Ya lo dijo en 1968 el director Pedro Lazaga, que puso a Paco Martínez Soria y José Luis López Vázquez a retratar la España que fue y que sigue siendo, destino primero de ingleses adinerados, los tourists británicos que viajaban por el sur de Europa y que inventaron la palabra turismo, y después de todos los países nórdicos en busca de sol, playa y precios por los suelos. El turismo es un gran invento. Pasan los años, y hasta la pandemia, y España vuelve a colgar el cartel de completo en agosto. España fue el segundo país más visitado del mundo, por detrás de Francia y por delante de EE UU, en 2019; este año. España es el tercer destino turístico internacional (por detrás de Francia y EEUU), y las actividades turísticas representan el 13% del empleo y del 12% del PIB. Aunque no se estima que lleguemos a los 85 millones de turistas de 2019, estamos cerca, y lo más importante, los que vienen, se dejan más dinero. La gallina de los huevos de oro de la economía española no falla y no deja de poner y poner, aunque este verano haya españoles, como los asturianos, no acostumbrados al abarrotamiento de sus lugares emblemáticos, que se quejan y exigen numerus clausus para acceder a sus playas.
¿Qué sucede en la vía real? En el recurrente debate sobre la sostenibilidad del turismo, objetivos como la desestacionalización o la diversificación son el mantra de un sector que sigue sin trasladar sus beneficios a los trabajadores y a los clientes. El objetivo de que “que no venga todo el mundo al mismo tiempo a hacer lo mismo” se topa con la incredulidad general y unas condiciones laborales y contractuales de miseria. De los residentes de barrios turísticos, ni hablamos. Cada vez hay menos gente viviendo en ese centro de las ciudades en las que crecieron. Paseas por Barcelona y, si estás solo o sola, no puedes sentarte en una terraza, irse de vacaciones a Italia es tan caro y las playas son tan privadas que los italianos se van a Albania a pasar agosto y en Baleares no encuentran camareros porque en verano ningún trabajador puede permitirse alojarse en esas islas.
La pandemia derivó en un todo vale para el sector que nos da de comer y beber y se concluyó que España solo vale para dar servicio. El INE calcula el gasto turístico en más de 46.000 millones. Es un 14% más que en 2019 y las previsiones hablan de 92.000 millones de gasto en el que hasta ahora ha sido el mejor ejercicio de la historia para el turismo español. La gallina de los huevos de oro sigue produciendo a pesar de la competencia, pagar poco y en negro, los precios y el cambio climático. Lo que toca, en una mentalidad liberal, es resignarse a ser un país de camareros. De camareros mal pagados.