Las verdades incómodas de Iñaki
El adiós de Iñaki Gabilondo no es solo una mala noticia para los oyentes de la SER y para los que nos dedicamos al periodismo. Lo es para los que cada día tienen más preguntas que respuestas, los que no quieren cavar trincheras ni situarse en ellas, aquellos que no conciben la democracia como un acoso y derribo permanente del adversario. Iñaki se ha retirado como quería, con discreción y un poco más tarde de lo que le pedía el cuerpo. “Ya se ha acabado”, resumió ante Aimar Bretos, el periodista radiofónico que está en mejores condiciones de preservar la honestidad y rigor del que fuera también director del programa Hora 25 durante dos años.
La autocomplacencia en algunos casos y el cinismo en otros (a menudo se mezclan ambos) han ido ganando terreno a medida que las empresas periodísticas iban perdiendo recursos. Entre las que vinieron después las hay que hicieron del chantaje su razón de ser desde el primer día. El resto hemos callado demasiado por una concepción gremial equivocada. Sus malas praxis nos acaban perjudicando a todos. “El periodismo debe preguntarse lo que la gente tiene derecho a saber, pero si lo que nos preguntamos es solo lo que la gente quiere oír, desvirtuamos nuestro trabajo”, reflexionaba Iñaki en una recomendable entrevista que le hizo Xosé Hermida en abril. Es más cómodo y a menudo más rentable reafirmar a los oyentes, espectadores o lectores en sus convicciones, las que sean, en vez de ofrecerles informaciones y también artículos de opinión que puedan incomodarlos.
“La democracia es un juego de tensiones, se inventó para discrepar y es la esencia misma de la democracia, pero si no hay elementos en común no sirve. Hay cosas que no se pueden hacer sin acuerdo. Como no hay posibilidad de acuerdo, las cosas más importantes las estamos dejando”, advertía Gabilondo este martes por la noche. Es un aviso que sirve para el conflicto catalán, la renovación del Consejo General del Poder Judicial o para decidir qué modelo de sanidad y educación públicas necesitamos.
La democracia española se ha instalado en el fango y los medios también tenemos que preguntarnos qué podríamos hacer mejor para que no siga embarrándose. Tratar a la extrema derecha como lo que es podría ser un buen principio. Igual así algunos políticos tal vez se plantearían si no vale la pena tomar ejemplo de sus colegas alemanes y no normalizar ni copiar los discursos xenófobos y machistas.
Iñaki dice que no quiere convertirse en una voz derrotista que cada mañana contagie su pesimismo a los oyentes ante una polarización que lo contamina todo y parece irrefrenable. Es una lástima porque desde una perspectiva de izquierdas que nunca ha escondido, su mirada seguía alejada de sectarismos o interpretaciones sesgadas.
Disculpen esta anotación personal para acabar. Seguramente todos los que empezamos en la SER y pasamos allí una etapa importante de nuestra vida, no solo la laboral, tenemos algún recuerdo que nos marcó. El mío fue la cobertura del asesinato de Ernest Lluch, que además era colaborador en La Ventana que presentaba Gemma Nierga. Durante la manifestación contra el atentado perpetrado por ETA, informamos en directo de las maniobras de La Moncloa para evitar que el lehendakari Ibarretxe estuviese en la cabecera. El Gobierno de José María Aznar, que no quería que trascendiese la polémica, intentó negarlo pese a saber que era cierto. Al día siguiente, Iñaki abrió el Hoy por Hoy dejando claro que el Gobierno estaba mintiendo. “Moncloa desmiente, pero la SER mantiene que Aznar ha impedido la presencia de Ibarretxe en la cabecera”. Así que gracias por ese día y por recordarnos que debemos preservar la calidad e independencia aunque cada vez nos lo pongan más difícil.
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