Hay en la basílica de La Macarena en Sevilla una tumba que guarda los restos del general que durante la Guerra Civil dirigió en Andalucía la sistemática caza del enemigo que terminó con 14.000 asesinados.
Algún familiar suyo dice que hay que dejar a los muertos en la paz de sus tumbas. Y sí, tiene razón, hay que dejar a los muertos en la paz de sus tumbas. Pero otros familiares, concretamente los de los 14.000 asesinados cuando Queipo dirigía las operaciones con mano de hierro, se hacen una pregunta: ¿Qué hace su tumba en un lugar como la Basílica de La Macarena? Y, lo que es más llamativo ¿Qué hace allí desde 1951 hasta el día de hoy?
Cuando uno visita esa famosa sede de la Hermandad de La Macarena, ve junto a ella la antigua muralla de Sevilla y recuerda que, precisamente allí fueron fusilados muchos “rojos” sevillanos por los golpistas sublevados contra la II República, los que se consideraban a sí mismos las fuerzas del nuevo orden.
El líder de esas fuerzas del nuevo orden en Sevilla y en Andalucía era el general Gonzalo Queipo de Llano, quien tenía un sistema infalible: “Ya conocerán mi sistema: por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré a matar”.
“Y si están muertos, los volveré a matar”, curioso sentido del deber de quien tenía armas cedidas por el Estado para defender a la población.
El debate sobre la eliminación de la tumba de este general en la basílica, vuelve intermitentemente. Nadie ha sido capaz de quitarla, ni el PP en el poder hoy en la Junta de Andalucía, con Juan Manuel Moreno Bonilla al frente, ni el PSOE con Susana Díaz. Estos días se agitan las aguas del Guadalquivir a propósito del debate sobre la ley de Memoria Histórica en las Cortes, y la consejera de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía, Patricia Del Pozo, explica que “estamos muy tranquilos porque este gobierno cumple las leyes”.
Del Pozo manifestó este pasado jueves que los restos del militar franquista Queipo de Llano permanecen en la basílica porque un informe del gabinete jurídico de la consejería de Presidencia del anterior gobierno de la Junta, que era del PSOE, consideraba “cuestionable” que la retirada de los restos pudieran encajar con la Ley de Memoria Democrática.
El caso es que los restos de Queipo siguen allí, como un insulto permanente a las víctimas y a sus familiares. Las guerras sirven para mostrar la peor o la mejor cara del ser humano, para mostrar la heroicidad o la cobardía, la magnanimidad o la ruindad. El general Queipo de Llano dirigió personalmente la represión en Andalucía con casos terribles como el de la “Desbandá”.
La “Desbandá” se produjo en febrero de 1937 en la carretera entre Málaga y Almería, cuando miles de civiles, ancianos, mujeres, y niños entre ellos, desvalidos y desarmados, huyeron de la capital malagueña al entrar allí las tropas franquistas. Trataron de llegar a pie a Almería, todavía bajo control republicano. Desde el aire y desde el mar, sin piedad, fueron cañoneados y ametrallados por un ejército que pretendía implantar los valores cristianos en la sociedad española.
Un periódico británico, The Manchester Guardian, publicó esta desasosegante descripción: “La carretera se llena de gritos y de llantos. Entre los extraviados hay multitud de niños pequeños. El médico canadiense Norman Bethune, que avanza con su ambulancia recogiendo a refugiados, llega a contabilizar más de cinco mil niños menores de diez años. Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho. Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados. Niños sin zapatos, con los pies hinchados, niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio”.
Impasible el ademán, los sublevados de los buques Canarias, Baleares y Almirante Cervera, bombardean y ametrallan a los civiles siguiendo las órdenes de Queipo de Llano. Desde tierra las tropas franquistas y sus aliados rematan la tarea. Málaga había caído previamente en un suspiro porque sus defensores eran milicianos sin preparación militar y enfrente tenían militares con experiencia. En el camino de huida de Málaga a Sevilla, se encontraron con cerca de 20.000 soldados instruidos y equipados, unos 10.000 miembros del Tercio de Regulares marroquíes y 10.000 miembros del Corpo Truppe Volontaire del líder fascista italiano Benito Mussolini. Resultado, entre 3.000 y 5.000 inocentes asesinados.
Previamente Queipo de Llano, que utilizaba la radio con fines propagandistas, ya había calentado la situación con soflamas como esta: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
Este personaje, difícilmente defendible, es el de la tumba de La Macarena. Era consuegro del presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, y fue jefe del Cuarto Militar del presidente republicano. Con motivo del golpe militar que dio origen a la Guerra Civil, fue de los primeros en levantarse contra la II República Española.
El actual Hermano Mayor de la hermandad macarena ya ha anunciado que “cumplirá en todo momento lo que indique la ley”, faltaba más. Esta institución tiene más de 14.000 hermanos y, entre ellos, habrá también quien sienta temor y temblor al pasar junto a la tumba de Queipo, y quien le salude militarmente.
Los de la Macarena, como no podía ser menos, están tocados por la gracia de Dios. Hace años, uno de esos hermanos, el que fuera presidente de la Generalitat de Valencia, Francisco Camps, visitó su hermandad junto con el presidente de la CAM, la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Coincidió que el gobierno de Aznar había concedido a esta hermandad una subvención de más de un millón de euros para obras de restauración, que fue revocada luego por el gobierno de Zapatero. El hermano mayor se lo contó a Camps, y este se volvió hacia el presidente de la CAM y le dijo: “La Macarena necesita nuestra ayuda”. “Si me lo pide nuestro presidente, está hecho”, fue la respuesta del responsable de la CAM. El millón lo puso la CAM. Para más inri, años después la sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo condenó al Estado a pagar los 1.118.600 euros a la Macarena de Sevilla. Así, los macarenos consiguieron un premio doble.
Por cierto, unos años después la CAM fue vendida por un euro al Banco Sabadell.