Ni el vestido de flores de Ayuso pudo con el régimen saudí

Sorprendentemente, Isabel Díaz Ayuso no ha logrado acabar con el veto a las mujeres en los estadios de fútbol en Arabia Saudí. Tres días después de acabar la Supercopa, justo después de que cámaras, reporteros y futbolistas hayan retornado a sus democráticos países, la vida sigue igual en el reino, tal y como muestra un vídeo de la Cadena Ser en el que se ve que las gradas de los estadios vuelven a confinar a las mujeres a espacios reservados y peores que los de los hombres.

Ni el desembarco de deportistas, periodistas ni la mismísima llegada de la presidenta de la Comunidad de Madrid sin velo, algo que por otra parte se ajustaba perfectamente al protocolo marcado por la monarquía absoluta, ha logrado cambiar el mundo para decepción de los esperanzados y libertadores occidentales. La revolución social suele costar más tiempo y sufrimiento que lo que cuesta coger un avión y volar invitado a un palco vip.

Las autoridades saudíes (no hay partidos políticos, sino sagas de poder) han llenado los bolsillos de los clubes de fútbol y la Federación Española de Fútbol, han logrado sus 90 minutos de gloria y ahora siguen con normalidad sus vidas mientras siguen aprisionando a mujeres, activistas o minorías. Aquí no ha pasado nada. Si acabar con el machismo en el mundo fuera tan fácil como creen Ayuso o el alcalde Almeida, bastaría con organizar una pachanga al mes en cada nación del planeta e invitar a un par de políticas a mostrar su pelo al viento sin escondite. Hace falta algo más que paracaidismo paternalista para lograr la igualdad. Pueden preguntárselo a las feministas españolas de los 70, por ejemplo, cuando casi nadie, ni Ana Botín, éramos feministas.

Organizar eventos para ser más rico, aceptando el dinero saudí para mejorar aún más las arcas, las primas y el bolsillo del ya adinerado fútbol español puede ser discutible. Lo que es impresentable es hacerlo pasar por un ejercicio comprometido y activista por los derechos humanos, como hizo la Federación en su tuit. Es avaricia, no filantropía.

Arabia Saudí ha encarcelado a mujeres por conducir, como Loujain al-Hathloul. Sin ánimo de ofender a los rizos al aire de la señora Ayuso, esta mujer ha hecho algo más por el feminismo y la igualdad y lo ha pagado algo más caro que un vestido de flores que tapa hombros y tobillos y encaja con la costumbre local de permitir a extranjeras ir sin velo. Quizás cuando más se arriesgó la presidenta es cuando mostró su afecto a su vecino de posado, un señor de la organización con pinta de mandar, sobándole la espalda de arriba a abajo en señal de emoción y hermandad. Si bien el gesto no está penado con la muerte –Arabia Saudí ejecutó a 149 personas en 2018 según los datos de Amnistía Internacional– no dejó de ser un atrevimiento poco decoroso y fuera de lugar para un país que no permitía a las mujeres coger un volante, no digamos qué le parecerá que se cojan las carnes de un vecino desconocido. Es una anécdota sin importancia. Todo ha debido de ser una anécdota sin importancia, sobre todo para alguien que tarda 5,5 horas en volver en avión al espacio de libertad de su país democrático.