El triunfo del berlusconismo más allá de Berlusconi

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Mi generación creció políticamente viendo cómo el auge de Berlusconi se convertía rápidamente en hegemonía del berlusconismo, un modelo cultural y de valores que ha permeado Italia en los últimos 30 años mucho más allá de la política.

El terreno se había sembrado con la televisión comercial de los 80 y 90, aunque la colonización del imaginario podía contar con todo el enorme arsenal empresarial del que Berlusconi disponía: desde la narrativa de los triunfos del Milán al encanto hiperconsumista de las tiendas de la cadena Standa, que pasó a ser “la casa de los italianos”. 

Con el terreno labrado y cabalgando la ola de indignación tras Tangentopoli, Berlusconi ya podía anunciar en 1994 su discesa in campo, vendiendo el relato del hombre que bajaba al barro de la política para salvar el país como años antes había vendido aspiradoras puerta a puerta.

Sería reduccionista analizar el berlusconismo solo desde el punto de vista político, porque mientras los gobiernos cambiaban de color (en estos 30 años el centroizquierda ha gobernado varias veces) el mar de fondo del país seguía dominado por él. La mitad del país lo amaba, la otra mitad lo detestaba. Pero en medio del escenario estaba siempre él: para unos el gran primer actor, el genio histriónico; para los otros, un payaso sinvergüenza, la máscara cínica de la tragicomedia que vivía el país, en un sinfín de escándalos e investigaciones judiciales. Así fue sin duda en el primer ventennio cuyas largas sombras han alcanzado también la última década, la del declive personal y, al mismo tiempo, de la maduración definitiva de los efectos de largo plazo del berlusconismo, con la llegada al poder de la ultraderecha. 

El tono hagiográfico de gran parte de la cobertura de la noticia de su muerte en los medios italianos es también el reflejo de la fascinación que supo ejercer sobre sus detractores, hasta el punto de que con algunos tenías la sospecha de que el objetivo era parecerse a él.

El berlusconismo, un populismo que se adelantó a muchos otros y que dejó una Italia más individualista y dividida, pudo arraigar también porque durante años los adversarios políticos se limitaron a definirse en contraposición a Berlusconi, olvidándose de construir e ilusionar con una propuesta realmente alternativa. Se votaba “en contra de”, tapándose la nariz, se decía. Y claro que la estrategia solo podía acabar fracasando, entregándole el país más allá de las urnas. Con ese “mandato”, Berlusconi cambió el tablero de juego al que invitó, normalizándola, a la extrema derecha. 

Y aunque los jugadores de primera línea parezcan otros, el marco en el fondo sigue siendo el que dibujó el berlusconismo, que sobrevivió a las derrotas política de su fundador y sobrevivirá también a su muerte. Aquel modelo de valores que, mucho antes de Trump, convirtió la mentira en una ficción bien adornada que también podía valer como verdad.