¡Váyanse!
Mila R. S. tiene 33 años, es arquitecta con una nota excelente en el proyecto de final de carrera. En 2009 comenzó su periplo profesional –Shanghai, Munich y México DF– porque el final de sus estudios coincidió con el estallido de la burbuja en España y una crisis que ella y sus colegas creyeron que no duraría más de dos o tres años.
Hace dos meses que Mila ha regresado de México con su pareja, otro español de su misma edad, historiador, productor y con estudios de cine. Escogieron la capital mexicana porque allí era más fácil encontrar trabajo los dos. Estaban cansados de vivir separados aunque fuera en países del corazón de la UE. Han regresado atraídos por la nostalgia, el peso de la lejanía de amigos y familiares, el ánimo de una parte de estos, que comenzaron a encontrar trabajo hace un año (entre 1.000 y 2.000 euros mensuales, como autónomos o con contratos mediocres o basura). Pero hace tiempo que esta generación –la mayoría de los presentes eran Erasmus, en tiempos unos privilegiados– han renunciado a cualquier cosa indefinida, incluido el contrato de trabajo.
El domingo, Mila R. acudió a un encuentro familiar y con amigos en un pueblo de la sierra de Madrid. Mientras la tele invadía el bar con imágenes de la Diada en Cataluña, ella y su pareja preguntaron a todo aquel con el que se topaban entre los viejos conocidos. ¿Qué está pasando, cómo es posible que los políticos no lleguen ni a un acuerdo, qué vamos a hacer? Por su corrillo al pie de la barra desfilaron amigos, primos, tíos, cuñados de toda clase e idelogía. Votantes del PP, del PSOE, de Podemos y de Ciudadanos. Y abstencionistas cada vez más convencidos. Ninguno les pudo dar una idea clara de lo que estaba sucediendo, salvo el insulto o la descalificación generalizada hacia todos los políticos.
Mila y su chico alucinaban. Han vivido más de dos años en México, los políticos españoles y España –como otros países de la Unión Europea donde vivieron o viajaron– se han agrandado en sus miradas por comparación con el país de donde vienen. Volver se les antojaba como el regreso al paraíso.
De todas las personas con las que hablaron, la pareja sacó algunas conclusiones: la mayoría de sus amigos y familiares no van a ir a votar a unas terceras elecciones. Debajo del desánimo y del hartazgo de quienes les rodean se acumula mucho cabreo. Por ejemplo, quedaron sorprendidos de la cantidad de veces que sus interlocutores argumentaron, apoyándose en las palabras de Felipe González y Mónica Oltra –aprendieron allí quién es la líder valenciana– que si hay terceras elecciones Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias, deberían marcharse por incompetentes.
En este punto, sobre cuándo y por qué esos políticos deben irse o quedarse, fue donde estalló la ira entre los más jóvenes. Mientras Mila y su pareja se han dado hasta primeros de noviembre para decidir si se quedan en España o emigran de nuevo a otro país donde emprender por enésima vez en ocho años una nueva vida, sus amigos, sus primos, sus tíos, sus hermanos, les intentaban convencer de que quienes se tienen que ir “son ellos.... Que se vayan ya. Que se larguen ellos, ya han demostrado para qué valen ¿por qué vosotros, por qué nosotros?”. El hermano de Mila, un bioquímico de 27 años se va en breve; su novia –idéntica profesión– le sigue; unos cuantos de sus numerosos primos ya están fuera; los otros trabajan de aparcacoches o camareros hasta finales de este mes. No hay trabajo para sus licenciaturas, ya sea profesores de humanidades o profesionales de las ciencias o la Formación Profesional.
Hubo un momento en el que Mila dejó el botellín en la barra. Hizo como que se liaba un cigarro para escapar a la parte de atrás del bar, tratando de esconder los dos enormes lagrimones que rodaban por sus mejillas. Es una roca, no suele llorar nunca. Solo se atrevió a murmurar cuando alguien fue a buscarla: “No es justo. Sí, que se vayan ellos. Yo no quiero irme otra vez”.
Este país está lleno de Milas que no entienden nada. Y son los privilegiados, los cualificados. Los “otros”, el tercio de españoles que ya se han quedado en el camino, ni se preguntan por lo que está pasando. Son campo abonado para que llegue un Donald Trump que se lo explique.