Vamos a contar mentiras
Presuntamente, el PP lleva veinte años financiándose de forma ilegal. Presuntamente, buena parte de sus altos cargos, incluido el actual Presidente del Gobierno, se embolsó dinerito en sobresueldos. Presuntamente, tras pagar el impuesto popular –singular tasa que redistribuye hacia arriba- ciertas empresas obtuvieron dádivas, prebendas y mamandurrias, en un generoso toma y daca que fraguó amistades peligrosas, cimentó sustanciosos negocios y dio pie a que los españoles exclamáramos “el cielo está enladrillado” cada vez que alzábamos la vista. Siempre presuntamente.
Dicen en el PP que estas presunciones son infundios y calumnias de gentes malpensadas, picapleitos resentidos y rojos antipatriotas empeñados en desestabilizar el sistema. Que todo es falso (salvo alguna cosa). Que no hubo caja B, o que era una caja de chuches. Que los sobres no existieron, eran legales o eran felicitaciones navideñas. Que hubo y no hubo contratos simulados y despidos en diferido. Que las donaciones fueron altruistas o fueron patrañas. Que ni a Aznar, ni a Rajoy, ni a Cospedal, ni a Cascos, ni a Arenas, ni a Mato, ni a Esperanza Aguirre –no se escabulla, 'lideresa'- ni a la mismísima Virgen del Rocío les constaba nada de esto. Que nadie conocía a Correa y al Bigotes, y Bárcenas era un señor que casualmente pasó por Génova 13 y se quedó algún tiempo. Y que ante la duda, “tú más”.
Los 'populares' han esgrimido un catálogo de justificaciones tan complejo y variopinto como la propia trama, que unas veces llamamos 'caso Gürtel' y otras 'caso Bárcenas' porque a saber si fue antes la gallina, el huevo o ambos al mismo tiempo (ganaríamos en economía discursiva y claridad mental si habláramos de 'caso PP', y santas pascuas). Estrellas rutilantes como Floriano, Alonso, González Pons y la Señora Presidenta de Castilla La Mancha nos han deleitado con sabrosas escaramuzas dialécticas, contradicciones creativas aunque flagrantes y desmentidos que más bien parecen mentidos, dejándonos algunas piezas memorables de monologuismo patrio. Si no creíbles, sus intervenciones son al menos de gran comicidad. Lástima que el asunto no sea para tomárselo a broma.
Mientras tanto, Rajoy, ni mu; de perfil como un bajorrelieve egipcio. A los medios, con cuentagotas y en presencia de líderes extranjeros que le sirvan de pantalla. O literalmente detrás de una pantalla, haciendo gala de un surrealismo virtual sólo comparable con sus cuentas de Facebook y Twitter, que inducen a sospechar que el Presidente del Gobierno no vive en este país, quizás ni en este planeta. Ha hecho falta una amenaza de moción de censura y la presión de toda la oposición, de la calle y de la prensa, medios extranjeros incluidos, para que Rajoy consienta en acudir al Parlamento que le invistió –este detalle es importante- para dar explicaciones. Ya veremos si da las que esperamos o pretende una vez más surfear sobre algún presunto éxito para quedar por encima del bien y del mal, como si él no fuera de este mundo. Cuestión aparte es si España puede permitirse un Presidente empeñado en fingir que es extraterrestre.
Pero no nos engañemos nosotros, que ya es bastante con que haya quien trate –presuntamente, claro- de engañarnos. Avisos de estas cosas no faltaron, sólo había que seguir las noticias e ir atando cabos. Desde el remoto caso Naseiro –archivado por irregularidades sumariales pero nunca aclarado- hasta la aparición de los papeles de Bárcenas en 2013 ha corrido mucha tinta, y gran parte de ella revela la continuidad en las prácticas y protagonistas principales. A partir del estallido de Gürtel en 2009, la prensa hablaba casi a diario de comisiones y contratos irregulares, de sobresueldos a cargos del PP, de Bárcenas, sus cuentas en Suiza y sus intentos de chantaje a Rajoy, de las cajas que se llevó de Génova, la minuta de sus abogados y el despacho, la secretaria y el acceso a las decisiones financieras del partido que conservó incluso tras dejar la tesorería.
Nada de esto es nuevo; ahora, si acaso, se acumulan más pruebas y la opinión pública está por fin reparando en ellas. Sobran los motivos para el rechazo y la indignación, pero lo cierto es que sobraban ya antes, y aún así once millones de españoles votaron al PP en las últimas elecciones. Hay que reconocer que, por escasas, zafias o inverosímiles que fueran las explicaciones sobre la trama que dieron los responsables del partido, los votantes se comportaron como si las creyeran. El PP ya había testado con éxito esa estrategia en sucesivas elecciones municipales y autonómicas, lo cual debió ser un poderoso incentivo para seguir comportándose del mismo modo.
Seguramente convencido de que la fantasía argumental era electoralmente rentable, el PP no dudó en presentarse a las generales con un programa electoral que no tenía intención de cumplir. También de esto estábamos avisados: en su debate televisivo con Rajoy, Rubalcaba enumeró las medidas que el PP tomaría una vez al frente del Gobierno, todas ellas en evidente contradicción con su programa (y ya quisieran para sí los economistas y las pitonisas televisivas tal porcentaje de vaticinios acertados). “Insidias”, respondió Rajoy; lo mismo que repiten ahora sus compañeros de partido sobre los papeles de Bárcenas. No sólo Rubalcaba avisó de la que se avecinaba, otros representantes de la oposición también lo hicieron. Pero los ciudadanos estaban a otra cosa, así que el programa electoral coló, o pareció que colaba, como parecieron colar las sucesivas versiones del caso Gürtel-Bárcenas-PP que nos fueron dando. Los ideólogos populares sabían que cuando la gente está angustiada por la crisis y el paro busca desesperadamente una solución, por improbable que sea, y todo lo demás pasa a segundo plano. En ese contexto, si hubieran encargado los argumentarios sobre corrupción a los guionistas de Expediente X hubiera dado casi lo mismo.
Afortunadamente, siempre hay una gota que desborda el vaso, y parece que esa gota está cayendo o está a punto de hacerlo. La misma crisis que desvió la atención de la corrupción en el pasado la está convirtiendo ahora en intolerable. Superado cierto nivel de hartazgo, la ciudadanía se resiste a mirar hacia otro lado (lo cual, además, permite mantener cierta esperanza en una futura regeneración democrática). No descartemos, sin embargo, que el PP todavía no se haya dado cuenta. Lo comprobaremos la próxima vez que, preguntados sobre Bárcenas, respondan “por el mar corren las libres, por el monte las sardinas”. Tralará.