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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El último que apague la luz

Cuando los ciudadanos designan a sus representantes lo hacen pensando en que lo harán lo mejor posible. O que al menos no serán más incompetentes que el resto. Aunque todo principio tiene excepción y el independentismo ha decidido que sus acciones se conviertan en una excepción permanente. La capacidad de poner a prueba la confianza de sus electores y la paciencia de todos, sean o no votantes suyos, ha llegado a unos límites que sonrojan como país.

Quim Torra sonreía este martes en su escaño al lado de un hierático Pere Aragonès mientras se sucedían las votaciones del debate de política general. El president sonríe incluso cuando cuesta atisbar por qué. Y este martes era difícil entenderlo. Hace menos de una semana se fotografiaron juntos en el Palau de la Generalitat para transmitir el mensaje de que procurarían no dar más espectáculos. Ambos sabían, mejor que nadie, que si bien intentarán aguantar hasta la sentencia del juicio a los presos, el show en que se ha convertido la política catalana no nos lo ahorrará nadie.

Junts per Catalunya ha dinamitado la mayoría parlamentaria con el argumento de que sus cuatro diputados procesados no se pliegan a las exigencias del juez Pablo Llarena. Son diputados que en la práctica están suspendidos puesto que ni votan ni cobran el sueldo. Una de las evidencias de esta legislatura es que empieza a estar científicamente probado que hiperventilar y decir la verdad son ejercicios incompatibles. A modo de nota aclaratoria hay que recordar que hiperventilar no es una práctica atribuible solo al independentismo.

Este martes el Parlament podría haber reprobado al rey o haber proclamado el derecho “inalienable” de Catalunya a la autodeterminación. Pero no lo ha hecho porque el independentismo se ha restado a sí mismo cuatro votos. No han conseguido que prospere la votación por culpa suya pero seguirán criticando a Felipe VI y exigiendo a Pedro Sánchez que se avenga a celebrar un referéndum como si en el Parlament no hubiese pasado nada. ¿Se podría hacer peor? No es descartable aunque el listón está ya muy alto.

Una de las diferencias entre la pasada legislatura y esta es que ERC ha decidido atender a los consejos de los letrados del Parlament. No es un detalle menor sobre todo por contraste, puesto que JuntsxCat sigue sin hacerles caso cuando no le conviene. Al final será otra vez el Tribunal Constitucional quien decida por ellos.

Leídas las interlocutorias del juez Llarena podría considerarse que los juristas del Parlament actúan con un exceso de celo y que el miedo de algunos diputados a ser inhabilitados hace el resto. Pero, más allá de interpretaciones, la cuestión de fondo es que una parte del secesionismo ha optado por cambiar de estrategia y optar por el pragmatismo, mientras otro sigue abrazado a un simbolismo que los afines a Carles Puigdemont han bautizado como legitimismo.

El presidente del Parlament, Roger Torrent, ya tiene tres querellas, dos de Ciudadanos y una de Vox. Los valientes que con 140 caracteres le acusan de cobarde no tienen ninguna. Eso en la república virtual. Fuera, Junts per Catalunya y ERC han empezado ya la próxima campaña electoral pese a que sería más exacto decir que siguen en campaña.