¿Y si Trump repensara la globalización?
Si hubiera que tomar en serio todo lo que Donald Trump ha indicado que hará en cuanto acceda a la presidencia de Estados Unidos, el mundo debería ponerse a cubierto. ¿Invadirá Trump Panamá para recuperar el control del canal? ¿Insistirá en comprar Groenlandia? ¿Deportará a millones de inmigrantes? ¿Despedirá a miles de funcionarios? ¿Exigirá a sus socios en la OTAN que gasten el 5% de su presupuesto en armamento? ¿Forzará a Ucrania a ceder parte de su territorio a Rusia? ¿Alentará a Israel a proseguir su guerra infinita? ¿Impondrá aranceles altísimos, en especial a China?
De todas estas posibilidades, la más compleja y trascendente es la última: los aranceles, es decir, la guerra comercial. Porque supondría cambiar el mundo tal como lo hemos conocido desde el inicio del siglo XXI. En 2001, China ingresó por fin en la Organización Mundial de Comercio, en gran medida gracias a los esfuerzos de Bill Clinton durante sus ocho años en la presidencia (1993-2001). Clinton, al frente de las fuerzas globalizadoras, aseguró que la integración de China iba a suponer más riqueza para todos y, a medio plazo, la democratización del país y la definitiva liberalización de la economía planetaria.
Las cosas no han funcionado como se preveía. Desde 2001, el volumen de la economía china se ha multiplicado por 10 (piénsenlo un momento); la transferencia de tecnología occidental al gigante asiático ha mantenido un ritmo vertiginoso (desde semiconductores a automóviles eléctricos); y tanto Estados Unidos como la Unión Europea se han desindustrializado.
La pandemia demostró que las antiguas potencias occidentales no eran capaces siquiera de fabricar mascarillas. Y, mientras tanto, el déficit comercial de Estados Unidos con China (que mantiene todo tipo de aranceles y prácticas proteccionistas) ha oscilado, según los años, entre los 900.000 y los 300.000 millones de dólares. Todo ello no ha supuesto ninguna democratización del régimen chino.
Ahora es la Unión Europea la que empieza a sufrir la estrangulación: la industria alemana del automóvil, emblema de la pujanza exportadora del continente, se ve incapaz de competir con los vehículos chinos. Trump ya marraneó con los aranceles durante su primer mandato, pero sin adoptar decisiones drásticas y sin alterar apenas el “statu quo” internacional. Ahora tendrá que enfrentarse a una de las dos almas del movimiento reaccionario que encabeza. Por un lado, los partidarios del libre mercado, sea lo que sea eso en realidad. Los instintos del propio Trump le sitúan en ese bando. Y su amigo Javier Milei, el presidente anarcocapitalista de Argentina, descarta que Trump quiera realmente aplicar políticas proteccionistas. “Utiliza la amenaza de aranceles como simple arma diplomática”, afirma Milei.
En las filas trumpistas hay también, sin embargo, un vigoroso movimiento proteccionista. Son los economistas que, tras admitir que la construcción de barreras tarifarias aumentaría la inflación global, consideran que Estados Unidos soportaría mucho mejor que la Unión Europea, China y los otros mini-gigantes asiáticos (desde Corea del Sur a India) un alza generalizada de precios y, por tanto, saldría vencedora, con la capacidad de establecer un nuevo orden en el comercio internacional y redistribuir la industria. La mayoría de los votantes de Trump se alinean instintivamente con esa idea.
La posición del magnate Elon Musk, copresidente o asesor en jefe de Trump (por ahora), resulta ambigua. Musk se presenta como un firme defensor de la desregulación, la iniciativa privada y el libre comercio. A la vez, recibe subvenciones masivas del presupuesto estadounidense por sus negocios espaciales y teme que la competencia de los fabricantes chinos dañe fatalmente Tesla, su industria de coches eléctricos.
Los críticos de la globalización diseñada en las últimas décadas son cada vez más numerosos. Incluso en la Unión Europea, que durante unos años disfrutó de los mecanismos globalizadores (solía ser el principal exportador mundial de bienes y servicios, hasta que China la superó poco antes de la pandemia), empiezan a surgir dudas. Este es el siglo de los dos imperios, el estadounidense y el chino. De cómo organicen sus relaciones dependemos todos los demás.
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