas, los llamaríamos aliados.

Pero las dos sabemos que toda la ropa que ha entrado en nuestras respectivas casas ha sido recepcionada y gestionada por nosotras. Dame, tráeme. Ellos no se pasan bolsas de ropa. Ellos, al menos motu propio, no organizan prendas por estaciones, no fichan qué le falta al niño, no descartan, no reservan, no preparan bolsas pensando en otros amigos con criaturas más pequeñas. No hay bolsas de ropa rulando en el grupo de padres, salvo excepciones excepcionales que confirman la norma. Esa es una de las muchas cuestiones del desvalorizado mundo de los cuidados que no va con ellos. Y yo soy privilegiada, le digo a M. mientras engullimos un pincho antes de salir disparadas camino a la escuelita: me junté con un hombre de los que traía mucho trecho avanzado gracias a un montón de amigas feministas. Nunca os lo agradeceré suficiente, hermanas.

Esta semana, además, el órdago de la velocidad se ve redoblado: el horizonte del 8M multiplica las preguntas, las listas, las menciones, las acciones, convocatorias, artículos, homenajes. Dame, tráeme un referente, dime un proyecto que mole, una mujer. Una agenda inabarcable. Los medios, mientras, hipertrofian cuestiones que llevan años ahí, pero que en sus manos y bajo la ofensiva del feminismo excluyente parecen haber comido, como un Gremlin, después de medianoche y al calor de la tramitación del proyecto de Ley de Libertad Sexual. Qué oportuno. Desde las trincheras, me entero a medias de los flames, las declaraciones de “históricas” que dejan la perplejidad en máximos, la filtración torticera de un informe sobre el proyecto de ley. ¿No hubiera sido más fácil dar los pasos necesarios para ratificar el convenio 189 de la OIT antes del 8M?, me pregunto mientras pongo una segunda lavadora.

Viernes. Hablo con otra amiga, A. Le cuento que he dejado la bolsa de ropa que me pasó M. en la habitación del crío, sin abrir, con el miedo de que se quede pequeña mientras surge la iniciativa. A. me cuenta que está triste, revuelta, que tiene el cuerpo pre 8M “cortao”, tiene hasta miedo de que haya enfrentamientos en la mani, algo de miedo al coronavirus también tiene, y una suerte de nostalgia. “En fin. Me gustaría encontrar un lugar para hablar de las dudas, de la escala de grises, de las múltiples preguntas que se están abriendo”. Sí, A., los discursos, sin lugar a dudas, dan miedo.

Se me escapan cosas, seguro, aquí en las trincheras te envuelve una niebla. A muchas horas del día, voy en perfil bajo, me cuesta seguir y hasta entender los debates. Mi deseo para este 8M es que las trincheras permanentes sean un proyecto común, que separar la ropa del niño sea importante, tan importante como aparentemente es la discusión sobre el sujeto político del feminismo, que, por cierto, lleva más de doscientos años en disputa. Y hoy me juntaré con mis referentes, mis amigas, a las que más admiro, con las que nos damos y nos traemos bolsas de ropa llenas de dudas e íntima sororidad.

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