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Una ventana al crimen más nefando

29 de junio de 2024 22:48 h

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El sentido moral de una sociedad se mide a través de lo que hace por sus niños"

Si una sociedad no es capaz de proteger a sus niños, ¿quién puede considerarse seguro en ella?

En los últimos días me he visto abocada a leer cosas terribles que otros han sufrido. Niños, niñas. Volamos sobre esas noticias, pasamos páginas, ni siquiera ocupan un espacio preferente. El horror más absoluto. Dos pisos han pasado por mis ojos en poco tiempo. El piso de Ciutat Vella, esta misma semana. Dieciséis hombres detenidos, de entre 19 y 55 años, y la policía busca a 15 más. Todos ellos habrían llevado a cabo reiteradas violaciones grupales a niños y niñas que eran grabadas y difundidas por “el capo”, el electricista que los contactaba en redes. Sometían a niños y adolescentes a prácticas sadomasoquistas, a “verdaderas burradas”, según los policías que las han visionado. Y la frase evoca directamente el relato de Inès Chatan publicado estas semanas en Libèration sobre los pedocriminales del piso de la Rue du Bac. A ellos les daban un líquido blancuzco que les dejaba como atontandos y luego hombres enmascarados les penetraban con todo tipo de objetos metálicos: “Los utilizaban para testar la resistencia al dolor de nuestras zonas más íntimas”.

Lo de Ciutat Vella sucede en este instante; lo de la rue de Bac, en los años 70 y 80. Inès acusa ahora de las violaciones a su padrastro y a sus amigos: el escritor Matzneff; el fundador de Le Point, Claude Imbert; el filósofo y académico Jean-François Revel; el patrón de L'Express, François Giroud, periodistas de Le Nouvel Observateur y directores de banco o músicos del entorno divino de la Rive Gauche. Entre el electricista y los intelectuales franceses hay demasiados puntos comunes más allá de una abyección que ellos justifican de las formas más inanes. Varios de los detenidos en Catalunya han confesado no tener una predilección especial por los menores sino que fue a consecuencia de las ofertas realizadas por el electricista cuando vieron “cómo se les abría una ventana de oportunidad”. Así la han llamado, así. La oferta crea la demanda. Asesinar la inocencia por el mero hecho de poder hacerlo. La banalidad de la ignominia. Los parisinos no tenían mucho más sostén, también lo hacían porque podían, aunque luego lo justificaran entre ellos hablando de cultura clásica y de su imitación de los griegos. A Inès y a su hermano, ambos violados centenares de veces por toda “la banda”, probablemente los sacaron del orfanato y los adoptaron para servir a estos horribles crímenes.

El electricista de Barcelona grabó hasta 200 gigas de agresiones sexuales, dispuestas para ser expedidas a los que ya hozan en el más vil de los crímenes y también, cómo no, para abrir “ventanas de oportunidad” a todos los que habiendo recorrido toda la pendiente hacia la inhumanidad aún quieren descender hasta lo más profundo de la ignominia. Al electricista le “excitaba imaginarse como un director de cine porno” y en su día Matzneff escribió en sus libros: “Amar a los muy jóvenes es secuestrar el instante, vivir el momento. Si los pederastas son a menudo fanáticos de la fotografía es porque  les da la ilusión de fijar el tiempo, de operar la alquimia que transmuta lo fugitivo en eterno”. Palabras con apariencia hermosa para cubrir la iniquidad. Vanessa Springora estremeció a Francia con su novela 'El consentimiento', en la que narra las relaciones que mantuvo con 14 años con un Matzneff de 50.

Fue el mismo Matzneff que promovió la redacción y publicación del manifiesto a favor de despenalizar las relaciones de adultos con menores que firmaron Aragon, Foucault, Sartre, Simone de Beauvoir, Derrida, Althusser, Barthes y Deleuze hasta sumar más de 80 reivindicadores de la pederastia. El manifiesto fue publicado por Le Monde y por Libèration, porque aquella izquierda sesentayochista se sentía cómoda reivindicando la ruptura de todo tabú. Honte de la gauche! ¡Cómo me duele ver entre esos pérfidos adalides de la corrupción de lo más sagrado, que es la inocencia de un niño, nombres a cuyas frases e ideas hemos rendido culto! Aún hoy parecen modernas algunas construcciones –o deconstrucciones– realizadas en Estados Unidos sobre el corpus intelectual de varios de esos autores.

Libè ha publicado estos días en exclusiva el testimonio largo y comprobado de Inès, tal vez para hacerse perdonar los reportajes que publicaba a finales de los setenta –'Enseñemos el amor a nuestros hijos'– ilustrados con el carboncillo de un niño haciendo una felación al pene de un hombre adulto. Hay pecados que no se borran nunca. “Eran otros tiempos y entonces era así”, le confesó el padrastro a Inès. No era entonces. Era entonces y es ahora, aquí, en un piso cualquiera bajo el que pasamos. Las redes aun lo han empeorado porque es más fácil reunir a “la banda” y engatusar a los menores, no todos de familias desestructuradas –estén pendientes– y porque se pueden abrir “ventanas” a cualquier cerdo que ya lo haya probado todo. A Inès y a los otros niños los violentaron con piezas de plata y con abrecartas de Christofle con mujeres desnudas esculpidas en el mango. Inès temblaba cuando los veía después en la vida diaria sobre sus sesudos escritorios de hombres de letras.

Estaban y están. Las menores tuteladas expuestas a la violación y la prostitución. Los menores no acompañados a los que hablan mucho de “repartir” y muy poco de tratar con dignidad, de educar, de acompañar y de proteger. Estaban y están. Estaban en la Iglesia y ahora dan clase, les entrenan, les embaucan en las redes haciéndose pasar por gente de su edad. Niños violados, adultos rotos. ¿Cuántos? “Pasa a menudo pero se comenta poco”, le confesó a Inès casi en el lecho de muerte el cabrón de su padrastro, el que la violó y la ofreció a su camarilla de intelectuales. Y no se privó de explicarle por qué su tortura, las sevicias en grupo y las violaciones individuales, cesaron milagrosamente cuando cumplió los trece años: “A partir de esa edad los cuerpos de los niños y los de las niñas se diferencian y pierden la apariencia lampiña y pulida que tanto excita a los pederastas”.

Si no somos capaces de proteger a los niños ¿quién está a salvo.

En Holanda se llegó a inscribir el Partido del Amor Fraternal, la Libertad y la Diversidad (PNVD) y los tribunales revalidaron su derecho a presentarse a las elecciones. En su programa pedía la rebaja de la edad de consentimiento a los doce años y la legalización de la pornografía infantil y el sexo con animales; afortunadamente no logró reunir las 570 firmas legalmente exigidas para que una formación política se presente a las elecciones. Hay mucho más horror ahí fuera que el que somos capaces de imaginar muchos. Hay algo más que hacer que redadas cuando el mal se ha perpetrado y la infancia ha sido rota.

¿De qué sirve hacer historia si los crímenes se extienden a nuestro lado?

Salvemos a los niños porque sólo así nos salvaremos nosotros.