Que venga lo que nunca ha sido. Notas al vuelo sobre repúblicas y pasiones

La abdicación del rey Juan Carlos era algo que se veía venir, no tanto por las mermadas condiciones del monarca como por la estrategia de fondo en la que se inserta. La operación en marcha por parte de los poderes políticos y económicos del país pretende conseguir un impulso regenerativo en un régimen político profundamente debilitado tras el intenso ciclo de movilizaciones inaugurado el 15 de mayo de 2011 y que tuvo su última expresión en la histórica caída del bipartidismo y la desafiante aparición de Podemos en las pasadas elecciones europeas.

La noticia electrificó las redes sociales y rápidamente se articularon convocatorias para expresar en las calles la exigencia de una salida democrática ante la oportunidad que la abdicación presenta: la realización de un referéndum mediante el cual la sociedad española pueda decidir sobre el modelo de Estado del que se quiere dotar. Decidir de forma democrática el modelo de Estado va mucho más allá de la elección entre república y monarquía y conecta con un deseo constituyente que ha ido creciendo a lo largo del ciclo abierto por el 15M, un deseo que quedó reflejado en la viralización –que excedió una vez más a las organizaciones de izquierda– y en la demanda que acompañó la convocatoria y que es ya la orientación estratégica común de amplísimos sectores, el proceso constituyente.

Es indudable que la crisis de la monarquía ha despertado dos pasiones que son coincidentes pero no similares, la republicana y la democrática.

La pasión republicana, protagonizada fundamentalmente por la izquierda, se sostiene en la memorable experiencia de la segunda república española y sus íconos como el himno de Riego o la bandera tricolor. La segunda república constituye un merecido mito en el imaginario colectivo de la izquierda española, un mito que fue aplastado por la sangre, el silencio y la impunidad y que por lo tanto es lógico que emerja con un profundo anhelo de justicia, de memoria y de reparación. Sin embargo parece una evidencia que dicho mito no conmueve ni afecta a una amplia mayoría de españoles, en gran parte como consecuencia de una transición –en la que el PCE curiosamente jugó un papel clave– que abortó toda posibilidad de juzgar el franquismo y hacer un digno ejercicio de memoria histórica por parte del Estado.

La pasión democrática ya no es la que acompañó la Transición a finales de los setenta, que tuvo al rey justamente como una de sus figuras públicas principales y que poco a poco se fue transformando en el profundo escepticismo y la desafección que atravesaba a la sociedad española hasta mayo de 2011. Es ahora una pasión joven, contagiosa y con fuerzas renovadas, que atraviesa de forma transversal a la sociedad desbordando el eje izquierda/derecha y que aprendió a empoderarse, a señalar a los responsables y a exigir una nueva organización no sólo de la jefatura de gobierno sino de la sociedad en su conjunto. Dice Fuera Mafia, Hola Democracia, es poco proclive a la nostalgia y quiere con cierta urgencia una ruptura democrática –o profundas y radicales reformas – que ponga primero a las personas por sobre los intereses de los poderes políticos y económicos que gobiernan el país.

Si bien está de sobra justificada y de acorde a la historia de este país, lo cierto es que el rechazo frontal a la monarquía no parece contar con un amplio respaldo entre los ciudadanos. Los últimos datos del CIS señalan que tan sólo el 0,2% de los encuestados ubican a la monarquía entre los tres problemas principales del país. Han sido los últimos casos públicos de corrupción, segundo problema de los españoles según el CIS, los que produjeron un enorme desgaste a la institución monárquica que se ha sumado al declive de legitimidad que atraviesan la mayoría de las instituciones del Estado. El principal desgaste a la monarquía ha venido más de la joven pasión democrática que de la vieja pasión republicana.

Sería un nuevo error de la izquierda el pretender asimilar estas dos fuerzas y creer que el anhelo democrático se ve reflejado en la bandera tricolor. Si amplios sectores de la sociedad muestran su disposición al cambio y ante esto se anteponen una vez más los fetiches de la identidad, es más que probable que la gente no te acompañe. La nueva hipótesis republicana debería poblarse ante todo de esa pasión democrática y dirigir el imaginario colectivo hacia un futuro ilusionante y no hacia pasados mejores. Es el mejor homenaje que puede hacerse a la experiencia de la Segunda República y el camino más efectivo para dotar al fin de justicia y dignidad la memoria histórica de este país. La gente que vuelve a llenar las plazas ante la abdicación del rey parece tener muchas más ganas de una democracia real que de ver flameando la bandera tricolor. Son tiempos de nueva imaginación política, y parafraseando a Condorcet, a cada generación su república.