Uno de los mayores errores en el que podemos caer los ecologistas a la hora de compartir nuestra inquietud medioambiental es el catastrofismo. Cuando recurrimos a él para exponer la gravedad de una determinada situación, aunque sea con argumentos científicos, mucha gente se siente incómoda y desconecta. Nos convertimos en el “ecologista coñazo”: ese al que el simpar Alfonso Ussía le dedicó un satírico libro.
Pero una cosa es rechazar el alarmismo ecologista y otra caer en el desdén hacia el medio ambiente. Porque si persistimos en la idea de que lo que le ocurre al planeta no va con nosotros corremos el riesgo de perderlo todo.
Convertir el privilegio en costumbre. Dar por obvio lo que en realidad es extraordinario y descuidarlo hasta perderlo. Ese es el mayor desdén en el que cae la inmensa mayoría de seres humanos que habitamos este insólito, frágil y excepcional planeta: no darle la menor importancia. Por eso resulta oportuno ir al cine a ver 'Marte', la última de Ridley Scott, y salir para disfrutar del privilegio de vivir en La Tierra.
No se trata de agradecer el aire que respiramos, el agua que bebemos, los paisajes que tenemos al alcance, la maravillosa biodiversidad de la que formamos parte o los alimentos que nos ofrece la tierra. Tan solo propongo que dediquemos siquiera un instante a poner en valor el hecho de habitar el único invernadero de todo el universo, el único lugar del todo más absoluto donde es posible la vida.
Anotar aquí, a pocas semanas de que nos juguemos el futuro a cara o cruz en la Cumbre del Clima de París, la necesidad de que por una vez imitemos al resto de seres vivos con los que compartimos biosfera y pensemos en nosotros: pero no como individuos, sino como especie. Por eso sería oportuno que, antes de sentarse a debatir sobre los límites a las emisiones, los miembros de las delegaciones nacionales, las organizaciones civiles y las empresas se vayan juntos al cine a ver la película.
Que comprueben las tribulaciones del pobre Matt Damon para sobrevivir en el planeta rojo y pongan en valor el privilegio de habitar el planeta azul. Porque (y ahora sí, me tiro en plancha y conscientemente al alarmismo) del azul al rojo media una distancia mucho más corta de lo que pensamos.
Una distancia que puede empezar a acortarse a partir del próximo 30 de noviembre, cuando el presidente francés, François Hollande, inaugure la Cumbre del Clima de París ante sus homólogos de EE.UU y China, Barack Obama y Xi Jinping, y el resto de los mandatarios de las cerca de 200 naciones del mundo (la práctica totalidad) que van a asistir a la cumbre para intentar unir sus esfuerzos en la lucha contra el cambio climático.
Ver 'Marte', salir del cine y respirar: ese es el simple ejercicio que propongo. Y abrir el grifo y que salga agua, y sembrar la tierra y recoger sus frutos (una de las obstinaciones del desdichado Mark Watney, el astronauta náufrago en la película) y abrir los ojos y ver el mar, caminar bajo los árboles, subir a una cumbre nevada, oler una flor, acariciar a tu perro o escuchar el canto de un pájaro. Y poner todo eso en valor para conservarlo: para conservarnos. Porque lo que está en juego no es el planeta: somos nosotros.
La Tierra no tiene problemas, los que tenemos problemas somos nosotros: nuestra especie, que está actuando como un virus consigo misma. Insisto en una idea que a todos nos debe quedar muy clara: este planeta tiene 4.500 millones de años y nosotros llegamos hace un rato. Es de un antropocentrismo estúpido pensar que el ser humano puede poner en peligro a La Tierra. Lo que está en peligro son las circunstancias climáticas y medioambientales que hacen posible nuestra vida en el planeta azul. Esa es la mayor amenaza para la humanidad y el principal reto al que vamos a hacer frente en la Cumbre de París: que La Tierra deje de enrojecer y tienda a Marte.