La utilización política del terror

La barbarie terrorista apenas nos da respiro. Vivimos desde hace años en una especie de tercera guerra mundial no declarada en la que el islamismo radical está poniendo en jaque a las sociedades occidentales. Europa se estremece con cada atentado cercano, es lógico, pero tiende a ignorar que el 87% de las víctimas del terrorismo yihadista se producen en países de mayoría musulmana.

Tenemos miedo y la primera reacción es cerrar las fronteras. Blindamos nuestro paraíso incluso a sabiendas de que estamos incumpliendo los derechos humanos más básicos. Nos negamos a dar refugio a los que huyen de las guerras impulsadas por los mismos que ponen las bombas a este lado de las vallas. El temor nos impide ver lo evidente: los terroristas viven entre nosotros y, ellos sí, se mueven con una gran facilidad, incluso a pesar de estar señalados muchas veces de antemano por los servicios de seguridad.

En un mundo interconectado, en el que la tecnología permite rastrear casi todo, esta fallando la coordinación entre las policías de los países afectados. Y no es la primer vez, es casi una constante desde los atentados del 11S en EE UU y el 11M en Madrid. Y a estos errores se suma siempre el coro de los que intentan hacer un uso político del terror. Lo vimos tras los ataques de Madrid y lo estamos viendo de nuevo ahora. 

Como la indecencia no tiene límites, alguno de los partidos, políticos o periodistas que durante años se empeñaron en utilizar el 11M como arma electoral o comercial, poniendo en duda la autoría del radicalismo islámico, son los mismos que se han apuntado con rapidez al acoso de todo aquél que tenga un discurso diferente al suyo ante los atentados de Bruselas.

Y sí, la unidad contra el terror es necesaria. El apoyo a las autoridades y la policía, también. Pero eso no debe impedir que estemos vigilantes y no renunciemos a los derechos y libertades que tanto nos ha costado conseguir. Y menos aún que permitamos que se introduzcan en la política doméstica, en pleno proceso de formación de un nuevo gobierno, falsos argumentos para delimitar líneas rojas en la negociación de los pactos.

Una persona cercana que admiro me transmitía ayer su preocupación por lo que está sucediendo. Por la violencia terrorista, pero también por la que está ejerciendo la Unión Europea con los refugiados. No nos damos cuenta, me decía, que al ISIS solo le puede parar su propia comunidad. Como a ETA solo la pudo parar la suya. Y es verdad. La lucha política y policial contra el Estado Islámico es indispensable, pero si no cambiamos el marco del debate y enfrentamos el origen de los problemas, casi siempre relacionado con la desigualdad y la pobreza, difícilmente encontraremos el camino que nos acerque a una solución.

Peter Sutherland, el veterano político irlandés designado por el Secretario General de la ONU como su representante para la reforma del modelo migratorio, ya ha advertido de que la respuesta europea a la crisis de los refugiados es “inepta y xenófoba”, pero también -y esto es lo más inquietante- peligrosa. Estamos a tiempo. Evitemos la creación en este arranque de siglo de una gran bolsa de refugiados a las puertas de Europa que con los años, por injusta, se acabará volviendo contra nosotros.

Tenemos miedo y la primera reacción es cerrar las fronteras. Blindamos nuestro paraíso incluso a sabiendas de que estamos incumpliendo los derechos humanos más básicos.