La ultraderecha puede terminar en el gobierno de España
A algunos, no a muchísimos, inquietan las noticias sobre avances de la ultraderecha fuera de nuestras fronteras: en Estados Unidos, en Alemania, en Austria y en otros sitios. Pero pocos se preocupan por el hecho de que eso también esté ocurriendo en España. Los últimos sondeos son elocuentes: Vox está en cerca del 14% de intención de voto y, según parece, aún puede seguir subiendo. Y lo que eso quiere decir es que, si la tendencia se mantiene, lo más probable es que nuestra ultraderecha sea parte del gobierno que se forme tras las próximas elecciones generales. Y esa posibilidad es terrible.
Con argumentos ridículos en buena medida, con otros más consistentes, aunque casi siempre relativos a cuestiones de detalle, la iniciativa del gobierno de celebrar el cincuentenario de la muerte de Franco ha sido ampliamente denostada por todos los exponentes de la derecha y sus corifeos mediáticos, que se han esforzado, casi siempre sin éxito, en introducir algún matiz, algo distinto, en las frases que el gabinete de comunicación del PP les había enviado para que las dijeran en los medios. También Vox se ha lucido en dar caña a Pedro Sánchez por habérsele ocurrido criticar al dictador que tanto admiran las gentes de Santiago Abascal y al que últimamente se están empeñando en blanquear y presentar como un político que hizo casi todo lo bueno que hoy tenemos en España.
La conmemoración tiene aspectos polémicos. Como todas las cosas. Pero no es inoportuna. Primero, porque devuelve la iniciativa al gobierno, tras semanas en las que el discurso público ha estado dominado por el ruido de los supuestos casos de corrupción que afectan al núcleo duro de la dirección socialista y que seguramente, salvo el que implica al ministro Ábalos, terminarán en nada porque son montajes. Más difícil es pronosticar el final de las acusaciones contra el fiscal general del estado, porque en él también está por medio algo parecido a una guerra judicial. Pero puede que el interrogatorio de Miguel Ángel Rodríguez en el Tribunal Supremo de este jueves haya modificado un tanto la relación de fuerza en el asunto y que se abra espacio la idea de quien hay que juzgar es al novio de Isabel Díaz Ayuso y no al fiscal.
Además de eso, hablar de Franco en estos momentos no es superfluo, ni debería “dar pereza” como, al parecer le ocurre al señor Núñez Feijóo. Porque reivindicar la figura del dictador, ni siquiera mínimamente o en cualquiera de los aspectos de su larga trayectoria, es una afrenta que muchos españoles no pueden tolerar, es un atentado a sus principios o a su memoria personal o a la de su familia. Para una parte importante de la población española Franco es la personificación del horror, lo vivieran en sus carnes o en la de sus ancestros, y no se pueden tolerar juegos políticos interesados ni manipulaciones falsarias en ese terreno.
La ultraderecha, en medio del silencio de la derecha, que nunca ha querido pronunciarse tajantemente sobre el asunto, y la colaboración de algunos exponentes de la jerarquía y del clero católico, lleva haciéndolo desde su fundación. Porque hay muchos españoles que tienen un buen recuerdo de Franco, por vía directa o transmitido a través de sus familias, lo cual es lógico tras una guerra civil de tres años y cuarenta de dictadura que tuvo millones de adeptos. No todos esos ciudadanos son hoy franquistas añorantes o militantes, ni mucho menos. Pero Vox cree que ahí está buena parte de su público potencial.
Y la cosa adquiere tintes muy preocupantes cuando una serie de investigaciones sociológicas coinciden en que una parte creciente de la opinión pública juvenil ha dejado de creer en la democracia, si alguna vez lo hizo, rechaza el sistema de partidos y no ve con malos ojos ciertas fórmulas autoritarias para gobernar el país. Según distintas encuestas esas opiniones serían compartidas por entre el 30 y el 50 % de los jóvenes. Un sondeo, cuya solvencia es una incógnita, relativo a los estudiantes universitarios concluye que hasta por el 60 %.
Más allá de las cifras, hay cada vez más testimonios directos de gente, incluso de larga trayectoria izquierdista, que aseguran tener hijos que se han apuntado a la ultraderecha y que, incluso hablan bien de Franco, cuando su padre o su madre estuvieron encarcelados durante la dictadura.
Contar la verdad sobre el franquismo, sobre sus horrores y sus miserias, sobre su incapacidad de gestión, puede ser un antídoto contra esas tendencias. Hacer frente sin contemplaciones al fariseísmo y a las mentiras de Vox y no tolerar sus abusos de los derechos democráticos sería un complemento adecuado a ese esfuerzo de esclarecimiento. El asunto no está pasado de moda, en contra de lo que la derecha exquisita querría que pensáramos.
Y lo que está en juego es el peligro de que la ultraderecha entre en el gobierno, de que espantos como los que hemos visto en algunas autonomías en las que el PP ha pactado con Vox para poder gobernar, se repitan en el gobierno nacional. De que militantes de Vox ocupen ministerios o direcciones generales. Es difícil saber si se está aún a tiempo de reaccionar. Pero hay que intentarlo.
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