Hay motivos para estar en contra de Felipe González. También hay razones para estar a favor. Mayores o menores. A gusto de cada uno. Hijos y nietos de fieles votantes del Felipe del sistema del bienestar son hoy firmes detractores del González de la abstención a Rajoy o la puerta giratoria. Incluso le repudian algunos de esos padres y abuelos. Respetable. Pero no estoy de acuerdo con impedirle hablar en la Universidad Autónoma de Madrid. El derecho a la protesta cívica es defendible, fundamental, pero no comparto que llegue a silenciar una conferencia así. Mejor permitir que cada uno hable, para poder discrepar. Teniendo en cuenta, además, que también había alumnos que querían oír esa charla.
Del mismo modo, veo coincidencias entre algunos mensajes de Pablo Iglesias y otros de los manifestantes de la Autónoma, pero es absurdo responsabilizar de la protesta al líder de Podemos. En estos tiempos de la brocha gorda y tanto codazo político, convendría afinar, porque no es lo mismo la crítica que señalar o ser responsable de un acto así. A mí me ha recordado aquellos tiempos en los que, según algunos miembros de la derecha, Zapatero era el culpable de cualquier incidente parecido.
Hace seis años, cuando Aznar fue increpado en la Universidad de Oviedo, alguien aseguró que era “consecuencia de la crispación y la discordia que sembraba el PSOE, provocando la animadversión con el expresidente”. Lo dijo el entonces portavoz del PP, Esteban González Pons. Por entonces no existía Podemos. Ahora, ha sido el portavoz de la gestora socialista, Mario Jiménez, quien ha culpado a Iglesias por “la irresponsabilidad política de señalar para que los violentos reproduzcan esas acusaciones de manera violenta”.
Qué tiempos cuando eran otros los que metían a la izquierda, los radicales y los violentos en el mismo saco. Zapatero era ETA, ¿recuerdan? Hasta viene al pelo acordarnos, hoy que se cumplen cinco años del cese de la lucha armada, mientras algunos acusaban al socialismo de estar rompiendo España...
A veces nos cuesta hilar fino. O nos da por coger la aguja para pinchar al de enfrente. También en estos momentos de lucha fratricida de la izquierda. O de lo que, en su día, fue izquierda, porque ni en esto hay acuerdo. Protestar puede confundirse con silenciar y parece que cuesta encontrar espacios para la discrepancia. Disentir puede llevarte a ser “podemita” o a estar del lado de “la casta”. O blanco o negro.
Diría, en definitiva, que discrepar no debería ser excluyente. No debe serlo para echar a nadie de la universidad. Tampoco para expulsar a nadie de un partido. Son días en los que también se está pasando del no a Rajoy, a plantear la abstención de algunos socialistas, para luego estar exigiendo la de todos sus diputados en el Congreso. Como si no bastara ya. Como si debiera ser todo o nada. Un conmigo o contra mí. Como si no hubiera término medio.