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La universidad como zona de otro interés

Dos estudiantes con una bandera de Palestina durante una acampada para mostrar su apoyo al pueblo palestino en la Complutense de Madrid
12 de mayo de 2024 19:41 h

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Las protestas estudiantiles en todo el mundo son un cierto bálsamo para una moral social deprimida por el horror del genocidio que Israel está cometiendo en Gaza. Si el sentido común global quería creer que la especie humana no volvería a crear un infierno como el que estamos viendo, llegó de nuevo la maldad. En España, estudiantes y profesorado demuestran que, al menos, las universidades siguen siendo, o pueden volver a ser, instituciones de las que emana un espíritu, el del estudio y el conocimiento, que, por definición, se opone al ejercicio del mal y combate, de manera pacífica, a quienes lo ejecutan. Al menos, resurge en la universidad, cuna teórica de muchas revoluciones, el espíritu rebelde que ha de ir aparejado a todo pensamiento crítico. Debe de ser la razón por la que en Estados Unidos estudiantes y profesorado que han participado en protestas de apoyo a Gaza han recibido palos por parte de la policía y muchos han sido arrestados.

En España, la propia Junta Rectora de la Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas (CRUE) ha anunciado tres medidas tomadas frente al genocidio que Israel está llevando a cabo en Palestina. La Junta, que agrupa a 76 universidades de España, 50 públicas y 26 privadas, comunica que va a “revisar y, en su caso, suspender los acuerdos de colaboración con universidades y centros de investigación israelíes que no hayan expresado un firme compromiso con la paz y el cumplimiento del derecho internacional humanitario”, exige el “cese inmediato y definitivo de las operaciones militares del ejército israelí” y se alinea con el “sentir de nuestros campus”. Sorprende el número de universidades privadas que han secundado el comunicado.

Las máximas autoridades universitarias muestran así su apoyo a las acampadas de solidaridad levantadas por estudiantes en los últimos días, aunque la Acampada per Palestina de la Universitat de València critica que en el comunicado “no hayan expresado un firme compromiso con la paz y el cumplimiento del derecho internacional humanitario”. No obstante, con las distintas acciones de sus estudiantes y su profesorado, las universidades españolas no sólo recuperan el espíritu mencionado sino que revierten la tendencia neoliberal de la institución universitaria, tristemente transformada en una fábrica de títulos encaminados más que a la credencial de una excelencia, a ser cédulas laborales casi inservibles, dado que el título ha de completarse después con uno o varios másteres, becariados precarios, ayudantías abusivas, devaluación e incertidumbre profesional. Que se levante y acampe y se encierre la universidad es un alivio, no tanto porque sus acciones puedan frenar el genocidio (ojalá) sino porque renazca esa parte esencial a su naturaleza que es el desafío intelectual y la formulación de ideas que cuestionen, refuten, impugnen y se enfrenten al statu quo.

No adoptar esta postura, no llevar a cabo estas acciones ante el genocidio al que estamos asistiendo haría que estas presuntamente nobles instituciones formaran parte de la zona de interés en que se ha convertido un mundo que ve el humo de las bombas al otro lado del muro de la pantalla de su móvil, un mundo que oye los lamentos desgarradores de los familiares supervivientes al otro lado del muro de la pantalla de su televisión, un mundo que lee cifras que suenan como disparos al otro lado del muro de la pantalla de su ordenador, un mundo que rodea con una alambrada de indiferencia, tibieza, acaso mero sentimiento de impotencia, el campo de exterminio en que Israel ha convertido Palestina. Si en la impresionante película de Jonathan Glazer la banalidad del mal es una piscina en un jardín donde las flores crecen hacia el alambre de espinos que rodea el campo de exterminio de Auschwitz, en Malmö ha sido un festival, profuso de brillos, plataformas, focos de colores y cañones de luz, que su organización, la Unión Europea de Radiodifusión, calificó de “evento apolítico”. “Las imágenes de los cadáveres de civiles palestinos llegaban a las agencias de noticias mientras Israel actuaba en Eurovisión”, cuenta la periodista Olga Rodríguez.

Ante tal desolación, nos queda que la universidad, donde las nuevas generaciones y sus docentes han de trabajar en valores que representen y aspiren a la construcción de un mundo mejor, mantengan sus acampadas solidarias, aunque solo sirvieran, como dijo una persona de la Red Universitaria con Palestina, porque “la gente en Gaza siente que no está sola cuando nos ve”. Ejercer ese mínimo impacto se convierte en un deber moral. Y convierte las universidades en zonas de otro interés.

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