Varias manifestaciones al precio de una
Barcelona está colapsada por tercer año consecutivo. No se cabe. El metro está repleto de participantes de la manifestación del 11S. Un usuario de una sociedad reconoce a su sociedad con un vistazo. Y en los vistazos que echo, reconozco familias que votan derecha e izquierda, miembros de asociaciones folclóricas y sociales contradictorias entre sí, grupos de amigos de barrios up y barrios down. Es, en fin una muestra importante de una sociedad, tan amplia que es difícil de caricaturizar. Incluso resulta difícil acceder a lo que aparece en el cerebro varias casillas antes de la caricatura: la descripción. Una concentración humana tan amplia, es algo complejo y que supera en amplitud y perplejidad, por fuerza, la razón de su convocatoria. Hummm. Este artículo es un intento de explicar cuantas manifestaciones habían en esa manifestación. Me parece algo más sencillo y honesto que el típico artículo defendiendo una línea de interpretación entre todas las líneas que los diferentes partidos ofrecen al mercado. De hecho, hay una posibilidad muy alta de que, muchos de los manifestantes de hoy, carezcan de líneas interpretativas en los actuales partidos.
Una manifestación por el derecho a votar. La mani, en primer lugar es eso. Una mani antigubernamental. Contra un Gobierno que niega la posibilidad de un referéndum reclamado por la sociedad catalana. Pero también es una mani contra el grueso de la oposición, contra la mayoría de partidos que apoyan también ese decisión gubernamental. Es, en fin, una mani contra un Régimen sin capacidad discursiva, sin soberanía, deslocalizado en instituciones no democráticas que, a través del Gobierno, están realizando la mayor contrarreforma democrática de los últimos tiempos. El tema territorial es, precisamente, el único tema en el que aún parece tener alguna soberanía este Gobierno. En un momento en el que el Estado se revela como una entidad con muy poca entidad, el Régimen carece siquiera de la capacidad intelectual para dar una respuesta democrática a las demandas de la sociedad catalana. Entre todas las situaciones de fin de Régimen que se van dibujando, el Gobierno, con su negativa e incapacidad, está aumentando, tal vez, la única que está capacitado de serie para entender: una crisis territorial. El Gobierno aún no ha entendido, por ejemplo, que lo que intentaba CiU al pedir un Pacto Fiscal era salvar el Régimen en Catalunya. Y que, tras ese fracaso, pedir un referéndum no vinculante, con pregunta y fecha sensibles de ser negociadas, y resultado que conduciría a una negociación de dos gobiernos, antes que a la aceptación propia del resultado –es decir, pedir poco o nada, pedir que siguiera existiendo una CiU que fuera pactado cositas–, es también una lucha desesperada para que siga existiendo algo parecido al Régimen. A estas alturas de partido, es posible que el Régimen, desautorizado en esta manifestación descomunal, acabe pagando a un precio muy alto el no haber comprendido que, hasta hace muy poco, se le pedía lo de siempre.
Una manifestación progubernamental. A su vez, la manifestación tiene un alto componente gubernamental. El Govern ha participado más allá de lo decoroso en la manifestación, a través de los medios de comunicación públicos. En ocasiones, de forma bochornosa/letizista: un locutor, por ejemplo, emitía por TV3 esta alocución norcoreana/urdaciana: “Los manifestantes hacen una ola perfecta, aún con la dificultad añadida de que, muchos de ellos, llevan una bandera en la mano”. Otra participación gubernamental es a través de la policía. Es decir, a través de su ausencia. Estas manifestaciones carecen de tipos encapuchados, que la lían y, posteriormente, te detienen, como en el grueso de manifestaciones en la lógica 15M. La ANC –Assemblea Nacional de Catalunya, organizadora del acto–, es, a su vez, una cosa rara. En su cúpula es una suerte de AVT, al servicio de lo que diga el Govern –ex.: su presi, Carme Forcadell, en un arranque de extroversión, llegó a declarar: “No molestemos al Govern con preguntas”, glups–. En su base, por otra parte, la ANC integra un gran tejido social catalán, seriamente comprometido en algunos tramos con la revolución democrática que está erosionando el Régimen, también en Catalunya. La manifestación, en todo caso, acabó con sendos discursos de Forcadell, Muriel Casals –presi de Omnium Cultural–, y Vila d'Abadal –presi de Associació de Municipis per la Independència–, en los que unían las demandas de la manifestación y el futuro a las políticas gubernamentales. En ese sentido, la manifestación, como casi todo en Catalunya, es una tensión, también muy de fin de Régimen, consistente en intentar reducir y reconducir las demandas de renovación democrática de la sociedad, hacia un sólo tema y una sola solución –un referéndum, no vinculante, de bajo perfil–. Y en intentar evitar que el malestar se exprese en otros temas y en otros referéndums no canalizados por el Govern.
Una manifestación por la ruptura. En ese sentido, era perceptible en la mani la presencia de personas que ven en el Derecho a Decidir una lógica que supera a CiU e, incluso, a ERC. Que superaban el marco del Régimen en Catalunya, una forma antigua de concebir la política, la representación, la selección de temas y agenda, los límites de la democracia y de los derechos, el trabajo y los sueldos de los políticos, y el sistema de financiación de los partidos. Esa percepción se realizaba a través comentarios, de camisetas con textos y de cierta tendencia a la omisión de banderitas y de uniformización.
Una manifestación por la continuidad del régimen. A su vez, también era perceptible la asistencia masiva de usuarios de CiU y de ERC que a través de voces coreadas, parecían no ver una crisis democrática y de bienestar en Catalunya, y que definitivamente parecen defender que la única crisis de esas características viene de fuera, de la negativa del Gobierno a una consulta. Me atrevería a decir que este era el público mayoritario. En Catalunya, curiosamente, se observaba hasta hace poco con incomprensión, si no como seña de identidad catalana, el hecho de que otras sociedades –Madrid, País Valencià–, votaran sistemáticamente opciones políticas cuya corrupción estaba contrastada. Parece que ahora Catalunya dispone de más respuestas sobre el tema. Tarde o temprano deberá afrontarlas. Superar el marco descriptivo de la crisis democrática que emite el Govern y sus asociados, parece que será un destino fatal, ineludible. No puede, por otra parte, tardar mucho. El 9N, la fecha anunciada para esa consulta que la sociedad catalana quiere, que un Gobierno niega y que el Govern teme, puede ser un jalón importante. Será cuando el Govern y asociados tendrán que emitir otra campaña publicitaria, de difícil construcción –no se pueden quejar; esta ha durado 3 años–, o lanzarse hacia la desobediencia y la ampliación de la democracia, hacia el choque con el Régimen. Es decir, hacia tradiciones democráticas cuyo trade-mark no es tanto de ningún partido del Régimen en Catalunya, como de la organizaciones y ciudadanía que practican formas de desobediencia, no deseadas por el staff político catalán, de manera cotidiana desde 2011, frente a los bancos, las empresas beneficiarias de esta crisis y de la venta del Estado, frente al Gobierno y el Govern. Será divertido.