A ver si aún se va a liar

La descabellada estrategia de negociación socialista de convertir a Pablo Iglesias en el problema ha tenido el desenlace que solo dependía de la inteligencia del líder de Unidas Podemos. Suele pasar cuando tu táctica negociadora depende exclusivamente de las decisiones que toma otro y sobre las cuales careces de cualquier control; antes o después te encuentras ejecutando su plan, no el tuyo.

Los socialistas fiaron el relato del fracaso a la personalidad de Iglesias y a su capacidad para resistir las presiones internas de una izquierda y una organización atormentadas por una agónica repetición electoral. Lo primero revela que los socialistas están convencidos de que negocian con el personaje creado en y por los medios, no con un líder de carne y hueso. Lo segundo se contradice con su propio argumento de que el líder morado no podía estar en el Gobierno porque no controla a su propio partido: difícilmente puedes resistir las presiones de un partido que no controlas.

Simplemente, quitándose de en medio, Iglesias ha trasladado toda la presión a un Pedro Sánchez que, ahora sí, no puede permitirse un segundo fracaso en la investidura para el que carece de un relato que lo explique. No es su mayor problema. Además de perder la iniciativa en la negociación, por pura simetría, ahora les toca dar algo a socialistas. No hace falta estar en el Gobierno para mandar; a veces, incluso, estar se convierte en un impedimento. Desde ayer, Pablo Iglesias tiene más control sobre el reloj de la legislatura que aquel que podría haber llegado a alcanzar estando dentro del Consejo. 

En el otro lado de la balanza, la ganancia obtenida por los socialistas al dejar fuera del ejecutivo a Pablo Iglesias se me antoja un misterio absolutamente insondable e indescifrable. A los socialistas se les va quedando la cara de esos personajes que van de sobrados en las películas, ponen la pistola en las manos a otro convencidos de que no dispararán y, de repente, escuchan pasar silbando la bala. No deja de resultar conmovedor que desde el PSOE reclamen una negociación sin vetos ni imposiciones justo un segundo después de haber ejercido su capacidad de veto frente a Iglesias. Hay que andar muy superado por los acontecimientos para mandar a Carmen Calvo a la televisión a explicar, en neolengua, que lo de Iglesias no ha sido un veto sino un derecho del presidente.

La tentación de forzar una investidura, reclamando a Iglesias y los suyos apoyar ahora a cambio de un acuerdo futuro, seguro que recorre los pasillos de Moncloa. Deberían pensárselo. Nada hay peor en política que tener que pasar de gestionar la decepción de los tuyos a tener que hacer frente a su indignación.