Un lugar común sobre los Estados kaputt de Europa oriental es que sus principales productos de exportación son las materias primas y las prostitutas. A pesar de que la primera persona que utilizó esta frase fue el comunista ruso Vladímir Bortko con una intención crítica, hoy los periodistas occidentales la utilizan recurrentemente con un tono sarcástico que no se molesta en esconder su arrogancia y voluntad denigratoria. Lo que olvidan estos periodistas es que, como ocurre en toda relación comercial, si hay alguien que exporta alguna cosa, es que hay alguien que la importa. Y resulta que Alemania es el primer país importador de toda Europa y no sólo de gas y petróleo: según cifras de la organización de apoyo a las trabajadoras sexuales Hydra, en Alemania trabajan unas 400.000 prostitutas; en su mayoría mujeres, y la mayoría de éstas, procedentes de Europa oriental o el espacio postsoviético, sobre todo Bulgaria y Rumanía. En Francia, en cambio, trabajan unas 200.000. Si pensaba que Alemania era el país de las virtudes protestantes y Francia el de la sensualidad latina, piénseselo de nuevo. Éste es, además, el motivo de un nuevo contencioso entre Francia y Alemania.
En Alemania, la prostitución fue legalizada y regularizada por el Gobierno rojiverde en 2002. Con la medida, socialdemócratas y verdes se hacían eco de las protestas de trabajadoras sexuales como Felicitas Schirow por obtener reconocimiento y protección legales. Con la nueva legislación, las prostitutas adquirieron, al menos formalmente, los mismos derechos laborales que corresponden al resto de trabajadores, pero también sus deberes, como pagar impuestos. La ciudad de Colonia, por ejemplo, recauda un millón de euros al año procedentes de esta actividad según su portavoz municipal, Josef-Rainer Frantzen.
Han pasado ya 12 años desde la aprobación de la ley y los alemanes hacen balance. Muchos en el país creen que su éxito ha sido moderado y sus lagunas, en cambio, manifiestas. La estigmatización social de las prostitutas continúa, lo que obstaculiza el registro legal de muchas de ellas. La policía organiza periódicamente controles en los puestos de trabajo para garantizar el cumplimiento de la ley, pero los medios siguen informando regularmente de infracciones. Y, sobre todo, la legislación ha dado pie a un modelo de prostitución autóctono, basado en grandes superficies, en ocasiones de miles de metros cuadrados, que mezclan la oferta de un spa –como sauna y piscina– y el sexo. Estos locales funcionan bajo el nombre de FKK-Club –una engañosa referencia al nudismo, que en Alemania se conoce por las siglas de FKK (Freikörperkultur)–, y son polémicos por su concepción, ya que están claramente basados en la fantasía sexual masculina de verse rodeado de decenas –en algunos casos casi un centenar– de mujeres semidesnudas y disponibles en cualquier momento, la cual cosa comporta, a la fuerza, la objetificación del cuerpo de la mujer.
La existencia de este tipo de establecimientos ha convertido a Alemania, por curioso que parezca, en un popular destino para turistas sexuales, especialmente estadounidenses y escandinavos. El modelo alemán –y también el suizo y el holandés– choca con los modelos francés y nórdico, basados principalmente en la penalización de la contratación de servicios sexuales. Este modelo no sólo no resulta menos problemático que el alemán –basado como está en un enfoque más policial que social–, sino que el espacio Schengen lo deja sin efecto, ya que los clientes potenciales pueden sencillamente cruzar la frontera y hacer un uso legal del servicio. Poco casualmente, la mayoría de estos locales se encuentra en el norte y oeste de Alemania, en las zonas fronterizas con Francia y Dinamarca. Según la diputada socialista francesa Maud Olivier –impulsora de la nueva legislación francesa, que impone a los infractores multas de más de 2.000 euros– en declaraciones al semanario Newsweek, incluso “los proxenetas de Alemania utilizan Internet para orgainzar redes de prostitución en Francia con completa impunidad”.
¿Regularización o penalización?
El debate entre mejorar la regularización o, por el contrario, endurecerla, ya ha llegado a Alemania. Es un debate, como en todas partes, cargado de polémica, y del que cuesta diferenciar el grano de la paja. Hay feministas partidarias del modelo nórdico y otras que, en cambio, quieren ampliar el marco legal para que las trabajadoras sexuales tengan más derechos y garantías legales, y que denuncian la existencia de prejuicios morales en el campo del feminismo mismo. Los cristianodemócratas también han hecho acto de presencia, con un discurso pseudofeminista construido a partir de una imagen tradicional y paternalista de la mujer necesitada de protección. La CDU de Merkel busca que el debate de la prostitución abra la puerta a un rollback ideológico en toda regla, como ha ocurrido ya en otros países europeos. Aunque nadie discute perseguir las redes de tráfico de personas, sigue sin haber una definición concreta de la actividad, ya que cualquier propuesta general de “intercambio de servicios sexuales a cambio de dinero” limita el fenómeno de la prostitución a su dimensión monetaria, y el dinero, como cualquier economista sabe, no es más que una expresión del valor para efectuar una transacción. ¿Puede considerarse, por lo tanto, el sexo a cambio de favores profesionales como prostitución? ¿Lo es la pornografía? ¿Los matrimonios por conveniencia? Sea como fuere, del debate sigue ausente el principal motivo que empuja todos los años a miles de mujeres a ejercer la prostitución: su situación económica. Y mientras esto siga así, continuará la exportación y la importación.