Garry era un tipo de Manchester que disfrutaba de unos días de sol y playa en Lloret de Mar. Había venido con su cuadrilla de amigos de Salford, un distrito obrero del extrarradio azotado por el paro. Pero es que, por lo que me contó, su estancia aquí les salía mucho más barato que quedarse en el barrio.
Situado a un paso de la bellísima ciudad de Girona, Lloret de Mar posee algunas de las mejores calas de la Costa Brava. Está rodeado por una auténtica selva de robles y alcornoques, el parque natural Montnegre-Corredor, y sus restaurantes sirven un exquisito pescado fresco recién sacado del mar. Pero a Garry y su gente no le había cautivado nada de eso.
Ellos pidieron un destino barato. Donde se pudiera beber barato, comer barato y salir de marcha barato. Y los de la agencia los mandaron a Lloret, como los podían haber enviado a cualquiera de nuestros populares destinos de sol y playa. Porque nos guste o no, somos el destino favorito de los Garrys de Europa.
Nos hemos convertido en un gigantesco contenedor de turismo barato y lo primero que debemos hacer para cambiar esa realidad es aceptarla. Porque una cosa sabemos: o acabamos con este modelo turístico, o el turismo acabará con nuestros recursos naturales, nuestro paisaje y hasta con nuestra convivencia.
La ONU ha declarado 2017 como Año Internacional del Turismo Sostenible. El motivo es concienciar a los países del mundo de la necesidad de avanzar hacia un modelo de turismo respetuoso con el medio ambiente, compatible con la protección de las costas y los océanos, la conservación de su biodiversidad y la convivencia social. Algo que nuestro modelo de sol y playa incumple en su totalidad.
Porque el modelo turístico español no solo es medioambientalmente insostenible, sino socialmente insoportable y del todo inadmisible. Un modelo al que muchos califican de “turismo basura” por el alto volumen de residuos que deja a su rastro y contra el que se han puesto en pie los habitantes locales de la Bahía de Palma.
Los vecinos y residentes de S'Arenal, Playa de Palma, Palmanova, Magaluf o Punta Ballena han decidido plantar cara al turismo del “todo vale” porque es insoportable. Gente que no muestra ningún tipo de respeto por las más mínimas normas de convivencia y de higiene. Gente que convierte las playas en vertederos, que mea, caga y vomita en la calle. Gente que ha convertido el ruido en una dictadura implacable y que se ha adueñado del espacio público haciendo ostentación de su incivismo. Esa es la gente que nos trae el turismo basura.
Para luchar contra su tiranía han iniciado una campaña de recogida de firmas. Su petición es que las instituciones les devuelvan el espacio de convivencia perdido y pongan fin a la pesadilla que están viviendo. Algo que no va a ser fácil, ni en Palma, ni en Lloret ni en ningún otro destino de turismo basura, pues el interés de los grandes turoperadores, las compañías aéreas y los grupos hoteleros no pasa precisamente por atender a lo que dice la ONU, sino a sus propios intereses económicos.
Cuando conocí a Garry llevaba la camiseta de su equipo con un número y un nombre a la espalda: 11, Giggs; el mítico centrocampista galés del United. Lo que no sabía Garry es que ese mismo número es el que lo convierte en amo y señor de nuestras playas. Porque el turismo representa un 11% de nuestro PIB y genera el 11% del empleo. Y para muchos con ese dato basta. El cafre de Garry (escrito aquí con todo el cariño) con sus chanclas y sus bermudas, su riñonera y su camiseta de Giggs, nos tiene cogidos por los eggs.