Hace apenas unos días, se publicaba la noticia de la detención de un neonazi con antecedentes como presunto culpable de un apuñalamiento a las afueras del Estadio Metropolitano en Madrid. Distintos medios de comunicación se hacían eco de la noticia, refiriéndose al arrestado como un integrante de un “grupo ultra”.
‘Ultra-’ es un prefijo aparentemente anodino que significa “más allá” (como en ‘ultramar’) o “en grado extremo” (como en ‘ultraligero’). Si observamos de cerca una palabra, si la ponemos bajo el microscopio y la analizamos con detenimiento, descubriremos que la mayoría de las palabras que usamos a diario no son entes monolíticos hechos de una sola pieza. Al contrario, dentro de las palabras se distinguen elementos estructurales más pequeños que se repiten aquí y allá. Anti- en ‘antitabaco’, -ista en ‘quincemayista’, co- en ‘copago’, poli- en ‘poliamor’. Estos elementos son las piezas mínimas del engranaje morfológico que se unen a palabras o raíces ya existentes para formar términos nuevos. Cuando van antepuestos a la palabra con la que se combinan son prefijos; cuando van detrás, sufijos. En último término, de la misma manera que toda la materia que nos rodea no es más que una combinación de protones, neutrones y electrones, las infinitas palabras del castellano se pueden describir como combinaciones sobre un conjunto finito de raíces, prefijos y sufijos. El nivel subatómico de las palabras es un bullente microcosmos de partículas morfológicas que se unen y se separan generando nuevas palabras en una especie de Lego interminable que construimos entre todos los hablantes. El noble arte de la derivación lingüística es todo un espectáculo de reciclaje estructural e imaginación colectiva.
Los prefijos disfrutan de un extraño poder: tienen la capacidad de absorber el significado y las propiedades de la raíz a la que acompañan, llegando incluso a desplazarla. ‘Bajo al súper’, ‘bebo leche semi’, ‘voy en moto’, ‘te paso las fotos’ son ejemplos de prefijos que han acabado merendándose a su raíz y sustituyéndolas de facto. El habla cotidiana está cuajada de prefijos que usurparon el trono a las raíces a las que juraron servir fielmente y que en la práctica se han convertido en palabras de pleno derecho. Este superpoder, no obstante, solo lo disfrutan los prefijos, no los sufijos: quedas con tu ex en la biblio, pero nunca quedarías con tu eja en la teca.
La vampirización de los prefijos llega hasta tal punto que no es raro verles producir descendencia, ocupando el lugar que le correspondería a la palabra completa. Auto-, por ejemplo, es un prefijo que significa “propio” o “por sí mismo” y que forma derivados esperables como ‘autobombo’ o ‘automedicar’. Pero, sorprendemente, a auto- también nos lo encontramos formando derivados que por significado nunca le hubieran correspondido como ‘autoescuela’ o ‘autoestop’ y que han surgido por pura carambola morfológica. No es que ‘autoescuela’ sea una escuela de aprendizaje autodidacta, sino que auto- ha acabado por succionar toda la carga semántica de ‘automóvil’ hasta quedar convertido en el representante de la palabra completa y ejercer el rol de progenitor léxico. De un modo no muy distinto, los prefijos bi- y homo- (que en principio significan “dos” y “mismo”) los encontramos formando derivados (aparentemente) inesperados como ‘bifobia’ u ‘homofobia’. Ni ‘bifobia’ es miedo al dos ni ‘homofobia’ significa miedo a lo mismo, sino que ‘bi’ y ‘homo’ han acaparado el significado de ‘bisexual’ y ‘homosexual’ hasta llegar a formar derivados como si de raíces legítimas se tratasen. Cría prefijos, y te sacarán los ojos.
¿Y ‘ultra’? A primera vista, ‘ultra’ podría parecer otro ejemplo más en el que el prefijo ha terminado por fagocitar a su raíz, si no fuera porque su raíz (‘derecha’) ni está, ni se la espera. ¿Un grupo de extrema qué? A diferencia del resto de casos en el que la sola presencia del prefijo bastaba para evocar a la raíz implícita, ‘ultra’ es una acrobacia lingüística que desvía la atención de la raíz omitida, despolitizando el término. No se trata de un simple acortamiento motivado por la economía del lenguaje, porque no se puede hacer un acortamiento sobre lo que nunca ha estado explícito. El aséptico ‘grupos ultra’ que se cuela en nuestras pantallas y titulares se sirve de la morfología como coartada y deja a la imaginación y conveniencia del lector el rellenar la información que falta con lo que más le convenga.