Trincheras

En el año 2012 comenzaron a cavar un fosa. Estaba hecha para mí, querían enterrarme en ella.

Primero sería yo, pero después ¿quién sabe?, se podría amoldar a tantas otras compañeras que defienden derechos...

No tenía constancia de ella, se cavaba bajo mis pies sin que fuese consciente, y no pude defenderme mientras se construía.

Fue en el 2017 cuando me empujaron y caí. Todo se tambaleó bajo mis piernas.

Mi vida se cubrió de oscuridad. En la fosa, abajo, en lo más profundo, todo estaba frío.

La UCRIF, policía de control de fronteras española, junto a Frontex, habían usado las palas más demoledoras, las más horribles, las menos democráticas para construir la fosa.

Cuando supe que la habían hecho para que pasase mi vida en ella, cuando leí los argumentos para hacerla, me faltaron las fuerzas, pero ya estaba dentro, en el fondo.

Me sentía tan pequeña. Las fosas siempre son frías y huelen a muerte, el mismo olor que tantas veces ha venido desde el mar Mediterráneo.

Muerte, porque Europa hace políticas de muerte.

Como he dicho antes la fosa era estrecha, fría y  asfixiante. Ahí fui consciente del tremendo odio y dolor podían generar los que fabricaron mi dossier. Un odio además muy machista porque los informes de la UCRIF estaban llenos de referencias a mi condición de mujer, que nada tenían que ver con los delitos de los que se me quería acusar.

Un odio muy colonial porque pensaron, que si la justicia española no me encausaba, sí lo haría Marruecos, un país del sur global. Así, no sería la bella Europa de los derechos humanos quien se mancharía las manos.

Lo peor que podía pasarme al estar en el fondo de ese agujero era sentirme sola, pero a mí no me dejaron ni un solo momento.

Comenzaron a rodear la fosa la familia, las amigas, las organizaciones aliadas, las comunidades migrantes. Surgieron compañeras de todos los lugares, de todas las condiciones, que de una forma u otra se fueron pertrechando alrededor de aquel agujero.

Trajeron flores para plantar, ideas para resistir y amor para luchar.

Y por el arte de magia que tiene la vida, la fosa iba cambiando y convirtiéndose en una trinchera.

El aire se fue haciendo respirable y llenamos ese tiempo y ese espacio de llantos, pero también de risas.

Me dije que tendría que vivir así, y me senté a escuchar. Intenté llenar de vida y de cotidianidad la lucha supliendo con el amor de tantas personas los derechos que se iban perdiendo por el camino.

Aprendía a ser Defensora, palabra que siempre me pareció enorme. Pero sobre todo aprendí a ver a mi alrededor a otras defensoras tejiendo sororidades.

Me vinieron todas las enseñanzas de resistencia y fuerza de mi bisabuela, abuela y madre. De aquella Andalucía pobre y digna de mujeres que la construyeron también desde las trincheras.

El archivo definitivo de la investigación que se inició contra mí, nos encuentra más fuertes que nunca. Creyendo en la vida mucho más que antes.

Sabiendo que tenemos la capacidad de convertir las fosas de muerte en trincheras de vida.

Hoy me llegaban felicitaciones de muchos lugares, de muchas personas diferentes. Me impresionaban las voces que lloraban de alegría.

Mi caso, ya no es mi caso, es el de tanta gente.

Esta victoria no me pertenece. Es algo enorme y en ella hay tantas luchadoras implicadas.

Los pueblos que se mueven están hoy de enhorabuena porque de alguna forma se les reconoce el derecho a vivir. Llevamos tantos años escuchando que se les puede matar, que pueden morir, simplemente por buscar una vida mejor.

Esta victoria no me pertenece, y en esta nuestra trinchera vamos a continuar todas construyendo otros pensamientos para poner la vida en el centro.

Ahora lo que era una fosa es un lugar precioso. Así que hay que respirar hondo y seguir luchando para convertir en espacio de vida también el Mediterráneo.

Gracias de verdad, por muchas luchas, muchas veces juntas, muchas gracias por Defenderme.